– Es muy pronto -dijo Singing Rock -. Ella debe haber estado debatiéndose y Michael quiso ayudarla. Por eso Misquamacus le mató.
Obligando a mi estómago a que dejase de contraerse miré con una horrorizada fascinación cómo el enorme bulto en la espalda de Karen Tandy comenzaba a contornearse. Ahora era tan grande que su propio cuerpo parecía como alguna figura de papel, y sus brazos y piernas eran movidos por el feroz movimiento de la Bestia que estaba naciendo en su espalda,
– Gitche Manitú, dame poder. Tráeme los espíritus de la oscuridad y el poder. Gitche Manitú, escucha mi llamada -murmuró Singing Rock.
Trazó complicados dibujos en el aire con sus largos huesos mágicos, y arrojó polvos por todos lados. El aroma a hierbas secas y a flores se mezcló con la vivida fetidez de la sangre.
De pronto tuve una sensación musical y metálica en mi espalda, como cuando a uno le anestesian en el dentista. Toda la escena parecía particularmente irreal y yo me sentí alejado y extraño, como si estuviera mirando con mis ojos desde la oscuridad de algún otro lado. Singing Rock me tomó del brazo y desde entonces la sensación comenzó a desaparecer.
– El ya está lanzando hechizos -susurro el hechicero-. Sabe que estamos aquí y sabe que trataremos de combatirlo. Hará muchas cosas extrañas en su mente. Tratará de hacerle sentir como si usted no existiera, como lo acaba de hacer. También tratará de hacerle sentir miedo, y querer suicidarse, y sentirse desesperadamente solo. Tiene poder como para hacer todo eso. Pero son sólo trucos. Lo que verdaderamente debemos vigilar son los manitús que reúna, porque ésos son casi incontenibles.
El cuerpo de Karen Tandy era arrojado de un lado para otro en la cama. Pensé que ya estaba muerta, o casi. Su boca se abría de cuando en cuando y ella lanzaba un pequeño gruñido, pero eso era sólo porque el movedizo hechicero de su espalda presionaba sus pulmones.
Singing Rock me tomó el brazo.
– Mire -me dijo serenamente.
La piel blanca en la parte superior del bulto era presionada desde adentro, como por un dedo. El dedo empujaba más fuerte y más fuerte contra ella, tratando de traspasarla. Yo estaba helado y apenas podía sentir mis piernas. Pensé que en cualquier momento iba a sufrir un colapso. Yo miraba, casi totalmente sin ver, mientras el dedo empujaba y se revolvía en un esfuerzo desesperado por salir.
Una larga uña abrió la carne y un fluido acuoso y amarillo saltó de pronto por el agujero, mezclado con sangre. Hubo un denso olor fétido, como a carne pudriéndose. El saco en la espalda de Karen Tandy se hundía y vaciaba mientras el fluido de nacimiento de Misquamacus se desparramaba por las sábanas.
– Líame al doctor Hughes; hágalo venir lo antes posible -dijo Singing Rock.
Fui hasta el teléfono de la pared, le sequé la sangre con mi pañuelo y marqué con la operadora. Cuando ella contestó, la voz de la muchacha parecía tan en blanco y despreocupada como si estuviera hablando desde otro mundo.
– Soy el señor Erskine. ¿Puede enviar al doctor Hughes al cuarto de la señorita Tandy lo antes posible? Dígale que ha comenzado, que es urgente.
– Muy bien, señor.
– ¡Llámele ahora mismo! Gracias.
– De nada.
Yo retorné a la atroz lucha de la cama. De la rajadura en la piel había emergido una mano negra y estaba haciendo un agujero cada vez, mas grande en el bulto, con el sonido de un plástico que se rasga.
– ¿No puede hacer algo ahora? -le susurré a Singing Rock-. ¿No puede hechizarlo antes que salga de ahí?
– No -dijo Singing Rock.
Estaba muy tranquilo, pero pude ver por la tensión en su rostro que también estaba muy asustado. Tenía listos sus huesos y sus polvos, pero sus manos temblaban.
Una gran brecha, de como un metro, había aparecido en la espalda de Karen Tandy. Su propia cara ahora yacía pálida y muerta contra la cama, bañada por sangre coagulada y fluido pringoso. Yo ya no podía creer que hubiese forma de hacerla revivir. ¡Parecía tan mutilada y destrozada, y la cosa que salía de ella parecía tan fuerte y diabólica!
