– ¿Qué tal vais, muchachos? -preguntó Marino por el intercomunicador.
– Estamos bien -se escuchó la voz del jefe del grupo-. Hasta ahora no hay nada para informar. Inspeccionamos todos los cuartos uno detrás del otro, y estamos mirando en todos lados.
– Manteneos alerta -dijo Marino.
La voz del detective Narro, distorsionada por el intercomunicador, dijo:
– Realmente está muy oscuro. Las linternas no parecen funcionar bien. ¿Alguien sabe qué pasó con las luces?
El doctor Winsome dijo:
– Ya hemos mirado. No pudimos detectar ningún problema.
El teniente Marino dijo:
– Dicen que han mirado las luces y que no pueden hacer nada. Sólo tened cuidado y sostened las linternas alejadas de vuestros cuerpos. No queráis convertiros en blancos fáciles.
– Cristo -le murmuré a Singing Rock, moviendo mi cabeza-. Aún piensan que están luchando contra un pistolero loco.
Singing Rock estaba muy pálido.
– Ya se darán cuenta -dijo con una mueca-. Sólo espero que cuando lo hagan, no sea demasiado tarde.
La voz del jefe del grupo dijo:
– Aquí tengo algún problema. El plano del piso no parece estar de acuerdo con la realidad. Ya hemos hecho dos veces el mismo círculo y pareciera como que lo vamos a recorrer por tercera vez.
– Ilusiones -dijo despacio Singing Rock.
Un reportero con el pelo color zanahoria miró y dijo:
– ¿Qué?
– ¿Cuál es vuestra posición? -preguntó el teniente Marino-. ¿Cuál es el cuarto más próximo?
– El diez-cero-cinco, señor.
El teniente Marino se apresuró a consultar su propio plano del piso. Luego dijo:
– En ese caso debe haber una vuelta a vuestra izquierda y luego recto y estaréis en la sección siguiente.
Hubo un breve silencio, y luego una voz dijo:
– Señor, no hay ninguna vuelta. Quiero decir, no hay apertura. Aquí sólo hay una pared lisa. No puedo ver nada.
– Tonterías, Petersen. Hay una vuelta justo enfrente suyo.
– Señor, no hay una vuelta. Deben haber remodelado el lugar desde que dibujaron los planos.
El teniente Marino se volvió hacia el doctor Winsome, pero éste simplemente movió su cabeza. El teniente Marino dijo:
– La gente del hospital dice que no. ¿Está seguro que es la diez-cero-cinco?
– Seguro, señor.
– Bueno, siga buscando. Probablemente hay algún error. Quizás el sospechoso cambió los números de los cuartos.
– ¿Señor?
– Bueno, ¡qué sé yo! Siga buscando.
En ese momento, hubo una llamada del detective Narro. Su voz se escuchaba extrañamente ronca y tensa.
– Creo que tenemos problemas aquí, señor.
– ¿Qué clase de problemas? -respondió el teniente Marino-. ¿Localizó al sospechoso?
– Señor… tenemos una especie de…
– ¿Narro? ¿Tienen una especie de qué?
– Señor… estamos…
El intercomunicador hizo unos ruidos y luego quedó callado. Durante un breve momento, escuché la monótona y lúgubre voz de ese viento que soplaba y no soplaba para nada. Luego hubo silencio.
El teniente Marino apretó el botón de llamada.
– ¿Narro? Detective Narro, ¿me escucha? Narro… ¿qué sucede ahí?
Hubo una llamada del equipo de búsqueda. Marino dijo:
– ¿Sí?
– Señor, parece que aquí hemos dado con algo. Hace muchísimo frío. No creo que nunca haya estado en un lugar tan frío.
– ¿Frío? ¿De qué demonios habla?
– Hace frío, señor. Creo que tendremos que volver. Las linternas no funcionan. Está muy oscuro y frío, señor, y no creo que podamos soportar mucho más.
El teniente Marino apretó el botón de llamada y gritó:
– ¡Quedaos ahí! ¿Qué pasa con vosotros? ¿Qué demonios sucede ahí abajo?
