Hay un pescado llamado la rémora, muy acostumbrado a andar entre piedras, el cual, pegándose a las carenas, hace que las naos se muevan más tardas, y de aquí le pusieron el nombre, y por esta causa es también infame hechicería, y para detener y obscurecer los juicios y pleitos. Pero estos males los modera con un bien, porque retiene en el vientre las criaturas hasta el parto. No es bueno ni se recibe para manjares. Entiende Aristóteles tener este pescado pies, pues tiene puestas de tal manera la multitud de sus escamas que lo parecen… Trebio Negro dice que este pez es del largo de un pie y del grueso de cinco dedos y que detiene los navíos y, fuera de esto, que poniéndole conservado en sal tiene la virtud de que el oro caído en profundísimos pozos lo saca pegado a él [10].
Extraño es comprobar cómo de la idea de detener
los barcos se llegó a la de detener los pleitos y a la de detener las criaturas.
En otro lugar, Plinio refiere que una rémora decidió la suerte del Imperio romano, deteniendo en la batalla de Accio la galera en que Marco Antonio revistaba su escuadra, y que otra rémora paró el navío de Calígula, a pesar del esfuerzo de los cuatrocientos remeros. Soplan los vientos y se encolerizan las tempestades -.exclarna Plinio-, pero la rémora sujeta su furia y ordena que los barcos se detengan en su carrera y alcanza lo que no alcanzarían las más pesadas áncoras y los cables.
"No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de una nave detiene una pequeña rémora", repite Diego de Saavedra Fajardo [11].
UN REY DE FUEGO Y SU CABALLO
HERÁCLITO enseñó que el elemento primordial era el fuego, pero ello no equivale a imaginar seres hechos de fuego, seres labrados en la momentánea y cambiante substancia de las llamas. Esta casi imposible concepción la intentó William Morris, en el relato El anillo dado a Venus del ciclo El Paraíso terrenal (1868-70). Dicen así los versos: