Singing Rock hizo una leve sonrisa.
– Contra Misquamacus nada está vigilado.
Caminamos con cuidado por el pasillo, deteniéndonos cada pocos centímetros para investigar los cuartos, armarios y rincones extraños. Me estaba comenzando a preguntar si Misquamacus alguna vez había existido o si sólo había sido una espantosa alucinación.
– ¿Alguna vez ha invocado un demonio usted mismo? -le pregunté a Singing Rock-. Quiero decir… ¿no podemos llamar a algunos que estén de nuestra parte? Si Misquamacus busca refuerzos, ¿por qué no nosotros?
Singing Rock volvió a sonreír.
– Harry, no creo que sepa lo que dice. Estos demonios no son broma. No son hombres disfrazados. Los principales, la jerarquía más alta de los demonios indios de los pielrojas, pueden tomar muchas formas. Algunos de ellos cambian de forma y de esencia continuamente. En un momento son como un terrible bisonte y al siguiente nido de víboras. No tienen el sentido de la conciencia humana y no tienen sentido de la piedad. ¿Usted cree que ese Lagarto tuvo piedad de Jack Hughes cuando le comió la mano? Si quiere a esos demonios de su parte tiene que querer que hagan algo muy impío por usted y desdeñar las posibles consecuencias si algo no funciona bien.
– ¿Quiere decir que son absolutamente malos? -le pregunté.
Envié el rayo de luz al fondo del corredor para comprobar una forma sospechosa. Resultó ser una papelera llena.
– No -dijo Singing Rock-. No son malos en el sentido que lo entendemos nosotros. Pero tiene que entender que las fuerzas naturales del planeta no están en buenos términos con la humanidad. La madre Naturaleza, no importa lo que diga su catecismo de la escuela dominical, no es benigna. Nosotros cortarnos árboles y los espíritus y los demonios de ellos quedan desposeídos. Cavamos minas y canteras y perturbamos a los demonios de las rocas y los suelos. ¿Por qué cree que hay tantas historias de demonios poseyendo a gente en una granja aislada? ¿Ha estado alguna vez por Pennsylvania y vio los fetiches y amuletos que usan los granjeros para alejar los demonios? Esos granjeros han molestado a los demonios de los árboles y los campos y están pagando por ello.
Dimos la vuelta a otra esquina. De pronto dije:
– ¿Qué es eso?
Miramos en la oscuridad. Tuvimos que esperar dos o tres minutos antes de ver nada. Luego hubo un breve chispazo de luz azulina en una de las puertas.
Singing Rock dijo:
– Ya está. Misquamacus está allí. No sé qué está haciendo, pero cualquier cosa que sea, no nos gustará.
Saqué el tubo con virus de gripe del bolsillo.
– Tenemos esto -le recordé-. Y cualquier cosa que nos tenga preparada Misquamacus no puede ser tan malo como lo que le tenemos preparado a él.
Singing Rock resopló.
– No confíe tanto Harry. Por lo que sabemos, Misquamacus es inmune.
Le golpeé el hombro y traté de hacer un chiste.
– ¡Está bien, desanímeme!
Pero todo el tiempo sentí como si cada nervio de mi cuerpo estuviese campanilleando y hubiese dado cualquier cosa para aliviar mis acuosas y resbaladizas tripas.
Apagué la luz y caminamos a tientas por el corredor hacia la relampagueante luz. Era como si alguien estuviese soldando algo o el reflejo de una persona encendiendo un cigarrillo a lo lejos. La única diferencia era que tenía una cualidad sobrenatural en ella, una extraña frialdad que me hizo pensar en las estrellas, cuando uno mira al cielo en una noche solitaria de invierno y ellas titilan heladas y distantes e irremediablemente remotas.
Llegamos a la puerta. Estaba cerrada y la luz azulina brillaba a través de la pequeña ventana de arriba de la puerta, y por abajo. Singing Rock dijo:
– ¿Va a mirar usted o lo hago yo?
Tuve un escalofrío, como si alguien entrara a mi tumba.
– Yo lo haré. Por el momento usted ya ha hecho demasiado.
