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Así me siento hoy dentro de estas mis cuatro paredes o cuando recorro la ciudad: opuesto a. ¿A qué? Primero, a los retratos que pinté y a mí mismo al pintarlos, pero no a lo que era cuando los pintaba: no puedo oponerme a lo que fui, y hoy menos que nunca: quise llamar a mí lo que fui (y creo que definitivamente lo hice) como quien llama a la propia sombra que quedó atrás y nos parece sucia, difusa en sus contornos, sólo recognoscible por un desmayado aire de familia, pero tan nuestra como el sudor o el esperma. Y opuesto también a lo que me rodea. Creo incluso que la mayor parte de esta tensión mía, viene ahora de ahí. Me siento como el soldado excitado que se impacienta con la tardanza del ataque del enemigo y avanza, o como el niño tembloroso de energía acumulada que apenas ha agotado un juego ansía ya otro. Liquidé (contabilicé, averigüé; destruí, aniquilé) un pasado y un comportamiento, y compruebo que no hice más que preparar un terreno: tiré las piedras, arranqué vegetación, arrasé lo que tenía a la vista, y de este modo (como con otras palabras y otras razones escribí) hice un desierto. Estoy ahora de pie en el centro, sabiendo que es éste el lugar de la casa que he de construir (si de una casa se trata), pero sin saber nada más.

Cuando Goya se retiró a su casa de campo (la Quinta del Sordo, le llamaron), ¿qué desierto hizo o se hizo en él, sordo y desierto, pues, pero no sólo por esa enfermedad? No voy a copiar aquí la biografía de Goya ni la historia de la España de su tiempo: Hablo de mí, no de Goya, debería hablar de Portugal (si no fuera tan difícil), no de España. Pero los hombres, que son diferentes, son también muy iguales, y los países son esas diferencias y esas igualdades combinadas (combinándose) infinitamente, a veces coincidentes sobre las fronteras y los tiempos, otras veces buscándose mutuamente o rechazándose. Cuando, en 1814, Goya pintó sus dos cuadros sobre los acontecimientos de mayo de 1808 y Fernando VII restauraba la Inquisición, ¿Qué tuvo que ver eso con Portugal, o qué iba a tener que ver? Aunque seamos un país ocupado diez veces (americanos, alemanes, ingleses, franceses, belgas, más cinco especies de capital portugués: monopolista, latifundista, colonialista, bolsista, estafador), no tenemos un mayo que recordar y revivir por los medios de la pintura y de la escritura; y si aquí está este pintor, Goya no. Pero si miro para los años portugueses que contiene mi vida, y digo nombres como Salazar Cerejeira Santos Costa Carmona Agostinho Lourenço Tontónio Pereira Pais de Sousa Rafael Duque António Ferro Carneiro Pacheco Marcelo Caetano Tomás Moreira Baptista Rebelo de Sousa Adriano Moreira Silva Pais Rui Patrício Veiga Simao Antonio Ribeiro [4] me viene la tentación, y cedo a ella, de pasar aquí, puntualmente el decreto de Fernando VII, a fin de que también alguna parte quede explicada de Portugal, aun sin parecerlo: «El glorioso título de Católicos, con el que los reyes de España se diferencian de los otros príncipes de la Cristiandad por no tolerar en su reino a nadie que profese otra religión sino la Católica, Apostólica y Romana, ha impulsado poderosamente mi corazón a emplear todos los medios que Dios ha puesto en mis manos para merecerlo. Las graves perturbaciones y la guerra que devastó todas las provincias del Reino durante seis años; la presencia en él, durante todo este tiempo, de tropas extranjeras, pertenecientes a varias sectas, casi todas contaminadas de odio y aversión a la religión católica; el desorden que siempre sigue el rastro de tales males, juntamente con la falta de cuidados tomados en esas épocas para proveer a las necesidades de la religión, dieron a los pecadores completa licencia de vivir como quisiesen y la oportunidad de introducir en el Reino e insinuar en el pueblo opiniones perniciosas por los mismos medios utilizados para propagarlos en otros países. Con vista, por un lado, a obtener un remedio para tan grave mal y preservar en mis dominios la santa religión de Jesucristo, que amamos y por quien mi pueblo dio su vida y vive muy feliz, y también con vista a los encargos que las leyes fundamentales del Reino imponen sobre el príncipe reinante, y que yo juré proteger y observar, y porque es el mejor medio de preservar