Hubo un silencio. Por primera vez en ese cuarto lleno de reporteros, cámaras y médicos hubo silencio. Luego, casi imperceptiblemente, sentimos que el piso se levantaba y pasaba como si fuera una ola y cada luz en el salón titiló levemente. Hubo una extraña sensación, como una nube pasando sobre el sol, y en algún lado escuchamos el pesado y machacón sonido de un lúgubre viento.
El teniente Marino se dirigió al oficial uniformado que estaba junto a las puertas del ascensor.
– Haga venir el ascensor -dijo tenso-. Bajaré yo mismo a ver.
El oficial apretó el botón y el indicador del ascensor se elevó de 10-11-12-13-14. El teniente Marino sacó su especial de policía del cinturón y se paró frente al ascensor, listo para entrar en cuanto se abrieran las puertas.
La luz del indicador marcó el 18. Hubo un ruido y las puertas del ascensor se abrieron. Todos los que estaban en el cuarto lanzaron una exclamación horrorizada.
El interior del ascensor parecía un refrigerador de una carnicería. Los restos destrozados y mezclados de todos los policías del escuadrón estaban en un montón rojo y escarchado. Había cajas torácicas, brazos, piernas y rostros hechos pedazos, todos juntados con una capa de hielo.
Singing Rock se apartó, y yo le miré apartarse, y me sentí tan desamparado y agónico como él.
CAPITULO NUEVE
Media hora más tarde nos sentábamos en la oficina de Jack Hughes con el teniente Marino y el doctor Winsome, fumando nerviosos y bebiendo aún más nerviosos y tratando de pensar cómo solucionar el problema. Esta vez Singing Rock, Jack Hughes y yo recibimos algo más que un desinterés escéptico, y les dijimos a la Policía y a los médicos todo lo que sabíamos sobre Misquamacus y los extraños sueños de Karen Tandy.
Aún no sé si el teniente Marino estaba preparado para creer lo que le contábamos, pero tenía entre sus manos a un escuadrón de policía hecho una carnicería y no estaba en posición de ponerse a discutir.
Las luces habían comenzado a apagarse más frecuentemente, y esa extraña sensación de movimiento del piso sucedía más y más a menudo. Marino había mandado pedir refuerzos, pero de dondequiera que viniesen parecía que se estaban tomando su buen tiempo. El intercomunicador de Marino parecía hacerse más débil y menos efectivo, y en la mayoría de los teléfonos había una persistente descarga. Un joven uniformado había sido enviado a pedir ayuda a pie, pero tampoco había noticias de él.
– Muy bien -dijo Marino, preocupado-. Suponiendo que sea magia. Suponiendo que toda esta basura sea verdad, ¿qué hacemos con ella? ¿Cómo se arresta a un manítú?
Singing Rock tosió. Parecía cansado y muy tenso y yo no sabía cuánto más podría soportar. El piso se levantó y cayó debajo nuestro, y las luces eléctricas reflejaron un extraño color azulino. Era como viajar en un barco con mucha tormenta. El remoto y monótono sonido del viento de la Bestia Estrella colaboraba con la impresión de un desolado viaje por mares desconocidos.
– No sé cómo podremos detener ahora a Misquamacus -dijo Singing Rock-. Ustedes pueden sentir esas vibraciones. Son las preliminares a la aparición del Gran Viejo. De acuerdo a las leyendas, el Gran Viejo siempre es precedido por tormentas y por espíritus menores. El doctor Hughes les puede contar sobre éstos.
Sin una palabra, el doctor Hughes pasó una fotografía en blanco y negro que le habían tomado de su mano mutilada. Había molestado a la unidad fotográfica del hospital para que se la copiaran especialmente. El teniente Marino la examinó sin emoción y luego la pasó de vuelta.
– ¿Qué cree que pudo haber causado un daño semejante? -preguntó el doctor Hughes-. Esas son marcas de dientes agudos y estrechos. ¿Un león? ¿Un leopardo? ¿Un caimán?
El teniente Marino levantó su mirada.
El doctor Hughes dijo:
– Pudo haber sido cualquiera de ellos. ¿Pero cuántos leones y caimanes hay en el centro de Manhattan?