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La Bestia Estrella se replegó. Sus movimientos en serpentina y sus nubes parecieron envolverse en sí mismos, como una fantasmal anémona de mar. El lúgubre viento creció y disminuyó con un ruido perturbado, y supe que si alguna vez me iba a escapar, tenía que ser ahora. Me puse de pie y caminé hacia la puerta. No miré para atrás, pero casi choco con Singing Rock, y lo próximo que supe es que estaba sentado afuera, en el pasillo, y que la puerta estaba firmemente cerrada. Singing Rock hacía signos protectores sobre la puerta para mantener a Misquamacus temporalmente preso.

– ¡Está loco! -dijo Singing Rock-. ¡Está absolutamente loco!

Yo me sacudí el hielo que se derretía en mi pelo.

– Con todo, aún estoy vivo. Y me enfrenté con Misquamacus.

Singing Rock movió su cabeza.

– No hubiera tenido la menor oportunidad. Si yo no hubiese bombardeado a Misquamacus con hechizos protectores, ahora estaría como un pez frito.

Yo tosí y lo miré.

– Ya lo sé, Singing Rock, y gracias. Pero tuve que intentarlo. ¡Jesús!, esa Bestia Estrella es tan fría. Me sentí como si hubiese caminado veinte millas bajo un huracán.

Singing Rock se enderezo y miró por la puerta.

– Parece que Misquamacus no se mueve. La Bestia se ha ido. Creo que es el momento para que nosotros nos vayamos de aquí.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunté, mientras Singing Rock me ayudaba a ponerme en pie-. Mejor dicho, ¿qué cree que Misquamacus irá a hacer?

Singing Rock iluminó con la linterna detrás nuestro durante un instante, tanto como para asegurarse que no nos seguían. Luego dijo:

– Tengo una idea bastante clara de lo que Misquamacus hará, y creo que lo mejor que podemos hacer es irnos de aquí. Si hace lo que yo pienso que hará, la vida se va a volver muy poco saludable por aquí.

– Pero no podemos dejarle.

– No sé qué otra cosa podemos hacer. No está ejerciendo su magia todo lo consistente y poderosamente que podría, pero aún es muy poderoso como para tocarlo.

Caminamos rápidamente por el corredor hacia el ascensor. En el décimo piso todo estaba oscuro y silencioso, pero nuestras pisadas parecían apañadas, como si estuviésemos corriendo sobre un suave césped. Yo estaba jadeando cuando llegarnos a la última esquina y vimos la puerta del ascensor, aún abierta y esperándonos. Desenganché mis zapatos de la puerta, y apretamos el botón del 18. Nos apoyamos contra las paredes del ascensor con alivio y nos dejamos conducir hacia la seguridad.

Hubo una notable recepción por parte del comité que nos esperaba cuando salimos a la luz, brillante del piso 18. El doctor Wmsome había llamado a la Policía y ahí estaban ocho o nueve oficiales armados, de pie entre los médicos y los enfermeros. También estaban allí los periodistas, y las cámaras de televisión de la CBS estaban siendo instaladas. Mientras salíamos del ascensor hubo un montón de preguntas y exclamaciones y era todo lo que yo podía hacer para ganar mi camino entre ellos.

Jack Hughes estaba sentado en el rincón, con su mano bien vendada. Se le veía pálido y enfermo, y a su lado había un enfermero, pero obviamente se había negado a que le alejaran del campo de batalla.

– ¿Cómo está la cosa? -me preguntó-. ¿Qué pasa allí abajo?

El doctor Winsome, más rojo que nunca, se adelantó a empujones y dijo:

– He llamado a la Policía, señor Erskine. Me parece que hay gente cuya vida corre riesgos. Tuve que hacerlo por la seguridad de todos los implicados. Este es el teniente Marino; creo que quiere hacerle algunas preguntas.

Detrás del doctor Winsome vi la ahora familiar cara del teniente Marino, con su dura sonrisa y su pelo como cepillo. Le hice un gesto con la mano y él inclinó su cabeza en respuesta.

