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LOS SERES TÉRMICOS

AL VISIONARIO y teósofo Rudolf Steiner le fue revelado que este planeta, antes de ser la tierra que conoeemos, pasó por una etapa solar, y antes por una etapa saturnina. El hombre, ahora, consta de un cuerpo físico, de un cuerpo etéreo, de un cuerpo astral y de un yo; a principios de la etapa o época saturnina, era un cuerpo físico, únicamente. Este cuerpo no era visible ni siquiera tangible, ya que en-tonces no había en la tierra ni sólidos ni líquidos ni gases. Sólo había estados de calor, formas térmicas.

Los diversos colores definían en el espacio cósmico fi-guras regulares e irregulares; cada hombre, cada ser, era un organismo hecho de temperaturas cambiantes. Según el testimonio de Steiner, la humanidad de la epoca saturnina fue un ciego y sordo e impalpable conjunto de calores y fríos articulados. "Para el investigador, el calor no es otra cosa que una substancia aún más sutil que un gas", leemos en una página de la obra Die gebeimwissenschaft im Umriss (Bosquejo de las ciencias ocultas). Antes de la etapa solar, espí-ritus del fuego o arcángeles animaron los cuerpos de aquellos "hombres", que empezaron a brillar y a resplandecer.

¿Soñó estas cosas Rudolf Steiner? ¿Las soñó por. que alguna vez habían ocurrido, en el fondo del tiempo? Lo cierto es que son harto más asombrosas que los demiurgos y serpientes y toros de otras cosmogonías.

EL SIMURG

EL SIMURG es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama Yggdrasill.

El Thalaba (1801) de Southey y la Tentación de San Antonio (1874) de Flaubert hablan del Simorg Anka; Flaubert lo rebaja a servidor de la reina Belkis y lo describe como un pájaro de plumaje anaranjado y metálico, de cabecita humana, provisto de cuatro alas, de garras de buitre y de una inmensa cola de pavo real. En las fuentes originales el simurg es más importante. Firdusí, en el Libro de Reyes, que recopila y versifica antiguas leyendas del Irán, lo hace padre adoptivo de Zal, padre del héroe del poema; Farid al-Din Attar, en el siglo XIII, lo eleva a símbolo o imagen de la divinidad. Esto sucede en el Mantiq al-tayr (Coloquio de los pájaros). El argumento de esta alegoría, que integran unos cuatro mil quinientos dísticos, es curioso. El remoto rey de los pájaros, el simtag, deja caer en el centro de China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su presente anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la tierra. Al principio, algunos pájaros se acobardan: el ruiseñor alega su amor por la rosa; el loro, la belleza que es la razón de que viva enjaulado; la perdiz no puede prescin dir de las sierras, ni la garza de los pantanos ni la lechuza de las ruinas. Acometen al fin la desesperada aventura; superan siete valles o mares; el nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros mueren en 'la travesía. Treinta, purificados por sus trabajos pisan la montaña del simurg. Lo contemplan al fin: