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La señora Winconis me miró con sus pesados ojos grises.

– ¿Es realmente tan mala? -preguntó.

– No necesariamente. Recuerde que las cartas tanto advierten como predicen. Si usted toma sus precauciones para evitar estas cosas no pasará necesariamente una semana tan mala.

– Bueno, gracias a Dios -dijo-, se justifica gastar el dinero para saber de qué hay que prevenirse.

– Usted les cae bien a los espíritus, señora Winconis -dije con mi voz especial-. Se preocupan por usted y no les gustaría verla mala o herida. Si usted trata bien a los espíritus, ellos la tratarán bien a usted.

Ella se puso de pie.

– Señor Erskine, no sé como agradecerle. Mejor será que ahora me vaya, pero le veré la semana que viene, ¿no?

Sonreí con mi sonrisa secreta.

– Por supuesto, señora Winconis. Y no olvide su frase mística para esta semana.

– Oh, no; por supuesto que no. ¿Cuál era esta semana, señor Erskine?

Yo abrí un viejo y descolorido libro que estaba junto a mí, sobre la mesa.

– Su frase mística para esta semana es: «Guarda bien el grano y la fruta crecerá.»

Ella se quedó allí durante un momento con una sonrisa lejana sobre su viejo rostro asombrado.

– Es muy bonita, señor Erskine. La repetiré cada mañana al levantarme. Gracias por una hermosa, hermosa sesión.

– El placer -dije- es mío.

La acompañé hasta el ascensor, cuidando que ninguno de mis vecinos me viese con esos ridículos capa y sombrero, y le hice un cariñoso gesto de adiós. Tan pronto como desapareció de la vista, retorné a mi apartamento, encendí la luz, soplé el incienso y encendí la televisión. Para mi suerte, no me había perdido mucho de Kojak.

Justo cuando iba hacia la nevera para buscar una lata de cerveza, sonó el teléfono. Sostuve el auricular con mi barbilla y abrí la cerveza mientras hablaba. La voz en el otro extremo era femenina (por supuesto) y nerviosa (por supuesto). Sólo las mujeres nerviosas buscan los servicios de un hombre como el increíble Erskine.

– ¿Señor Erskine?

– Erskine es el nombre; predecir el futuro es el juego.

– Señor Erskine, ¿podría ir a verle?

– Por supuesto, por supuesto. La tarifa son veinticinco dólares por un vistazo ordinario al futuro inmediato, treinta por la predicción de todo un año, cincuenta por una visión de toda la vida.

– Yo sólo quiero saber qué va a ocurrir mañana.

La voz era joven y muy afligida. Yo me predije una secretaria embarazada y abandonada.

– Bueno, señora; eso es lo mío. ¿A qué hora desea venir?

– A eso de las nueve. ¿Es muy tarde?

– Las nueve está bien; será un placer. ¿Puede decirme su nombre, por favor?

– Tandy. Karen Tandy. Gracias, señor Erskine. Le veré a las nueve.

A usted le parecerá extraño que una muchacha inteligente como Karen Tandy busque ayuda en un terrible charlatán como yo, pero hasta que no pase algún tiempo como vidente no se dará cuenta de cuan terriblemente vulnerable se siente la gente cuando ha sido amenazada por cosas que no entiende. Esto es particularmente cierto respecto a las enfermedades y la muerte, y la mayoría de mis clientes tienen alguna pregunta que hacer respecto a su propia mortalidad. No importa lo reconfortante y competente que pueda ser el cirujano; no le puede dar a la gente ninguna de las respuestas cuando se piensa en lo que va a suceder si de pronto sus vidas se extinguen.

No sirve para nada que un médico diga:

– Bueno, vea, señora; si su cerebro deja de enviar impulsos electrónicos, debemos considerar que usted está perdida y se irá para siempre.

La muerte es demasiado aterrante, demasiado total, demasiado mística como para que la gente quiera creer que tiene algo que ver con los hechos de la medicina y la cirugía. Ellos quieren creer que hay una vida después de la muerte o, por lo menos, un mundo del espíritu, donde los lastimeros fantasmas de sus antepasados anden flotando en el equivalente celestial de un pijama de seda.

