El doctor McEvoy dijo:
– No hace mucho le vieron por rayos X el pecho. Tiene buena salud.
El doctor Hughes dijo:
– Señorita Tandy, ¿vive sola? ¿Dónde vive?
– Estoy quedándome en casa de mi tía, en la calle 82. Trabajo para una compañía de discos como asistente de personal. Quería encontrar un apartamento para mí, pero mis padres pensaron que sería mejor que viviera durante un tiempo con mi tía. Ella tiene sesenta y dos años. Es una anciana encantadora. Nos llevamos muy bien.
El doctor Hughes bajó su cabeza.
– No me interprete mal al preguntarle esto, señorita Tandy, pero creo que usted entiende por qué debo hacerlo. ¿Su tía goza de buena salud y el apartamento es limpio? ¿No hay allí riesgos para la salud, como cucarachas o desagües tapados o comida en mal estado?
La señorita Tandy casi sonrió por primera vez desde que el doctor Hughes la había visto.
– Mi tía es una mujer sana, doctor Hughes. Tiene una mujer de limpieza todo el tiempo y una criada para ayudar en la cocina y hacerle compañía.
El doctor Hughes asintió.
– Muy bien, dejemos eso por ahora. Doctor McEvoy, vayamos a ver los rayos X.
Retornaron a la oficina del doctor McEvoy y se sentaron. El doctor McEvoy tomó una barra de goma de mascar y la colocó en su boca.
– ¿Qué deduce de esto, doctor Hughes?
Este suspiró.
– Por el momento, nada. Este bulto creció en dos o tres días y nunca me encontré con un tumor que lo hiciera así. Luego está esa sensación de movimiento. ¿Usted mismo lo ha sentido moverse?
– Sí -dijo el doctor McEvoy -. Sólo un levísimo movimiento, como si hubiese algo por debajo.
– Eso puede ser causado por movimientos de la nuca. Pero no podemos decir realmente nada hasta ver las radiografías.
Se sentaron en silencio durante unos minutos, con los ruidos del hospital dejándose oír débilmente en la distancia. El doctor Hughes se sintió con frío e incómodo y se preguntó cuándo podría regresar a su hogar. Anoche había estado levantado hasta las dos de la mañana, revisando expedientes y estadísticas, y parecía como que esta noche iba a estar de nuevo hasta muy tarde. Estornudó y miró su raído zapato marrón sobre la alfombra.
Después de cinco o seis minutos la puerta de la oficina se abrió y la radióloga entró con un sobre grande y marrón. Era una negra alta con el cabello cortado corto y sin ningún sentido del humor.
– ¿Qué ha deducido de ellas, Selena? -preguntó el doctor McEvoy, llevando el sobre hasta la pantalla para ver las radiografías.
– No estoy muy segura de nada, doctor McEvoy. Están muy claras, pero no tienen ningún sentido.
El doctor McEvoy sacó la película negra de rayos X y la colocó en la pantalla. Encendió la luz, y tuvieron una vista de la parte de atrás del cuello de la señorita Tandy desde el costado. Sí, había un tumor -un bulto grande y oscuro -. Pero dentro de él, en vez del normal crecimiento fibroso, parecía haber un pequeño nudo de tejidos y huesos.
– Mire esto -dijo el doctor McEvoy, señalando con su bolígrafo -. Parece que hubiera como raíces; raíces de huesos sosteniendo la parte interna del tumor contra la nuca. ¿Qué demonios piensa que sea?
– No tengo la menor idea -dijo el doctor Hughes -. Jamás he visto antes algo ni remotamente como esto. No se parece en nada a un tumor.
El doctor McEvoy se encogió de hombros.
– Muy bien, no es un tumor. ¿Entonces qué es?
El doctor Hughes se acercó más a las radiografías. El pequeño nudo de tejidos y huesos era demasiado deforme y mezclado como para sacar ninguna conclusión.
Sólo había una cosa que hacer, y era operar. Cortarlo y examinarlo por dentro. Y a la velocidad que estaba creciendo, mejor sería hacer la operación rápido.
El doctor Hughes levantó el teléfono del escritorio del doctor McEvoy.
