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– ¿Un sacrificio? ¿Qué demonios quiere?

– Un trozo de carne viva, eso es todo.

Yo dije:

– ¿Qué? ¿Pero cómo podemos dárselo?

– Con cualquier cosa -dijo Singing Rock-. Un dedo, una oreja.

– No puede hablar en serio -dije.

– No se irá sin algo -replicó Singing Rock -. Y no le puedo sostener mucho más tiempo. Es eso o nos hará pedazos. Lo digo en serio. Esa criatura tiene un pico, y también tentáculos, como un pulpo. Puede abrirnos en dos como st fuésemos una bolsa de habas.

– Muy bien dijo el doctor Hughes serenamente-. Yo lo haré.

Singing Rock respiró profundo,

– Gracias, doctor Hughes. Será muy rápido.

Estiró sus manos hacia él.

– Exponga su dedo meñique. Encoja el resto de sus dedos. Yo trataré de mantener el resto de su mano dentro del círculo de mi hechizo. Una vez que se la haya mordido retire su mano de inmediato. Lo más rápido que pueda. No querrá que le saque nada más.

Pude sentir temblar al doctor Hughes mientras estiraba su mano hacia el bulto en sombras del Lagarto-de-los-arboles. Sentí garras como filos de navajas rascando el piso mientras se acercaba más y más, y había ese silbido mientras el demonio respiraba.

Hubo un susurro horriblemente excitado, y las garras que se deslizaban frenéticamente por el piso del corredor, y luego un crujido como no quiero volver a escuchar en mi vida.

– Aaaaaahhhhh -gritó el doctor Hughes. De pronto se doblo y desvaneció entre nosotros. Sentí correr sobre mis piernas y manos una sangre caliente y espesa mientras me inclinaba a ayudarle.

– Aaahh, mierda, mierda, aahh, mierda -gritó-. ¡Oh, Dios, se ha llevado la mitad de mi mano! ¡Oh, Cristo!

Me arrodillé a su lado y saqué mi pañuelo. Trabajando todo lo bien que pude en la oscuridad vendé la carne herida. Por lo que podía tantear, el pico del demonio había arrancado por lo menos dos o tres dedos y la mitad de los nudillos. Obviamente el dolor era insoportable, y Jack Hughes se retorcía y movía agónicamente.

Singing Rock también se arrodilló.

– La criatura se ha ido -dijo-, se esfumó. Pero no sé qué clase de espíritu será el próximo que invoque Misquamacus. Esa cosa era sólo una criatura menor. Hay manitús mucho peores que ése.

– Singing Rock -dije-, tenemos que sacar de aquí al doctor Hughes.

– Pero ahora no podemos dejar a Misquamacus. No sé qué podría hacer si le dejamos solo.

– El doctor Hughes sufre tremendamente. Si no le atienden esa mano, morirá. Sería mejor perder a Karen Tandy que al doctor Hughes.

– Ese no es el problema -dijo Singing Rock-. Si dejo solo ahora a Misquamacus destruirá todo. Podrían morir cientos de personas.

– ¡Oh, Dios! -lloró el doctor Hughes-. ¡Oh, Dios! ¡Mi mano, Dios!

– Singing Rock -dije-. Tengo que llevármelo. ¿No puede detener usted solo a Misquamacus por unos minutos? Mantenga alejado ese fuego de nosotros mientras yo le llevo por el pasillo, luego le dejaré en manos de un médico y retornaré.

– Muy bien -dijo Singing Rock-. Pero no se demore mucho. Necesito por lo menos una persona más a mi lado.

Levanté al doctor Hughes y lo sujeté, y coloqué su mano herida por encima de mi hombro. Luego, paso a paso, le llevé por el corredor hasta los ascensores. Con cada movimiento rugía de dolor, y yo escuchaba gotear su sangre en el piso, pero encontré nuevas fuerzas para seguir adelante.

No hubo luz, pero tampoco ningún intento de detenernos. Quizás esto era lo que quería Misquamacus: que Singing Rock se quedara solo. Pero desde mi punto de vista no había elección. El doctor Hughes estaba demasiado malherido como para quedarse en el pasillo, y eso era todo.

Finalmente llegamos al ascensor. Su pequeña luz roja aún relumbraba en la oscuridad y yo apreté el botón de subida. Después de una pausa insoportable el ascensor llegó, las puertas se abrieron y entramos.