Yo pude ver el miedo a la muerte en el rostro de Karen Tandy cuando llamó a mi puerta. En realidad, estaba tan fuertemente marcado que me sentí casi incómodo con mi capa verde y mi divertido sombrero verde. Tenía facciones delicadas; era la clase de chica que gana carreras en los concursos de atletismo de la escuela, y hablaba con una grave amabilidad que me hizo sentir más fraudulento que nunca.

– ¿Usted es el señor Erskine? -me preguntó. -Soy yo. Se lee la suerte, se predice el futuro. Usted sabe el resto.

Ella entró calladamente a mi cuarto y miró el incensario, y la calavera amarillenta, y las cortinas bajas. De pronto sentí que toda esta puesta en escena era ridícula y falsa, pero ella no parecía darse cuenta. Le alcancé una silla para que se sentara y le ofrecí un cigarrillo. Cuando lo entendí, vi que sus manos temblaban,

– Muy bien, señorita Tandy -le dije-. ¿Cuál es su problema?

– En realidad, no sé cómo explicarlo. Ya estuve en el hospital y me van a operar mañana por la mañana. Pero hay un montón de cosas que no pude explicarles.

Yo me recosté en mi silla y le Sonreí animosamente.

– ¿Por qué no me las dice a mí?

– Es muy difícil -dijo ella con su voz suave y leve -. Tengo el presentimiento que se trata de mucho más de lo que parece.

– Bueno -dije, cruzando mis piernas debajo de mi capa de seda verde-. ¿Quisiera decirme de qué se trata?

Ella levantó su mano tímidamente hacia su nuca.

– Hace unos tres días, creo que fue el martes por la mañana, comencé a sentir una especie de irritación aquí, en mi nuca. Fue creciendo y me preocupó que se tratase de algo serio, así que fui a hacérmelo examinar en el hospital.

– Ya veo -dije con simpatía. Como se supondrá, la simpatía es el noventa y ocho por ciento del éxito de cualquiera como vidente -. ¿Y qué le dijeron los médicos?

– Dijeron que no era nada para preocuparse, pero al mismo tiempo parecían muy ansiosos por quitármelo.

Yo Sonreí.

– ¿Y cuándo entré yo en escena?

– Bueno, mi tía vino a verle una o dos veces. Es la señora Karmann; yo vivo con ella. Ella no sabe que estoy aquí, pero siempre habló de lo bueno que era usted, así que pensé que yo podía intentarlo por mi cuenta.

Bueno, era agradable saber que mis servicios ocultistas eran alabados afuera. La señora Karmann era una encantadora anciana que creía que su mando muerto trataba siempre de ponerse en contacto con ella desde el mundo de los espíritus. Venía a verme dos o tres veces por mes, cuando creía que el querido difunto señor Karmann le enviaba mensajes desde el más allá. Ella me contaba qué le sucedía en los sueños. Le oía susurrar en un extraño lenguaje en medio de la noche, y ésa era la seña! para que ella corriese hasta la Décima Avenida y se gastara unos pocos dólares conmigo. La señora Karmann era muy buen negocio.

– ¿Quiere que le lea las cartas? -le pregunté, elevando una de mis cejas diabólicamente arqueadas.

Karen Tandy movió su cabeza. Parecía más seria y preocupada que ningún cliente que pudiese recordar. Esperaba que no fuese a pedirme que hiciera algo que requiriese un verdadero talento para lo oculto.

– Son los sueños, señor Erskire. Desde que este bulto comenzó a crecer he tenido sueños terribles. La primera noche pensé que era una pesadilla común, pero he tenido el mismo sueño todas las noches y cada noche es más nítido. Ni siquiera sé si quiero acostarme esta noche, porque sé que tendré el mismo sueño, y será mucho más vivido y mucho peor.

Yo me toqué pensativamente la punta de la nariz. Es un hábito mío cuando quiera que estoy meditando sobre algo, y es probable que se deba al tamaño de ella. Alguna gente se rasca la cabeza cuando piensa y se quita la caspa; yo sólo me golpeo la nariz.

– Señorita Tandy; un montón de gente tiene sueños recurrentes. Habitualmente significa que se preocupan todo el tiempo de lo mismo. No creo que sea nada como para preocuparse demasiado.