Ahora, el retrato, el autorretrato, la autopsia, que significa, en primer lugar, inspección, contemplación, examen de mí mismo. A este lado, el espejo; a este lado, la tela. Yo entre los dos, como el rotífero entre dos láminas de vidrio, deteniéndose en su última gota de agua para ser observado al microscopio. Toda la luz que pueda reunir pero no tanta que apague los rasgos, no tan poca que los esconda. Y un pincel muy firme, híbrido ser, hijo de animal y de vegetal, dura y larga asta con pelos de marta en vez de hojas de sauce. La tela está aún blanca. Es ella misma otro espejo cubierto de polvo. Diría que mi rostro está ya pintado por debajo de una capa compacta que habrá que levantar. Vuelvo a decir que el pincel es como un bisturí. ¿Será también una navaja, un raspador, un pico? Esto es también un trabajo de arqueología.
Tengo ideas definidas sobre el cuadro. Habrá abajo una barra negra, algo parecido a un parapeto o a un muro. Tendré la mano izquierda posada en ese balcón uniforme, liso, y la derecha asentada sobre ella, sosteniendo unas hojas de papel. En la hoja de encima, doblada según un ángulo que permita la lectura, estarán dibujadas las tres primeras palabras de este manuscrito: demuestro así que la espiral puede ser representada por las letras del alfabeto. Me representaré de medio cuerpo. Detrás de mí, como si me asomara al muro para ver quién pasa, habrá un paisaje de llanura, en nivel inferior, con árboles y quizá los meandros de un río (Meandro: río de Turquía, célebre por sus muchas curvas. Nombre actuaclass="underline" Buyuck-Menderez). Por encima de todo, y de mí, como no podía dejar de ser, cielo y nubes. Este cuadro será blasonado. Tendrá en el ángulo superior izquierdo una copia miniatural de los señores de la Lapa, y en el ángulo superior derecho otra copia reducida: la del cuadro que copié y adapté de Vitale da Bologna. Prolongación de este manuscrito, escrito él mismo a mano, el retrato copiará algo. Como el manuscrito, y en contra de lo que suele hacerse, no disimulará las costuras, las soldaduras, los remiendos, la obra de otra mano. Al contrario: lo acentuará todo. Deseará, no obstante, decir más, como copia, de lo que dicho esté en lo copiado. Al desearlo, no creerá poderlo decir mejor: lo peor que por infelicidad dijere, tendrá la misma o todavía mayor necesidad: aún no había sido dicho. El retrato de Paracelso pintado por Rubens es, sin duda, mejor que este que saldrá de mis manos: es él, sin embargo, mi modelo, mi referencia, es él el que está en el retrato que he descrito. Este cuadro mío, en suma (tal como hice, con buenas razones, el manuscrito), no rechazará la copia, sino que la hará explícita. Por eso, es una verificación. Toda obra de arte, aunque sea tan poco merecedora como esta mía, debe ser una verificación. Si queremos buscar una cosa, tendremos que levantar las coberturas (o piedras, o nubes, pero digamos, como hipótesis, que son coberturas) que la ocultan. Ahora bien, yo creo que no valdremos mucho como artista (y, obviamente, como hombre, como gente, como persona) si, hallada por suerte o por trabajo la cosa buscada, no seguimos levantando el resto de las coberturas, apartando piedras, despejando nubes, todas, hasta el fin. Recordemos que la primera cosa puede haber sido puesta allí sólo para distraemos de la segunda. Verificar, simple opinión mía, es la verdadera regla de oro.
Empiezo a formar la primera pintura en la paleta. No es un color intermedio que precise componer y armonizar, como las voces del Magnificat de Monteverdi que en este momento llenan el taller. Me limito a exprimir el tubo generosamente, sin escatimar color. Negro. Ahora para revelar, no para esconder. Trabajaré todo el día.
Ha caído el régimen. Golpe militar, como se esperaba. No sé describir el día de hoy: las tropas, los carros de combate, la felicidad, los abrazos, las palabras de alegría, el nerviosismo, el puro júbilo. Estoy en este momento solo: M. ha ido a ver a alguien del Partido, no sé dónde. Va a acabar la clandestinidad. Mi autorretrato está muy adelantado. Dormíamos en mi casa, M. y yo, cuando Chico, noctívago, telefoneó gritándonos que pusiéramos la radio. Nos levantamos de un salto (¿estás llorando, mi amor?): «Aquí Puesto de Mando de las Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas portuguesas hacen un llamamiento a todos los habitantes de la ciudad de Lisboa». Nos abrazamos (mi amor, estás llorando), y envueltos en la misma sábana abrimos la ventana: la ciudad, oh ciudad, aún noche sobre nuestras cabezas, pero se ve ya una claridad difusa a lo lejos. Dije: «Mañana iremos a buscar a Antonio». M. se ciñó a mí. «Y un día de éstos te daré unos papeles que tengo ahí. Para que los leas.» «¿Secretos?», preguntó ella, sonriendo. «No. Papeles. Cosas escritas.»
[1] Pega, en portugués, «mango», «asa». Juego de palabras intraducible al español. (N. del E.).
[2] O crime do padre Amaro, de José Maria Eça de Queirós. (N. del T.)
[3] Títulos de novelas portuguesas del siglo XIX. (N. del T)
[4] Figuras políticas salazaristas y postsalazaristas (N. del T.)
[5] PIDE: policía política de la dictadura de Salazar. (N. del E)
[6] La forma apocopada mi del adjetivo posesivo portugués es meu; de aquí las apreciaciones sobre la e y la u de Meu amor. (N. del T)