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– ¿Sí, Redfern?

– El detective Wisbech me pidió que le dijera que ha revisado todos los archivos de la computadora Unitrak y que hasta ahora no hay antecedentes. Ningún asesino conocido mata así, señor. Nadie helando a sus víctimas.

El teniente Marino suspiró:

– Muy bien, Redfern. -Se volvió hacia nosotros y dijo:- Esa es para ustedes la eficiencia policial. Once hombres son masacrados y congelados y tenemos que recurrir a una computadora para ver si alguien, alguna vez, anduvo por ahí haciendo cosas por el estilo. ¿Qué demonios funciona mal en las memorias en estos días?

Redfern se fue con un breve saludo. El piso se movía de nuevo y él parecía aliviado por haber sido enviado a nivel de la calle. Lo que es más, el ruido del viento se escuchaba aún más fuerte, ¿y cómo se le puede explicar a la gente que escucha soplar el viento, que no hay vientos, y que eso es sólo una malevolencia oculta?

– Un momento -dijo Jack Hughes-, ¿cómo se puso en contacto su detective con la computadora?

El teniente Marino dijo:

– Por teléfono. Está disponible para todas las fuerzas policiales de Nueva York. Si hay algo que necesite saber sobre coches perdidos, personas perdidas, tendencias criminales, cualquier cosa como ésa, se la puedo responder en pocos segundos.

– ¿Es una computadora grande?

– Claro. Unitrak es una de las mayores de la costa Este.

Jack Hughes se volvió hacia Singing Rock.

– Creo que hemos encontrado su manitú tecnológico -dijo-. La computadora Unitrak.

Singing Rock asintió.

– Eso suena mejor -dijo-. ¿Tiene el número de teléfono, teniente?

El teniente Marino pareció enloquecer.

– Esperen un minuto -dijo-. Esa computadora es estrictamente para personal policial autorizado. Se necesita un código para llegar a ella.

– ¿Usted tiene un código? -preguntó Singing Rock.

– Claro, pero…

– Nada de peros -dijo Singing Rock-. Si usted quiere atrapar la cosa que mató a sus once hombres ésta es la única forma de hacerlo.

– ¿De qué está hablando? -dijo el teniente Marino-. ¿Está tratando de decirme que puede conjurar a un maldito espíritu con una computadora del departamento de policía?

– ¿Por qué no? -dijo Singing Rock-. No digo que será fácil, pero el manitú de la Unitrak es probable que sea cristiano y temeroso de Dios y dedicado a la causa de la ley y el orden. Unitrak fue hecha con ese propósito. El manitú de una máquina no puede ir en contra de la intención con la que se la creó. Si yo lo puedo invocar, será perfecto. La historia se repetirá a sí misma.

– ¿Qué quiere decir con que la historia se repetirá a sí misma?

Singing Rock se rascó la parte de atrás de su oreja con cansancio.

– Este continente y sus espíritus de pielrojas fue una vez derrotado por los manitús blancos de la ley y la cristiandad. Espero que sean derrotados de nuevo.

El teniente Marino estaba justo buscando su tarjeta de código para la computadora cuando el aire pareció quedarse de pronto quieto. El piso había dejado de ondularse, pero ahora vibraba, muy débilmente, como si alguien estuviese perforando su camino a través del cemento, pisos y pisos debajo nuestro. En la calle escuchamos sirenas y alarmas de bomberos y también el quejumbroso gemido del viento mágico.

Abruptamente se apagaron las luces. El teniente Marino gritó:

– ¡No se muevan! ¡Nadie se mueva! ¡Si alguien se mueve, yo disparo!

Nos quedamos quietos como estatuas, escuchando y esperando ver si éramos atacados. Sentí gotas de sudor deslizándose silenciosamente por mi cara hacia adentro de mi cuello. Los cuartos en el piso dieciocho estaban sofocantes y sin aire, y era obvio que también se había detenido el aire acondicionado.

