Unos quinientos años después, Tácito y Plinio re-tomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del Fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo investigó la cronología, del Fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en to-dos sus detalles, por repetirse los influjos de los pla-netas; el Fénix vendría a ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos en-seíiaron que el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo principio.
Los años simplificaron el mecanismo de la gene-ración del Fénix. Heródoto menciona un huevo, y Plinio, un gusano, pero Claudiano, a fines del siglo iv, ya versifica un pájaro inmortal que resurge de su ceniza, un heredero de sí mismo y un testigo de las edades.
Pocos mitos habrá tan difundidos como el del Fénix. A los autores ya enumerados cabe agre-gar: Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno, XXIV), Shakespeare (Enrique VIII, V, 4), Pellicer (El Fénix y su historia natural), Quevedo (Parnaso espaiñol, VI), Milton (Samson Agonistes, in fine).