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Mezclé las cartas y las dejé sobre la mesa de paño verde. Usé el arreglo de la cruz céltica de diez cartas porque es el más fácil. Esta te cruza, ésta te corona, ésta está detrás tuyo, ésta está delante tuyo…

Le hice al Tarot una pregunta muy simple y obedecí todas las reglas y las tuve firmemente en mi cabeza. La pregunta fue:

– ¿Quién le habla a Karen Tandy desde el más allá?

Mientras colocaba las cartas, una por una, no pude evitar un escalofrío. Nunca había visto una lectura así en mi vida. Algunas cartas del Tarot difícilmente aparecen al revés, y cuando lo hacen te llaman la atención en seguida porque son tan poco frecuentes. Las lecturas, para la mayoría de la gente, están llenas de cartas con litigios menores o cartas que muestran ansiedad sobre el dinero, o peleas en la casa; todas cartas menores, todas en las líneas de copas o espadas o bastos. Muy difícilmente se ven cartas de terribles desastres, como la Torre, que muestra a gente diminuta arrojada de un castillo por una gran llamarada, y yo jamás he dado la vuelta a la Muerte.

Pero la Muerte apareció, con su negra armadura, con su caballo negro de ojos rojos, con obispos y niños haciéndole reverencias. Y también lo hizo el Diablo, con su hostil echar fuego por los ojos, sus cuernos agresivos, y gente desnuda encadenada a su trono. Y así lo hizo el Mago, invertido. De esta forma, la carta del Mago significa un médico o mago, enfermedad mental o intranquilidad.

Me quedé mirando las cartas durante casi media hora. ¿El Mago? ¿Qué demonios significaba eso? ¿Quería decir que Karen tenía un desequilibrio mental? Quizá. Quizás ese tumor en su nuca hubiese afectado su cerebro. El problema con estas malditas cartas era que nunca eran lo suficientemente explícitas. Te daban cuatro o cinco interpretaciones posibles y uno tenía que arreglárselas por su cuenta.

¿El Mago? Mezclé de nuevo las cartas y utilicé la carta del Mago como pregunta. Para hacerlo tenía que colocarla en el centro de la mesa, cubrirla con otra carta y hacer de nuevo la cruz céltica. Luego las cartas me darían una explicación más detallada de qué significaba el Mago.

Coloqué nueve cartas boca abajo y luego di la vuelta a la décima. En la boca de mi estómago tenía una sensación muy extraña y comencé a sentir que algo me estaba mirando de nuevo. Eso no podía ser posible. La décima carta también era el Mago.

Yo levanté la carta que cubría mi carta- pregunta y ahí abajo estaba la Muerte. Quizás había cometido un error. De todos modos, yo estaba bastante seguro que primero había colocado la del Mago. Levanté todas las cartas de nuevo, y coloqué al Mago firmemente sobre la mesa y la cubrí con el dos de espadas, y continué poniendo cartas hasta llegar a la última.

Allí no había nada. Estaba en blanco.

Yo no creía en toda esta historia de predecir la suerte, pero tuve definitivamente la sensación de que ahí había alguien que me decía fuerte y firmemente que me metiera en lo mío.

Miré mi reloj. Era medianoche. Una buena hora para fantasmas y espíritus y una buena hora para irse a la cama. Mañana iría resueltamente a ver lo que Karen Tandy había escrito y puesto en el sobre.

CAPITULO DOS

En la oscuridad

La mañana siguiente, sábado, salió un sol naranja a eso de las diez y media y las calles con nieve comenzaron a convertirse en barrizales. Aún no hacía un frío tremendo y mi coche se paró dos veces camino del Hospital de las Hermanas de Jerusalén. La gente que paseaba iba chapoteando en las veredas sucias con sus abrigos y orejeras; figuras negras sin rostro, salidas de un sueño invernal.

Aparqué justo frente al hospital y entré a la recepción. Adentro hacía calor y era acogedor, con sus espesas alfombras y las palmeras y la conversación murmurada. Parecía más un lugar de vacaciones que una casa para gente enferma. En la entrada me atendió una joven inteligente con uniforme blanco almidonado y dientes blancos y almidonados.

