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(Más de quinientos años después, en Alejandría, Orígenes enseñó que los bienaventurados resucita-rían en forma de esferas y entrarían rodando en la eternidad.)

En la época del Renacimiento, el concepto del cielo como animal reapareció en Vanini; el neopla-tónico Marsilio Ficino habló de los pelos, dientes y huesos de la tierra, y Giordano Bruno sintió que los planetas eran grandes animales tranquilos, de sangre caliente y de hábitos regulares, dotados de razón. A principios del siglo xvii, Kepler discutió con el ocultista inglés Robert Fludd la prioridad de la con-cepción de la tierra como monstruo viviente, "cuya respiración de ballena, correspondiente al sueño y a la vigilia, produce el flujo y el reflujo del mar". La anatomía, la alimentación, el color, la memoria y

la fuerza imaginativa y plástica del monstruo fueron estudiados por Kepler.

En el siglo xix, el psicólogo alemán Gustav

Theodor Fechner (hombre alabado por William James, en la obra A pluralistic universe) repensó con una suerte de ingenioso candor las ideas anteriores. Quienes no desdeñan la conjetura de que la tierra, nuestra madre, es un organismo, un organismo superior a La planta, al animal y al hombre,pueden examinar las piadosas páginas de su Zend-Avesta. Ahí leerán, por ejemplo, que la figura esférica de la tierra es la del ojo humano, que es la parte más noble de nuestro cuerpo. También,"que si realmente el cielo es la casa de los ángeles,

y éstos sin duda son las estrellas, porque no hay otros

habitantes del cielo".

DOS ANIMALES METAFÍSICOS

EL PROBLEMA del origen de las ideas agrega dos curiosas criaturas a la zoología fantástica. Una fue imaginada al promediar el siglo XVIII; la otra, un siglo después.