– Señor Erskine – dijo, logrando acercárseme. Había cinco o seis reporteros de periódicos rodeándonos, con sus anotadores en la mano, y la gente de televisión había puesto a funcionar sus cámaras. – Quisiera saber algunos detalles, señor Erskine.

– ¿Podemos hablar en algún sitio en privado? -le pregunté-. Este no es el lugar más adecuado.

El teniente Marino hizo un gesto con los hombros.

– La prensa se enterará de todo tarde o temprano. Explíquenos qué sucede. El doctor Winsome dice que tiene un paciente violento. Según parece ya ha matado a un hombre, ha herido a este médico y está planeando matar a alguien más.

Yo asentí.

– En cierta forma es verdad.

– ¿En cierta forma? ¿Qué quiere decir con eso?

– No es exactamente un paciente. Y él no mató a un hombre en el sentido normal de asesinarlo. Mire, es imposible explicárselo ahora. Busquémonos una oficina privada o algo así.

Marino miró en su derredor a la prensa, las cámaras de televisión, los policías y los médicos y dijo:

– Muy bien, si le va a resultar más fácil. Doctor Winsome, ¿podemos usar alguna oficina?

La prensa rugió desilusionada y comenzó a discutir sobre su derecho de conocer los hechos, pero el teniente Marino estaba firme. Yo llamé a Singing Rock y juntos nos encerramos con el teniente Marino y su lugarteniente, el detective Narro, en un cuarto de enfermeras. La prensa se agrupó del otro lado de la puerta y nosotros hablamos rápidamente y en voz baja; así no podían oír.

– Teniente -dije- aquí tenemos una situación muy difícil y no sé cómo explicársela.

El teniente Marino colocó sus pies en el escritorio y sacó un cigarrillo Lark.

– Inténtelo -dijo, mientras encendía el cigarrillo,

– Bueno, es así. El hombre que tenemos en el décimo piso es un maníaco homicida. Es un indio pielroja y está buscando venganza contra los blancos.

El teniente Marino tosió.

– Continúe -dijo pacientemente.

– El único problema es… que él no es normal. Tiene ciertos poderes y habilidades que no posee una persona ordinaria.

– ¿Puede derribar edificios con un puñetazo? -preguntó el teniente Marino -. ¿Es más rápido que una bala?

Singing Rock se rió sin divertirse.

– Está más cerca de la verdad de lo que piensa, teniente.

– ¿Quieren decir que aquí tienen al Superhombre? ¿O un Superpielroja?

Yo me senté recto haciendo lo posible por parecer sincero y que se me pudiese creer.

– Sé que suena ridículo, teniente, pero eso es casi lo que tenemos. El pielroja es un hechicero y está usando sus poderes mágicos para obtener su venganza. Singing Rock también es un hechicero, de los sioux, y está tratando de ayudarnos. Ya ha salvado varias vidas y creo que debe escuchar lo que él tiene que decirle.

El teniente Marino sacó sus pies del escritorio y se volvió hacia Singing Rock. Chupó su cigarrillo unos momentos, y luego dijo:

– Como ustedes sabrán, a algunos detectives les gustan los casos chiflados. Quiero decir, algunos detectives se vuelven locos por solucionar uno de esos místenos excéntricos y cosas por el estilo. ¿Saben lo que a mí me gusta? A mí me gustan los homicidios lisos y llanos. Víctima, motivo, arma, condena. ¿Así que saben qué es lo que consigo? Casos chiflados. Eso es lo que consigo.

Singing Rock mostró su lacerada mejilla.

– ¿Esto le parece chiflado? -le preguntó con serenidad al teniente Marino.

Este no dijo nada y se encogió de hombros.

Singing Rock dijo:

– Le voy a contar todo esto directamente, porque no tenemos mucho tiempo, e incluso si ahora no me cree lo hará cuando empiecen a suceder cosas. Mi amigo dijo la verdad. El hombre de abajo es un hechicero pielroja. No voy a forzar demasiado su imaginación y a decirle cómo llegó aquí o lo que está haciendo en el décimo piso de un hospital privado, pero puedo decirle que sus poderes son muy reales, y que es tremendamente peligroso.