– ¿Puedo ayudarle?

– Sí, creo que sí. Creo que esta mañana han dejado aquí un sobre para mí. Mi nombre es Erskine, Harry Erskine.

– Un momento, por favor.

Buscó a través de una pila de cartas y postales, y rápidamente volvió con un pequeño sobre blanco.

– ¿Erskine, el increíble? -leyó con una ceja levantada.

Yo tosí con incomodidad.

– Es un sobrenombre; usted sabe cómo son estas cosas.

– ¿Tiene alguna identificación, señor?

Busqué en mis bolsillos. Mi permiso de conducir estaba en casa y también mis tarjetas de crédito. Finalmente encontré una de mis tarjetas de visita y se la mostré. En ella estaba escrito: «Erskine, el increíble. Se dice la suerte, se predice el futuro, se interpretan los sueños.»

– Creo que realmente debe ser el destinatario -sonrió ella, y me entregó la carta.

Esperé hasta llegar a mi apartamento antes de examinar el sobre. Lo dejé sobre la mesa y lo inspeccioné de cerca. Justo el tipo de letra que yo hubiese esperado de una muchacha culta como Karen Tandy: firme, nítida y audaz. Me gustó particularmente la forma en que había escrito increíble. Tomé un par de tijeras para uñas de la cómoda y corté la parte superior del sobre. Adentro había tres o cuatro hojas de papel rayado, y parecía como si hubiesen sido arrancadas del anotador de una secretarla. Junto a ellas había una breve carta con la letra de Karen Tandy:

Querido señor Erskine:

Anoche tuve el sueño mucho más vivido que antes. He tratado de recordar todos los detalles y hubo dos cosas muy sorprendentes. La costa tenía una forma peculiar que he dibujado aquí. También he dibujado el velero, y todas las banderas que pude recordar.

El sentimiento de miedo también fue mucho más fuerte, y la sensación de la necesidad de escapar, muy poderosa.

Tan pronto como me haya recuperado de la operación le llamaré para ver qué piensa.

Su amiga, Karen Tandy.

Abrí las hojas de papel de anotador y las miré detalladamente. El improvisado mapa de la costa era claramente inútil. Era algo más que una línea torcida que podía haber sido cualquier parte en el mundo. Pero el dibujo del barco era más interesante. Estaba bastante detallado, y la bandera también era buena. Era posible que hubiese libros sobre veleros en la biblioteca, así como libros sobre banderas; por consiguiente, había posibilidades de que pudiese descubrir de qué barco se trataba.

Si en realidad era un barco real y no sólo una ficción de la imaginación tumorosa de Karen Tandy.

Me quedé sentado allí un rato largo, repasando el extraño caso de «mi amiga, Karen Tandy». Tenía ganas de ir a investigar lo del barco, pero eran casi las once y media y la señora Herz, debía venir; otra ancianita encantadora con más dinero que sentido común. El interés especial de la señora Herz era saber si podía tener problemas con sus cientos de parientes, todos los cuales estaban mencionados en su testamento. Después de cada sesión conmigo iba a su abogado y alteraba el legado de todos. Su abogado hacía tanto dinero con estos codicilos y reformas que en la última Navidad me había enviado una caja de Johnnie Walker etiqueta negra. Después de todo, él y yo estábamos en el mismo tipo de negocio.

Justo a las once y media tocaron a mi puerta. Colgué mi chaqueta en el armario, saqué mi capa verde, me puse el sombrero en la cabeza y me preparé para recibir a la señora Herz con mi habitual apariencia mística.

– Adelante, señora Herz. Es una buena mañana para el ocultismo.

La señora Herz debía tener setenta y cinco años. Era pálida y arrugada y sus manos eran como las patas de una gallina, y sus gafas le magnificaban los ojos como si fueran ostras nadando dentro de una pecera. Entró temblando sobre su bastón y se sentó en mi sillón con un suspiro frágil y agudo.