"No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de una nave detiene una pequeña rémora", repite Diego de Saavedra Fajardo [11].
UN REY DE FUEGO Y SU CABALLO
HERÁCLITO enseñó que el elemento primordial era el fuego, pero ello no equivale a imaginar seres hechos de fuego, seres labrados en la momentánea y cambiante substancia de las llamas. Esta casi imposible concepción la intentó William Morris, en el relato El anillo dado a Venus del ciclo El Paraíso terrenal (1868-70). Dicen así los versos:
El Señor de aquellos demonios era un gran rey, coronado y cetrado. Como una llama blanca resplandecía su rostro, perfilado como un rostro de piedra; pero era un fuego que se transformaba y no carne, y lo surcaban el deseo, el odio y el terror. Su cabalgadura era prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se parecía a esas bestias, y cambiaba como las figuras de un sueno.
Tal vez en lo anterior hay algún influjo de la deliberadamente ambigua personificación de la Muerte en el Paraíio perdi4o (II, 666-73). Lo que pa-rece la cabeza lleva corona y el cuerpo se confunde con la sombra que proyecta a su alrededor.
LA SALAMANDRA
No SÓLO es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el diccionario de la Academia no se equivoca) "un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas simétricas". De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie sorprenderá su inclusión en este manual.
En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el fuego con incrédulamente que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En el libro XI, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la pyrausta, que habita en lo interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal.
El fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la salamandra, como ejemplo de que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pneden los cuerpos ser perpetuos en el fuego y que se abre así:
¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que
atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso, ruegan que lo demostremos por medio de algún ejemplo. Respondemos a éstos que hay efectivamente algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin embargo, viven en medio del fuego.
A la salamandra y al fénix recurren también los poetas, como encarecimiento retórico. Así, Quevedo, en los sonetos del cuarto libro del Parnaso espaflol, que "canta hazañas del amor y de la hermosura":
Al promediar el siglo XII, circuló por las naciones de Europa una falsa carta, dirigida por el Preste Juan, Rey de Reyes, al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de prodigios, habla de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de piedras, y de un Mar de Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en cl reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren invisibilidad o alumbran
la noche. Uno de los párrafos dice: "Nuestros dominios dan el gusano llamado salamandra. Las sala-mandras viven en el fuego y hacen capullos, que las señoras de palacio devanan, y usan para tejer telas y vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las arrojan al fuego."
De estos lienzos y telas incombustibles que se limpian con fuego, hay mención en Plinio (XIX, 4) y en Marco Polo (XXXIX). Aclara este último:
"La salamandra es una substancia, no un animal." Nadie, al principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como de piel de salamandra y fueron testimonio incontrovertible de que la salamandra existía.
En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. este le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria.
Las salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus elementales del fuego. En esta atribu-ción y en un argumento de Aristóteles, que Cicerón ha conservado en el primer libro de su De at ura deorum, se descubre por qué los hombres propendieron a creer en la salamandra. El médico siciliano Empédocles de Agrigento había formulado la teoría de cuatro "raíces de cosas", cuyas desuniones y uniones, movidas por la Discordia y por el Amor, componen la historia universal. No hay muerte; sólo hay partículas de "raíces", que los latinos llamarían elementos, y que se desunen. astas son el fuego, la tierra, el aire y el agua. Son increadas y ninguna es más fuerte que otra. Ahora sabemos (ahora creemos saber) que esta doctrina es falsa, pero los hombres la juzgaron preciosa y generalmente se admite que fue benéfica. "Los cuatro elementos que integran y mantienen el mundo y que aún sobreviven en la poesía y en la imaginación popular tienen una historia larga y gloriosa", ha escrito Theodor Gomperz. Ahora bien, la doctrina exigía una paridad de los cuatro elementos. Si había animales de la tierra y del agua, era preciso que hubiera animales del fuego. Era preciso, para la dignidad de la ciencia, que hubiera salamandras.
En otro artículo veremos cómo,Aristóteles logró animales del aire.
Leonardo da Vinci entiende que la salamandra se alimenta de fuego y que éste le sirve para cambiar la piel.
LOS SERES TÉRMICOS
AL VISIONARIO y teósofo Rudolf Steiner le fue revelado que este planeta, antes de ser la tierra que conoeemos, pasó por una etapa solar, y antes por una etapa saturnina. El hombre, ahora, consta de un cuerpo físico, de un cuerpo etéreo, de un cuerpo astral y de un yo; a principios de la etapa o época saturnina, era un cuerpo físico, únicamente. Este cuerpo no era visible ni siquiera tangible, ya que en-tonces no había en la tierra ni sólidos ni líquidos ni gases. Sólo había estados de calor, formas térmicas.
Los diversos colores definían en el espacio cósmico fi-guras regulares e irregulares; cada hombre, cada ser, era un organismo hecho de temperaturas cambiantes. Según el testimonio de Steiner, la humanidad de la epoca saturnina fue un ciego y sordo e impalpable conjunto de calores y fríos articulados. "Para el investigador, el calor no es otra cosa que una substancia aún más sutil que un gas", leemos en una página de la obra Die gebeimwissenschaft im Umriss (Bosquejo de las ciencias ocultas). Antes de la etapa solar, espí-ritus del fuego o arcángeles animaron los cuerpos de aquellos "hombres", que empezaron a brillar y a resplandecer.
¿Soñó estas cosas Rudolf Steiner? ¿Las soñó por. que alguna vez habían ocurrido, en el fondo del tiempo? Lo cierto es que son harto más asombrosas que los demiurgos y serpientes y toros de otras cosmogonías.