– ¿Mary? Escuche, aún estoy aquí con el doctor McEvoy. ¿Podría averiguarme lo rápido que el doctor Snaith puede disponer un quirófano? Tengo un caso urgente. Sí, un tumor. Pero es muy maligno y pueden surgir problemas si no operamos de inmediato. Eso es. Gracias.
– ¿Maligno? -dijo el doctor McEvoy-. ¿Cómo sabemos si es maligno?
El doctor Hughes movió su cabeza.
– No lo sabemos, pero hasta que nos enteremos si es peligroso o inofensivo lo voy a tratar como si fuera peligroso.
– Yo quisiera saber qué demonios es -dijo el doctor McEvoy, apesadumbrado-. He recorrido el diccionario médico y no encuentro nada como eso.
El doctor Hughes sonrió cansadamente.
– Quizá sea una enfermedad nueva. Quizá le pongan su nombre. La enfermedad de McEvoy. Al fin, la fama. Usted siempre quiso ser famoso, ¿no?
– Lo que quiero ahora es una taza de café y un sandwich de carne. El Premio Nobel lo puedo obtener en otro momento.
El teléfono sonó y el doctor Hughes respondió:
– ¿Mary? Oh, bien. Muy bien, perfecto. Sí, así estará bien. Dígale al doctor Snaith que muchas gracias.
– ¿Está libre? -preguntó el doctor McEvoy.
– Mañana a las diez de la mañana. Mejor será informar a la señorita Tandy.
El doctor Hughes empujó las puertas dobles de la sala de espera y aún estaba sentada allí la señorita Tandy, con otro cigarrillo a medio fumar, y mirando, sin ver, la revista abierta que tenía sobre su falda.
– ¿Señorita Tandy?
Ella alzó su vista rápidamente.
– ¿Sí? -dijo ella.
El doctor Hughes acercó una silla y se sentó a su lado, con los brazos cruzados. Trató de parecer serio, tranquilo y confiable, para calmar sus obvios miedos, pero estaba tan cansado que no logró parecer otra cosa que muy preocupado.
– Escuche, señorita Tandy; pienso que tendremos que operar. No parece que este bulto sea para preocuparse mucho, pero a la velocidad que ha crecido me gustaría extirpárselo lo antes posible, y sospecho que a usted también.
Ella se llevó la mano hacia su nuca; luego la dejó caer y asintió.
– Comprendo. Por supuesto.
– Si puede venir mañana a las ocho de la mañana haré que el doctor Snaith se lo quite a eso de las diez. El doctor Snaith es un excelente cirujano y tiene años de experiencia con tumores como el suyo.
La señorita Tandy intentó sonreír.
– Es muy amable de su parte. Gracias.
El doctor Hughes se encogió de hombros.
– No me lo agradezca; sólo cumplo con mi deber. Pero, en serio, no creo que tenga nada por qué preocuparse. No voy a decirle que su estado es normal porque no lo es. Pero parte de nuestra profesión es tenérnoslas que ver con estados irregulares. Usted ha venido al lugar adecuado.
La señorita Tandy apagó su cigarrillo y recogió sus cosas.
– ¿Necesitaré algo en especial? -preguntó-. Supongo que un par de camisones y alguna bata.
El doctor Hughes asintió.
– Traiga también sus zapatillas. No será obligada a guardar cama.
– Muy bien -dijo ella, y el doctor Hughes la acompañó hasta la salida.
La miró caminar rápidamente por el corredor hasta el ascensor y pensó lo delgada y joven que era y el duende que tenía. No era uno de esos especialistas que pensaba sobre sus pacientes en términos de la enfermedad y nada más, no como el doctor Pawson, el especialista en pulmón, que podía recordar los síntomas individuales mucho tiempo más que los rostros que les habían acompañado. La vida es más que un desfile de bultos y tumores, pensó el doctor Hughes. Al menos, espero que lo sea.
Estaba aún parado en el corredor cuando el doctor McEvoy asomó su cara alunada por la puerta.
– ¿Doctor Hughes?
– ¿Sí?
– Entre un momento; mire esto.
Siguió cansadamente al doctor McEvoy a su oficina. Mientras le había hablado a la señorita Tandy, el doctor McEvoy había estado mirando a través de su libro de referencias médicas, y encima de su escritorio estaban desparramados diagramas y radiografías.