a mis súbditos de disensiones internas y de mantenerlos en estado de tranquilidad y de calma, creo que será un gran beneficio en las presentes circunstancias restaurar, para el ejercicio de su jurisdicción, el Tribunal del Santo Oficio. Sabios y virtuosos prelados y muy importantes corporaciones e individualidades, tanto eclesiásticas como seculares, me recordaron que debemos agradecer a este tribunal el que España no hubiera sido contaminada por los errores que provocaron tales atribuciones en otros países durante el siglo XVI, mientras nuestro país florecía en todas las esferas de las letras, en grandes hombres, en santidad y en virtud; que uno de los principales medios utilizados por el Opresor de Europa para difundir la corrupción y la discordia, tan ventajosa para él, fue la destrucción de este tribunal bajo pretexto de no ser ya compatible con el iluminismo de la época; y que más tarde, las llamadas Cortes Generales Extraordinarias usaron del mismo pretexto y del de la Constitución para abolirlo turbulentamente y con pesar de la nación. Por esas razones me han aconsejado lealmente que restablezca ese tribunal; y yo, accediendo a su petición y a la voluntad del pueblo, que en la ansiedad de su amor por la religión de su país por propia iniciativa ha restaurado ya algunos tribunales más inferiores en sus funciones; decidí que, en adelante, el Consejo de la Inquisición y los otros Tribunales del Santo Oficio sean restaurados y sigan funcionando en el ejercicio de su jurisdicción». Porventura (pordes-gracia) los dueños de los nombres que he citado se inspiraron o inspiran aún en empalagosas e hipócritas palabras como éstas, porventura (pordesgracia) en otras más distantes de nuestro rey Donjuan III (el piadoso) cuando en 1531 imploraba al Papa que en Portugal fuese instituida la Inquisición. Porventura (pordesgracia) en gente más moderna, en Mussolini y Hitler, muertos ya. Pero sin duda Franco (generalísimo) aprendió con Fernando VII, Salazar con sus maestros de Coimbra, discípulos e hijos legítimos o bastardos de Don Juan III y su linaje de ratas de cuatro siglos. En cuanto a Marcelo, toda la vida alumno, mira a su alrededor, y no encuentra en el mundo a quien seguir: se acerca el tiempo de su podredumbre.

Y yo ¿qué hago? Yo, portugués, pintor que fui de gente fina y hoy en paro, yo, retratista de los protectores y los protegidos de Salazar y Marcelo y sus opresiones de censura-y-pide [5], y por eso protegido por aquellos que aquello protegen protegiéndose, y en consecuencia también protegido y protector en la práctica, aunque no en los pensamientos, ¿qué hago? Está el desierto hecho a mi alrededor para llenarlo ¿de qué? Transcribir, como otras cosas, dos páginas de Marx y profundamente creer en ellas, tener ciencia bastante y agudeza para confrontarlas con la historia y reconocerlas exactas, ¿qué es si no fuera más que esta intelectual labor? Sr. Marx: en este pequeño mundo y sociedad es mi trabajo, se han alterado las relaciones de producción: ¿para quién va a trabajar ahora el pintor? ¿Y por qué? ¿Y para qué? ¿Alguien quiere al pintor, alguien precisa de él, alguien viene a este desierto a buscarlo? Anda aquí (y no sólo ahora) la abstracción tentando a los pintores: copian ellos la ilusión que el caleidoscopio muestra, la agitan suavemente de vez en cuando y continúan sabiendo de antemano que nunca aparecerá un rostro humano en el juego de los espejos y de los fragmentos coloreados. Será llenar el desierto, pero no es habitarlo. Aunque (y a esto consigue llegar mi comprensión de pintor portugués de sus burgueses) no baste la topografía de los rostros para poblar desiertos y telas que estaban desiertas: desiertos quedan. No obstante, demos tiempo al tiempo. El tiempo sólo precisa de tiempo. La revuelta del pueblo de Madrid, en 1808, sólo encontró a Goya preparado en 1814. Verdad es que la historia anda más rápida que los hombres que la pintan o escriben. Probablemente no se puede evitar. Me pregunto: si tengo algún papel que representar mañana, ¿qué casos acontecidos hoy van a quedar a mi espera? (A no ser que esta esperanza en una justicia distributiva sea, al fin, una manifestación protectora del espíritu de renuncia. Opóngasele, pues, el espíritu de voluntad. Me gustaría saber qué habría pensado Goya al respecto. Y Marx.)