Otra mano emergió de la rajadura en su carne, y la carne se partió ampliamente. Lentamente, crasamente, se elevaron del agujero una cabeza y unos hombros, y yo sentí un profundo y oscuro escalofrío cuando vi el mismo rostro duro que había aparecido en la mesa de madera de cerezo. Era Misquamacus, el viejo hechicero, retornando vivo a un mundo nuevo.
Su largo pelo negro estaba pegado contra su ancho cráneo con aceite y fluidos. Sus ojos estaban muy cerrados, y su piel cobriza brillaba con la fétida mucosidad de la bolsa de la que salía. Sus pómulos eran altos y planos, y su prominente nariz aguileña estaba tapada con las grasas fetales. De sus labios y mentón colgaban mocos.
Singing Rock y yo estábamos totalmente silenciosos mientras Misquamacus se sacaba la flácida piel de Karen de su desnudo y grasoso torso. Luego el hechicero se apoyó en sus manos y liberó sus caderas. Sus genitales estaban hinchados y duros como los de un bebé al nacer, pero había un oscuro pelo púbico untado contra su vientre con cicatrices.
Misquamacus sacó una pierna, con un enfermante ruido de succión, como el que se hace cuando se saca una bota de goma de un charco de espeso barro. Luego, la otra pierna.
Y fue entonces cuando vimos el daño que le habían hecho los rayos X. En vez de tener unas piernas completas y musculosas, sus miembros inferiores terminaban encima de la rodilla, con pequeños y deformados pies zambos, con dedos pulposos de enano. La tecnología moderna había lisiado al hechicero en su «vientre materno».
Gradualmente, con sus ojos aún absolutamente cerrados, Misquamacus se alzó del cuerpo destrozado de Karen Tandy y se sentó ahí, con sus pequeñas piernas, absorbiendo aire en sus pulmones, aún llenos de fluido, y dejando que una flema cremosa se deslizara por la comisura de su boca.
Todo lo que deseaba en ese momento era tener un revólver y volar a pedazos a esa monstruosidad y terminar con él. Pero a estas alturas ya había visto lo suficiente sobre sus poderes ocultos como para saber que no me haría ningún favor a mí mismo. Misquamacus era capaz de perseguirme por el resto de mi vida, y cuando yo muriese su manitú se tomaría una horrible venganza en el mío.
– Necesitaré su ayuda -me dijo serenamente Singing Rock-. Con cada hechizo que yo haga quiero que se concentre profundamente deseando su éxito. Siendo dos, podemos lograr sostenerlo.
Como si hubiese estado escuchando, el lisiado Misquamacus abrió lentamente un ojo amarillo, y luego el otro, y nos miró con una escalofriante mezcla de curiosidad, desprecio y odio.
Luego miró hacia el piso y vio el círculo de hechicería alrededor de la cama, con sus polvos rojos y blancos y los huesos.
– Gitche Manitú -dijo fuerte Singing Rock -, escúchame ahora y envía tu poder en mi ayuda.
Comenzó a moverse y bailar e hizo dibujos en el aire con sus huesos. Yo traté de hacer como él me lo había pedido y me concentraba deseando el éxito del hechizo. Pero era difícil desviar mi mirada de la fría y pasiva criatura de la cama, que nos miraba con un aire total de venganza.
– Gitche Manitú -cantó Singing Rock -, envía tus mensajeros con cerraduras y llaves. Envía a tus carceleros y guardianes. Sostén su espíritu, apresa a Misquamacus. Encierralo con barrotes y cadenas. Congela su mente y paraliza su brujería.
Luego siguió con una larga invocación india que yo apenas podía seguir, pero me quedé tieso y rogué y rogué que su magia funcionara y que el hechicero de la cama pudiese ser atrapado por las fuerzas espirituales.
Pero una sensación extraña comenzó a penetrar mi mente; una sensación de que lo que estábamos haciendo era mezquino e inútil y que lo mejor que podíamos hacer era dejar tranquilo a Misquamacus, dejarlo hacer lo que quisiera. Era mucho más fuerte que nosotros, era mucho más sabio. Me pareció tonto continuar luchando contra él, porque él sólo tendría que llamar a uno de sus demonios indios y nosotros tendríamos una muerte horrible.