Yo las oí primero. Corriendo y deslizándose por las paredes, como un río fantasma. Vi al teniente Marino levantar alarmado su especial de policía, pero no disparó. Paralizados por el miedo miramos el luminoso brillo de las oficinas y las vimos. Eran como ratas fantasma, torrentes y torrentes de huidizas ratas fantasmas, y caían desde todas las paredes. Emergían desde ninguna parte y desaparecían en el suelo como si no fuese sólido. Debía haber millones, susurrando, y murmurando, y chismeando por todos lados, en una aborrecible marea de cuerpos peludos.

– ¿Qué es eso? -dijo roncamente el teniente Marino-. ¿Qué son?

– Exactamente lo que parecen -dijo Singing Rock-. Son los parásitos que acompañan al Gran Viejo. En un sentido espiritual él es una alimaña y éste es su séquito de alimañas. Pareciera que Misquamacus está usando el edificio del hospital como el camino para atraer al Gran Viejo, y por eso ellas se deslizan por las paredes de esta manera. Pienso que se están reuniendo en el décimo piso. Después de todo… bueno, ¿quién sabe?

El teniente Marino no decía una palabra. Simplemente le dio su tarjeta de la computadora a Singing Rock y señaló el número que había en ella. Parecía estar asustado y entumecido, pero todos estábamos así. Hasta los reporteros de los periódicos y el equipo de la televisión estaban silenciosos y aprensivos, y nos mirábamos con ojos de hombres que están atrapados en un submarino que se hunde.

Singing Rock fue hasta otra oficina más pequeña y tomó el teléfono. Estuve a su lado mientras él marcaba el número y pude oír el tono de llamada y el «click» del contestador automático. Leyendo la tarjeta del teniente Marino, Singing Rock repitió una serie de números y esperó que le pusieran en contacto con Unitrak.

– ¿Qué va a hacer? – le pregunté-. ¿Cómo le explicará a una computadora que necesita ayuda de su manítú?

Singing Rock encendió un pequeño cigarro y expulsó el humo.

– Creo que será cuestión de usar el lenguaje adecuado -dijo-, Y también de persuadir a los programadores que no estoy totalmente loco.

Hubo otro sonido y una voz cualquiera dijo:

– Unitrak. ¿Puede explicar qué necesita, por favor?

Singing Rock tosió.

– Hablo de parte del teniente Marino, del Departamento de Policía de Nueva York. El teniente Marino querría saber si Unitrak tiene una existencia espiritual.

Hubo un silencio. Luego la voz dijo:

– ¿Qué? ¿Quiere repetir eso?

– El teniente Marino querría que Unitrak dijese si tiene una existencia espiritual.

Hubo otro silencio. Luego la voz dijo:

– Mire… ¿Qué es esto? ¿Alguna broma?

– Por favor… formule la pregunta.

Hubo un suspiro.

– Unitrak no está programada para responder preguntas como ésa. Unitrak es una computadora de trabajo… no una de esas máquinas de juguete que escriben poemas en las universidades. Bueno, si eso es todo…

– Espere -dijo Singing Rock urgentemente-. Por favor, pregúntele a Unitrak algo muy importante. Pregúntele si tiene datos sobre el Gran Viejo.

– ¿El Gran qué?

– El Gran Viejo. Es… una especie de cabecilla criminal.

– ¿En qué división? Fraude, homicidio, incendios premeditados… ¿cuál?

Singing Rock pensó durante un momento, luego dijo:

– Homicidio.

Hubo un silencio. La voz dijo:

– ¿Gran como Gran Ilusión?

– Exacto.

– Muy bien. Espere.

A través del auricular pude oír lejanos ruidos mientras la pregunta de Singing Rock quedaba registrada en tarjetas. Singing Rock fumaba y estaba impaciente y, además, seguíamos escuchando el terrible ruido de ese viento fantasma. El piso volvió a moverse y Singing Rock cubrió el auricular con la mano y susurró:

– No creo que esto funcione. No falta mucho para que el Gran Viejo termine el camino.

Yo murmuré:

– ¿Hay otra cosa que podamos hacer? ¿Algún otro modo de detenerlo?

Singing Rock dijo:

– Tiene que haber otra forma. Después de todo, los antiguos hechiceros fueron capaces de encerrar al Gran Viejo en sus propios dominios. Pero incluso aunque supiese cómo lo hacían no creo que yo pudiera hacerlo.