El Señor de aquellos demonios era un gran rey, coronado y cetrado. Como una llama blanca resplandecía su rostro, perfilado como un rostro de piedra; pero era un fuego que se transformaba y no carne, y lo surcaban el deseo, el odio y el terror. Su cabalgadura era prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se parecía a esas bestias, y cambiaba como las figuras de un sueno.
Tal vez en lo anterior hay algún influjo de la deliberadamente ambigua personificación de la Muerte en el Paraíio perdi4o (II, 666-73). Lo que pa-rece la cabeza lleva corona y el cuerpo se confunde con la sombra que proyecta a su alrededor.
LA SALAMANDRA
No SÓLO es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el diccionario de la Academia no se equivoca) "un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas simétricas". De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie sorprenderá su inclusión en este manual.
En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el fuego con incrédulamente que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En el libro XI, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la pyrausta, que habita en lo interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal.
El fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la salamandra, como ejemplo de que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pneden los cuerpos ser perpetuos en el fuego y que se abre así:
¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que