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– ¡Es ahora, Harry! -gritó Singing Rock-. ¡Ayúdeme ahora… es ahora! ¡Es ahora!

Enterró la cara entre sus manos y comenzó a recitar números y palabras, invocaciones interminables a sus propios manitús y espíritus y al gran espíritu de la tecnología blanca. Me tomé de él, le abracé fuerte, concentrando mi aterrorizada mente en Unitrak… Unitrak… Unitrak. El chillido del viento me hacía imposible oír lo que decía Singing Rock; yo forcé mi mente en apoyarlo, en amarlo, en mantenerlo a salvo mientras él trataba de arrollar a Misquamacus y la terrible presencia de El-que-se-alimenta-en-el-foso.

Hubo un momento en el que pensé que Singing Rock iba a lograrlo. Hablaba increíblemente rápido, recitando, y cantando, y haciendo inclinaciones de cabeza, más rápido y más rápido, como construyendo la gran invocación del manitú tecnológico de Unitrak. Sin embargo, todo este tiempo Misquamacus también cantaba, y movía sus brazos en nuestra dirección, como animando al Gran Viejo a consumirnos. Vi cosas que se movían entre el humo que eran terroríficas más allá de toda creencia, formas más desagradables y horribles que la peor de las pesadillas que nunca hubiera tenido, y espirales de bruma como si fuesen pulpos que comenzaban a desarrollarse desde la tenebrosa nube del Gran Viejo. Sabía que sólo teníamos segundos para sobrevivir. Me puse tan tenso que mis músculos se acalambraron y mordí mi lengua.

De pronto Singing Rock se desmoronó. Se inclinó y cayó sobre sus rodillas. Yo me arrodillé a su lado, quitándome el pelo que el huracán me arrojaba sobre los ojos, y le grité para que continuara.

Me miró, y en su rostro sólo había miedo.

– ¡No puedo! -gritó -. ¡No puedo invocar a Unitrak! ¡No puedo hacerlo! ¡Es el manitú de un hombre blanco! ¡No vendrá! ¡No me obedecerá!

No podía creerle. Miré sobre mi hombro y vi a Misquamacus señalándonos con ambas manos, y las oscuras serpientes del Gran Viejo desenroscándose de su cabeza, y supe que era el final de todo. Yo tomé el arrugado fragmento de papel de las manos de Singing Rock y lo sostuve ante la fluctuante luz astral del espantoso y aterrante camino.

– ¡Unitrak, sálvame! -grité-. ¡Unitrak, sálvame! -Y grité los números una y otra vez.- ¡UNITRAA-AKKK! ¡POR EL AMOR DE DIOS… UNIIITRA-AKKK!

Singing Rock, aún acurrucado entre mis brazos, sollozaba de miedo. Misquamacus, con su rostro estirado en una mueca lobuna, flotaba en el aire por encima mío, con sus brazos estirados y sus deformadas piernas dobladas debajo suyo. En derredor, las temblorosas y horripilantes formas del Gran Viejo crecían y crecían.

Durante un momento me quedé callado por el miedo. Luego, porque fue todo lo que se me ocurrió, levanté mis brazos, igual que como Misquamacus había alzado los suyos, y lancé mi propia idea de un hechizo.

– Unitrak, envía a tu manitú para destruir a este hechicero. Unitrak, protégeme del mal. Unitrak, cierra el camino del más allá y echa a este espíritu espantoso.

Misquamacus, flotando imponentemente cerca, comenzó a invocar, como desquite, al Gran Viejo. Sus palabras eran pesadas y nubosas, expandiéndose a través del rugido del huracán como una bestia vengativa.

– ¡Unitrak! -bramé-. ¡Ven a mí, Unitrak! ¡Ven!

Fue en ese momento que Misquamacus estuvo casi sobre mí, con sus ojos diabólicos mirando espeluznantemente desde su rostro oscuro, relumbrante con el sudor. Su boca estaba estirada hacia atrás, en una mueca de dolor y esfuerzo y venganza. Dibujaba círculos e invisibles diagramas en el aire en mi derredor, atrayendo el tumulto diabólico del Gran Viejo, componiendo con su brujería las más espantosas muertes que pudiera pergeñar.