Atravesé el pasillo y me apreté contra la pared en la que estaba la puerta. La pared estaba allí extrañamente fría, y cuando me acerqué a la ventana de la puerta, me di cuenta de que había trozos de hielo en el vidrio. ¿Hielo en un hospital con calefacción? Se lo señalé a Singing Rock y él asintió.
Cautelosamente llevé mi cara hacia la ventana y miré dentro del cuarto. Lo que vi me puso la piel de gallina y el pelo se me levantó como si fuera un puercoespín aterrorizado.
CAPITULO OCHO
Misquamacus estaba instalado divinamente en el centro del cuarto, sosteniendo su deformado cuerpo sobre un brazo. Todos los muebles del cuarto, que parecía una sala de lectura, estaban caídos de lado como por un huracán. El piso estaba despejado y Misquamacus lo había marcado con tiza. Había un amplio círculo, y dentro de él Misquamacus había dibujado docenas de símbolos y figuras cabalísticas.
El mago reencarnado tenía su mano izquierda alzada sobre el círculo y estaba cantando algo con susurros roncos e insistentes.
Sin embargo, no fue el círculo ni los hechizos lo que me aterraron. Era una línea borrosa, medio transparente, que aparecía y desaparecía en el centro del círculo; una línea de escurridiza luz azul y forma camblante. Amparando mis ojos logré ver una curiosa forma como de escuerzo que parecía deformarse y desaparecer, cambiar y derretirse.
Singing Rock caminó suavemente por el corredor y se me unió junto a la ventana. Miró y dijo:
– Gitche Manitú, protégenos; Gitche Manitú, defiéndenos del daño; Gitche Manitú, aleja a tus enemigos.
– ¿Qué sucede? -susurré-, ¿Qué está pasando? Singing Rock terminó con sus invocaciones antes de responderme.
– Oh, Gitche Manitú; envíanos ayuda. Oh, Gitche Manitú, sálvanos de los daños. Danos suerte y buena fortuna durante todas nuestras lunas.
– Singing Rock, ¿qué es?
Singing Rock señaló a la horrible forma distorsionada del escuerzo.
– Es la Bestia Estrella, lo cual es la traducción más acertada que puedo lograr. Nunca la había visto antes, sólo en dibujos, y por lo que me habían dicho los hacedores de milagros. No pensé que ni siquiera Misquamacus se atreviese a invocarla.
– ¿Por qué? -murmuré -, ¿Qué tiene tan peligroso?
– La Bestia Estrella no es tan peligrosa en sí misma. Puede destruirlo antes que se dé cuenta, pero no es poderosa o suprema. Es más una especie de sirvienta de los seres más altos. Una mensajera.
– ¿Quiere decir que Misquamacus la está usando como mensajera… para llamar a otros demonios?
Singing Rock dijo:
– Algo por el estilo. Se lo diré después. Ahora mismo creo que lo más prudente será irnos de aquí.
– El virus, ¿qué hacemos con el virus? Singing Rock, tenemos que hallar la oportunidad de usarlo.
Singing Rock se alejó de la puerta.
– Olvídese del virus. Fue una idea astuta, pero no funcionará. Por lo menos ahora. Vámonos.
Me quedé donde estaba. Me hallaba aterrado, pero si había alguna oportunidad de destruir a Misquamacus yo quería hacerlo.
– Singing Rock, podemos amenazarlo con eso. Decirle que si no cierra ese camino le mataremos. ¡Por Dios, vale la pena tratarlo!
Singing Rock volvió hacia la puerta y trató de separarme.
– Es demasiado tarde -susurró -. ¿No se da cuenta de lo que son esos demonios? Ellos mismos son una especie de virus. La Bestia Estrella se reirá de su gripe y le dará una muerte peor que la que pueda pensar.
– Pero Misquamacus…
– Misquamacus puede ser amenazado, Harry, pero una vez que ha invocado a esos demonios es demasiado tarde. Ahora es más peligroso que nunca matarlo. Si una de esas bestias viene y Misquamacus muere, entonces no hay forma de enviarla de vuelta. Mírela, Harry. ¿Quiere arriesgarse a que eso quede suelto por Manhattan?
La Bestia Estrella se retorcía y movía en su propia fluorescencia. A veces parecía gruesa y aglutinada y otras parecía no estar compuesta por otra cosa que nubes sinuosas. Producía una atmósfera de congelante terror, como un perro rabioso.