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Mientras esperábamos que Unitrak enviase una respuesta comencé a sentir una extraña sensación de náusea. Al principio pensé que se debía a los movimientos del piso del hospital, pero luego me di cuenta que era un olor. Un olor fétido, nauseabundo, que me hizo acordar de un conejo helado que una vez compré y se había podrido. Respiré, hice una mueca y miré a Singing Rock.

– Está llegando -dijo Singing Rock, sin demostrar emoción-. El Gran Viejo está llegando.

Oí gritos afuera y dejé a Singing Rock esperando en el teléfono y fui a ver qué sucedía. Alrededor de la cámara de la CBS había un grupo de médicos y enfermeros; yo logré llegar hasta Jack Hughes y le pregunté qué sucedía. Se le veía pálido y enfermo y obviamente su mano le estaba doliendo mucho.

– Fue uno de los cámara -dijo-. Estaba sosteniendo su cámara y pareció que se había desmayado. Temblaba como si le hubiesen hecho un shock eléctrico, pero no era eso.

Me abrí paso hasta el cámara. Era joven y rubio; estaba vestido con vaqueros y camiseta. Tenía los ojos cerrados y su rostro estaba contorsionado y blanco. Su labio inferior seguía temblando y retorciéndose en un extraño movimiento. Uno de los internos estaban levantándole una manga para ponerle un sedante.

– ¿Qué sucede? -dije-. ¿Tiene un ataque?

El interno clavó cuidadosamente la aguja hipodérmica en el brazo del cámara y empujó la jeringa. Después de unos momentos los espasmos faciales y el temblor cedieron y, aparte de unas convulsiones aisladas, el cámara comenzó a calmarse.

– No sé qué es esto -dijo el interno moviendo la cabeza. Era un joven médico inexperto, con el cabello cuidadosamente peinado y un rostro fresco-. Me parece que es una especie de severa conmoción psicológica. Probablemente una reacción tardía a todo lo que está sucediendo aquí.

– Saquémoslo de aquí y tratemos de ponerlo más cómodo -dijo el doctor Winsome.

Tres o cuatro de los médicos fueron a por una camilla, mientras el resto de nosotros, frustrados y asustados, nos dispersamos en un embarazoso silencio para esperar por cualquier manifestación que nos fuera a hacer sentir su presencia. Escuché al teniente Marino hablando furiosamente por teléfono con los refuerzos, y era claro que aún tenían problemas para entrar al edificio. Mezcladas con los ruidos del viento de Misquamacus pude oír más sirenas ululando en la calle, y pude ver luces relampagueando en las ventanas. En una o dos horas aclararía del todo, si sobrevivíamos como para verlo. El pútrido hedor del Gran Viejo estaba llenando ahora el aire, y dos o tres personas estaban con arcadas. La temperatura seguía fluctuando de un sofocante calor a un insoportable frío, como si todo el edificio sufriera de fiebres incontrolables.

Volví al lado de Singing Rock. Estaba anotando una serie de números en el costado de una revista y se le veía intenso y ansioso. Esperé que terminara y dije:

– ¿Cree que lo logrará?

Singing Rock miró cuidadosamente sus cifras:

– No estoy seguro, pero en todo esto hay algo. El programador de la computadora dice que la máquina no tiene antecedentes policiales sobre nadie llamado el Gran Viejo, y revisó a través de los últimos diez años todos los alias de criminales conocidos. Pero Unitrak respondió con un mensaje y una serie de números.

– ¿Qué significan?

– Bueno, el programador me tradujo el mensaje, y dice «Llamad urgentemente a Ejecución de Procedimientos». Luego vienen los números.

Me sequé la frente con mi pañuelo sucio.

– ¿Eso ayuda algo? ¿Tiene algún significado?

– Creo que sí -dijo Singing Rock-. Por lo menos Unitrak contestó. Y si contestó… bueno, quizá sepa lo que queremos.

Señalé los números.

– ¿Quiere decir que esos números le dicen cómo invocar a su manitú?

– Posiblemente. No lo sabremos hasta intentarlo.

Me senté cansadamente.

– Singing Rock, esto para mí es como inalcanzable. Sé lo que he hecho y sé lo que he visto, pero no me diga que una computadora de uso público nos va a decir cómo invocar a su propio espíritu. Singing Rock, esto no parece cuerdo.