La luz era tan fuerte, después de la oscuridad del pasillo, que me dolieron los ojos. Senté al doctor Hughes en el piso, con la mano mordida en su pierna y me puse en cuclillas a su lado. Subimos rápidamente hasta el piso dieciocho y le ayudé a salir.

Cuando llevé a Jack Hughes dentro de su oficina, allí había un verdadero comité de recepción. Estaba Wolf, con un grupo de enfermeros y médicos, todos equipados con linternas. Dos de ellos llevaban revólveres, y el resto estaba armado con barrotes y navajas. Un médico calvo, de cara roja, con chaqueta blanca y gafas, se hallaba con ellos.

Cuando llegamos se reunieron en nuestro derredor y suavemente sacaron al doctor Hughes de mis hombros y le depositaron en un diván en un rincón de la oficina.

Wolf buscó un paquete de primeros auxilios y antibióticos y le pusieron al doctor Hughes una rápida inyección de novocaína para aliviar su intenso dolor.

El doctor con cara roja se acercó y se me presentó.

– Yo soy Winsome. Estábamos por bajar a ayudarlos. ¿Qué demonios sucede allí? Por lo que dice Wolf, tienen una paciente loca o algo por el estilo.

Me enjugué la densa transpiración de mi frente. Allí arriba, a la calma luz del amanecer, todo lo que había sucedido en la fétida oscuridad del décimo piso parecía totalmente irreal. Pero Singing Rock aún se hallaba solo allí y yo debía retornar a ayudarle.

– Por favor, ¿podría usted venir, doctor Winsome? No puedo explicarle todo ahora, pero, sí, allí tenemos una paciente muy peligrosa. Pero no debe bajar con toda esa gente y esos revólveres.

– ¿Por qué no? Si es una emergencia, debemos protegernos.

– Créame, doctor Winsome -dije temblorosamente-. Si baja con los revólveres serán heridos montones de inocentes. Todo lo que necesito es ese virus de la gripe.

El doctor Winsome respiró.

– Esto es ridículo. Allí tienen a una paciente enloquecida, hiriendo a nuestros médicos, y todo lo que quiere es un virus de la gripe.

– Eso es todo -dije-. Por favor, doctor Winsome. Démelo rápido.

Me miró con sus abultados ojos.

– No me parece recordar que usted tenga ninguna autoridad en este hospital, señor. Me parece que la mejor solución es que yo y estos otros caballeros vayamos directo allí abajo y atrapemos a esa paciente antes que trate de comernos al resto de nosotros.

– ¡Usted no entiende! -grité cansadamente.

– Tiene razón -dijo el doctor Winsome-. No entiendo nada. Wolf, ¿está preparado con esas linternas?

– Sí, doctor Winsome -dijo Wolf.

– Wolf -supliqué-. Usted vio lo que sucedió allí abajo. Explíqueselo a ellos.

El enfermero se encogió de hombros.

– Todo lo que sé es que el doctor Hughes fue herido por esa paciente. Debemos bajar y terminar con eso de una vez por todas.

Yo no sabía qué decir. Me volví a ver si había alguien que pudiese ayudarme, pero todo el mundo en esa oficina estaba listo para hacer una redada policial en el décimo piso.

Entonces, desde el diván, habló el doctor Hughes.

– Doctor Winsome -dijo roncamente-. Doctor Winsome, no deben ir. Créame que no deben. Sólo déle a él el virus. Sabe lo que está haciendo. Por lo que más quiera, no bajen.

El doctor Winsome se acercó al diván de Jack Hughes.

– ¿Está seguro, doctor Hughes? Quiero decir, estamos armados y dispuestos a bajar.

– Doctor Winsome, no debe. Pero, por favor, dése prisa. Déle el virus y déjeselo hacer a su manera.

El doctor Winsome se rascó su calva y escarlata cabeza, luego se volvió y dijo al grupo de salvamento:

– El doctor Hughes está a cargo de la paciente. Yo debo aceptar su juicio. Pero quedaremos de guardia por las dudas.

Fue hasta el escritorio y sacó de una caja de madera un delgado tubo de ensayo con líquido. Me lo entregó.

– Esta solución contiene un potente virus de gripe. Manéjelo con extremo cuidado o desataremos una epidemia.

Tomé el tubo cuidadosamente con mis dedos.

– Muy bien, doctor Winsome; lo entiendo. Créame, está haciendo lo debido.