Yo asentí.
– Muy bien, Karen; entonces debe hacer lo siguiente: esta noche quiero que duerma como de costumbre, y si vuelve a tener el mismo sueño quiero que trate de recordar todos los detalles posibles, detalles de hechos. Mire bien la isla y vea si puede descubrir algún signo en especial. Cuando vaya hacia el rio trate de recordar todo lo posible sobre la costa. Si hay una bahía o algo así trate de recordar la forma. Si hay algo del otro lado del río, una montaña o un puerto o algo así, fíjelo en su mente. Y hay otra cosa que es muy importante; vea y recuerde la bandera del barco. Memorícela. Luego, cuando se despierte, anote todo con la mayor cantidad de detalles posible y haga dibujos lo más gráficos que pueda sobre todo lo que vio. Luego tráigamelos.
Ella apagó su cigarrillo.
– Debo estar en el hospital mañana a las ocho de la mañana.
– ¿Qué hospital?
– Las Hermanas de Jerusalén.
– Bueno, recuerde esto porque es importante; yo pasaré por el hospital y usted puede dejarme las notas en un sobre. ¿Qué le parece?
– Señor Erskine… Harry, eso es formidable. Por fin siento que estoy logrando algo.
Me acerqué y le tomé la mano. Era agradable, dentro de su estilo tenso, y si no hubiese sido muy profesional y con distancia frente a mis clientes, y si ella no hubiese tenido que ir al hospital al día siguiente, pienso que la hubiera invitado a cenar, o a dar una vuelta amistosa en mi coche, y un retorno al emporio de lo oculto de Erskine para una noche de actividades terrenales.
– ¿Cuánto le debo? -dijo, rompiendo el hechizo.
– Págueme la próxima semana – le repliqué. Siempre levanta la moral de la gente que ingresa a un hospital que uno le pida que le pague después de una operación. De pronto les hace pensar que después de todo, quizá van a vivir.
– Muy bien, Harry; gracias -dijo suavemente y se levantó para marcharse.
– ¿No le importa si no la acompaño? -le pregunté. Señalé mi capa verde como una explicación-. Los vecinos, ¿sabe? Piensan que soy un travestí o algo así.
Karen Tandy sonrió y dijo buenas noches. Me pregunté lo efectivo que sería todo eso. Después de irse me senté en mi sillón y pensé largamente. Había algo en esto que no funcionaba. Habitualmente, cuando mis clientes venían a contarme sus sueños, eran tópicos corrientes en tecnicolor sobre frustraciones sexuales o eróticas; algo así como ir a un cóctel con los Vanderbilts y encontrar que se te han caído los calzoncillos. Había sueños sobre volar y otros sobre comer, y sueños sobre accidentes y miedos imprecisables, pero ninguno de esos sueños tenían la claridad fotográfica sobrenatural y la secuencia totalmente lógica del sueño de Karen Tandy.
Levanté el teléfono y marqué. Llamó durante un par de minutos antes de que contestaran.
– ¿Dígame? -dijo una voz anciana-. ¿Quién es?
– Señora Karmann, soy Harry Erskine. Perdón por molestarla tan tarde.
– ¡Señor Erskine! Qué agradable escucharle. ¿Sabe? Estaba en la bañera, pero ahora estoy envuelta en mi toalla.
– Oh, lo lamento, señora Karmann, pero ¿le molesta si le hago una pregunta?
La encantadora viejecita rió.
– Con tal que no sea demasiado personal, señor Erskine.
– Creo que no, señora Karmann. Escuche, ¿usted recuerda un sueño que tuvo y que me contó hace dos o tres meses?
– ¿Cuál, señor Erskine? ¿El de mi marido?
– Eso mismo. Ese sobre su marido pidiendo auxilio.
– Bueno, déjeme ver -dijo la señora Karmann-. Sí, lo recuerdo bien; yo estaba de pie a la orilla del mar, y era en mitad de la noche, y hacía muchísimo frío. Recuerdo haber pensado en que debería haberme puesto la bata antes de salir. Luego escuché a mi marido susurrándome algo. El siempre susurra, sabe. Nunca viene y me grita en el oído. El susurraba algo de lo que yo no entendía nada, pero estaba segura que pedía auxilio.
Me sentí netamente raro y preocupado. No me importa mezclarme con lo oculto cuando se porta bien, pero cuando comienza a hacerse el loco yo siento escalofríos.
– Señora Karmann -le dije-. ¿Recuerda haber visto algo más en su sueño, aparte de la orilla del mar? ¿Había allí un barco o un bote? ¿Vio algunas cabañas o una aldea?
– No recuerdo que hubiese nada más -replicó la señora Karmann-. ¿Me lo pregunta por alguna razón en particular?
– No, es sólo por un artículo sobre sueños que estoy escribiendo para una revista, señora Karmann. Nada de importancia. Sólo pensé que me gustaría incluir un par de sus sueños, dado que siempre han sido muy interesantes.
Casi podía ver a la anciana pestañeando fascinada.
– Bueno, señor Erskine, es muy amable de su parte.
– Oh, otra cosa, señora Karmann. Y esto es muy importante.
– Dígame, señor Erskine.
– No le diga nada a nadie sobre esta conversación. Absolutamente a nadie. ¿Me entiende?
Ella suspiró, como si la última cosa en el mundo que se le ocurriría fuera comentarlo.
– Ni una palabra, señor Erskine, se lo juro.
– Gracias, señora Karmann. Fue una gran ayuda -dije, y dejé el teléfono más lentamente y con más cuidado de lo que nunca lo había hecho en mi vida.
¿Era posible que dos personas tuviesen sueños idénticos? Si lo era, entonces quizá toda esa charlatanería sobre señales del más allá podía ser real. Quizá tanto Karen Tandy como su tía, la señora Karmann, eran capaces de captar un mensaje de allá desde fuera de la noche, y representarlo en sus mentes.
No tomé en cuenta el hecho de que la señora Karmann decía que era su marido quien trataba de ponerse en contacto con ella. Todas las viudas mayores piensan que sus maridos están flotando en el éter, tratando de decirles ansiosamente algo de vital importancia, aunque lo más probable es que sus parejas fantasmas estén por ahí en la tierra de los espíritus jugando al golf, apretando las fantasmales tetas de las jovencitas núbiles y disfrutando unos pocos años de paz y serenidad antes de que sus antiguas mujeres vengan a unírseles.
Lo que yo pensaba era que la misma persona trataba de ponerse en contacto con las dos para comunicarles algún miedo innombrable que la acosaba. Pensé que probablemente fuera una mujer, pero con los espíritus nunca se puede saber. Se supone que más o menos carecen de sexo, y pienso que debe ser difícil tratar de hacer el amor a alguna señora- espíritu lujuriosa con nada más sustancial que un pene ectoplásmico.
Yo estaba tranquilamente sentado con todos estos pensamientos irreverentes cuando tuve la extraña sensación de que alguien es taba parado detrás mío, justo fuera de mi línea de visión. No me quise dar la vuelta, porque eso hubiera sido admitir mi ridículo miedo, pero de todos modos sentía un cosquilleo en mitad de mi espalda, y no pude evitar mirar hacia los costados para ver si en las paredes había alguna sombra desacostumbrada.
Eventualmente me puse de pie y eché una rápida mirada hacia atrás. Por supuesto, allí no había nada. Pero no pude evitar pensar que alguien o algo había estado -alguien oscuro y monástico y callado-. Comencé a silbar bastante alto y fui a servirme tres o cuatro dedos de whisky. Si había alguna especie de licor que yo realmente aprobara era ése. El agudo gusto a malta y cebada me volvió a tierra rápidamente.
Decidí tomar las cartas de Tarot para ver qué tenían que decir sobre esto. Ahora, fuera de todo el charlatanerío sobre videncia y espiritismo, tengo un cierto respeto por el Tarot, a pesar de mí mismo. No quiero creer en él, pero tiene el don peculiar de decirte exactamente en qué clase de estado se halla uno, no importa cuánto vino haya tratado de ocultarlo. Y cada carta tiene una curiosa sensación en ella, como si fuera un retrato momentáneo de un sueño que uno nunca termina de recordar bien.