Singing Rock asintió.

– Lo sé, Harry, y no piense que yo creo en esto más que usted. Todo lo que puedo decir es que el mensaje de Unitrak está aquí, y que esos números concuerdan con el ritual apropiado para la invocación de los manitús de los objetos hechos por el hombre. En realidad, es uno de los rituales más fáciles. Me lo enseñó el hechicero Sarara, de los Paiute, cuando yo tenía sólo trece años. Aprendí a invocar los manitús de los zapatos, y los guantes, y los libros, y toda clase de cosas. Podía hacer que un libro volviese sus páginas sin tocarlo.

– Pero un libro es un libro, Singing Rock. Esta es una computadora que cuesta varios millones de dólares. Es poderosa. Hasta podría ser peligrosa.

Singing Rock olió el hedor del Gran Viejo, que ya invadía todo el cuarto.

– Nada puede ser más peligroso que lo que experimentaremos ahora -dijo-. Por lo menos si tenemos que morir tendremos una muerte de héroe.

– Una muerte de héroe no me interesa.

Singing Rock puso su mano sobre la mía.

– No pensó en eso cuando se enfrentó solo a la Bestia Estrella.

– No, pero lo pienso ahora. Dos veces en la misma noche es demasiado para cualquier hombre.

Singing Rock dijo:

– ¿Qué fue todo ese ruido ahí fuera? ¿Alguien herido?

Saqué un cigarrillo de un paquete que había sobre el escritorio.

– No lo creo. Era un cámara de la CBS. Estaba filmando por ahí y se desmayó. Creo que debe ser epiléptico o algo así.

Singing Rock frunció su ceño.

– ¿Estaba filmando?

– Sí. Creo que hacía tomas de todo el mundo en este lugar. Se cayó como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza. No me pregunte, yo no lo vi.

Singing Rock pensó durante un momento. Luego caminó rápidamente fuera de la oficina y se dirigió a los reporteros de la CBS. Habían formado un círculo, cinco o seis de ellos, y estaban intranquilos, fumando y pensando en qué hacer.

Singing Rock dijo:

– Vuestro amigo… ¿está bien?

Uno de los reporteros, un hombre bajo y fornido, con una camisa color ciruela y gafas gruesas, dijo:

– Sí. Aún está con los médicos, pero ellos dicen que se pondrá bien. Escuche, ¿usted sabe qué demonios sucede aquí? ¿Es verdad eso de los malos espíritus?

Singing Rock ignoró sus preguntas.

– ¿Su amigo es propenso a tener ataques? -preguntó con insistencia.

El reportero de TV movió su cabeza lentamente.

– Nunca vi que tuviese ninguno. Que yo sepa, ésta es la primera vez. Nunca dijo que fuera epiléptico o algo por el estilo.

Singing Rock parecía muy preocupado.

– ¿Alguien más miraba por la cámara al mismo tiempo? -preguntó.

El reportero de TV dijo:

– No, señor. Aquí sólo tenemos esta cámara. Diga… ¿usted sabe a qué se debe este horrible olor?

Singing Rock dijo:

– ¿Puedo? -y sacó la cámara de televisión portátil de su caja. Estaba mellada por el golpe cuando se le había caído al cámara, pero aún funcionaba. Uno de los técnicos, un hombre en blue-jeans, le mostró cómo colocársela en el hombro y cómo ver a través de la mirilla.

El piso del cuarto comenzó a temblar y ondearse, como alguien temblando de miedo, o un perro alcanzando su climax sexual. Las luces disminuyeron de nuevo y el sonido del viento se hizo paulatinamente más fuerte. Hubo unos comentarios de pánico entre los veinte o treinta médicos, policías y reporteros reunidos en el lugar, y el doctor Winsome, con el rostro color ceniza y sudando, finalmente tuvo que descolgar todos los teléfonos internos, que no cesaban de sonar. No se atrevía a pensar en lo que sucedería en los otros pabellones y oficinas, y ahora no podíamos ir a ellos aunque quisiéramos. El teniente Marino aún hablaba por teléfono, esperando novedades de sus refuerzos, pero ya había abandonado cualquier aspecto de optimismo. Fumaba un cigarrillo tras otro, y su rostro se había vuelto duro y preocupado.