– ¡Unitrak! -susurré, sin que se me oyera por encima del crujido del ventarrón-. ¡Oh, Dios, Unitrak!

Fue tan violento y súbito que cuando ocurrió al principio no podía entenderlo. Pensé que Misquamacus me había derribado con la luz-que-ve o que el edificio se había derrumbado. Hubo un sonido que rompía los oídos que hasta superó el gemido del huracán, un crujir eléctrico de millones de millones de voltios supercargados, un rugido como miles de cortocircuitos. El cuarto se llenó de una deslumbrante formación en formas de rejas incandescentes, trozo tras trozo de brillantes circuitos, serpenteando con chispas blancas y azules y resplandeciendo con su propia simetría cegadora.

Misquamacus cayó del aire, carbonizado y ennegrecido y ensangrentado. Cayó al piso como una carcasa de carne, con sus manos mezcladas debajo suyo, los ojos apretadamente cerrados.

Las rejas, pulsando y brillando, formaron una separación entre yo y la horrible forma del Gran Viejo. Podía ver al ser demoníaco retorcerse y estirarse, como si estuviera confundido y frustrado. El voltaje de las rejas era tan enorme que yo sólo podía mirar con mis ojos entornados y apenas podía ver a través de ellas la forma retorcida y sombría del Gran Viejo.

En mi mente no había dudas de lo que era esta cegadora aparición. Era el manitú, el espíritu, la esencia de la computadora Unitrak. Mi hechizo, la invocación de un hombre blanco, había traído el desquite de un demonio del hombre blanco.

El Gran Viejo hervía y se revolvía en poderosas espirales de tinieblas. Dejó escapar un ronquido torturado y se convirtió en bramido furioso, más y más fuerte hasta que sentí que estaba siendo tragado por sus ensordecedoras profundidades vibrantes; un túnel de furia rugiente que hacía sacudirse a las paredes y temblar al piso.

Las resplandecientes rejas del manitú de Unitrak disminuyeron y oscilaron por un momento, pero luego ardieron aún más brillantes…; un estallido quemante de poder tecnológico que sobrepasó toda visión y todo sonido. Sentí como si me hubiesen arrojado en un caldero de acero hirviendo, hundido en luz y bañado de ruido.

Escuché una cosa más. Fue un sonido que nunca olvidaré. Fue como alguien o algo retorciéndose en una intensa agonía, más y más durante más tiempo que el que yo pudiera soportar. Era el sonido de nervios siendo puestos al desnudo, las sensibilidades siendo desgarradas, los espíritus despojados. Era el Gran Viejo. Su asidero al mundo material estaba siendo retirado por el ilimitado y sofisticado poder de Unitrak. Estaba siendo quitado por el fuego sagrado de la tecnología actual a los empalidecidos y desmayados seguidores de los antiguos planos astrales.

Hubo un ruido de desgarrón, de burbujeo, de balbuceos, y los costados del camino que Misquamacus había marcado en el piso comenzaron a dirigirse hacia su centro, absorbiendo la sombría forma del Gran Viejo como un tubo de ventilación chupando el humo. Hubo un extravagante estallido final de energía que me dejó aturdido y temporalmente ciego, y luego en el cuarto se hizo el silencio.

Yo me quedé tendido allí, incapaz de moverme, incapaz de ver durante cinco o diez minutos. Cuando pude ponerme de pie, aún había formas verdes de rejas flotando en mi retina, y me tambaleé alrededor como un viejo, dándome contra las paredes y los muebles.

Finalmente mi visión se aclaró. No muy lejos, Singing Rock yacía en el piso entre un montón de camas y muebles rotos, pestañeando sus ojos mientras recobraba el conocimiento gradualmente. El cuerpo de Misquamacus estaba donde había caído, carbonizado. Las paredes del cuarto parecían como arrasadas por las llamas, y las cortinas de plástico se habían derretido y formaban largas tiras que caían.

Sin embargo, no fue ninguna de esas cosas lo que me dejó atónito. Era la figura pálida, trémula, que estaba silenciosamente en un rincón del cuarto, descolorida y blanca como si fuese el fantasma de alguien que alguna vez había conocido. No dije nada, pero simplemente estiré mis manos hacia ella… dándole la bienvenida a una existencia que casi había perdido para siempre.