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– No hay preguntas -dijo en un tono cargado de connotaciones.

Eran las cuatro y veinte de la tarde. A todos les sonaban las tripas, pero nadie pensaba en ir a comer. El juez Murdoch tampoco echó ningún vistazo al reloj. Pidió a los abogados que expusieran sus conclusiones finales.

Y, para deleite de Collins, fueron anticlimáticas. Tal como él las quería. Tenía un jurado hambriento, un juez y un público subyugados, y un testigo preocupado.

Cuando el jurado se marchó, dejó la sala de un modo insólito: inmóvil.

Todos los presentes permanecieron en sus asientos como si supieran que la espera sería corta. Incluido el juez Murdoch, que esperó reverentemente en silencio, con demasiado calor y mucha hambre pero sin querer perderse el sonido del primer paso que indicara la vuelta del jurado.

Pasados exactamente siete minutos, doce pares de zapatos repiquetearon en la madera de la tarima donde había doce sillas esperando. Cuando los miembros del jurado estuvieron sentados, una pregunta se elevó hacia el alto techo.

– Señoras y señores del jurado, ¿han llegado a un veredicto?

– Sí, señoría.

– ¿Podrían dárselo al alguacil, por favor?

El alguacil lo recogió y se lo entregó a Murdoch, que desdobló la hojita de papel blanco y la leyó en silencio antes de devolvérsela al presidente del jurado.

– Puede leer el veredicto a la sala.

Las manos de Elly aferraron las de Lydia y las de la señorita Beasley. Will contuvo la respiración.

– Nosotros, los miembros del jurado, encontramos al acusado, William Lee Parker, inocente.

Fue un caos. Will se dio la vuelta. Elly se llevó las manos a la boca y se echó a llorar. La señorita Beasley y Lydia intentaron abrazarla. Collins intentó felicitar a Will, pero tanto éste como Elly tenían una única idea en la cabeza: reunirse. Se abrieron paso entre la gente mientras les daban palmaditas en la espalda, pero no las notaban. Distintas voces los felicitaban, pero no las oían. Les dirigían un montón de sonrisas, pero ellos sólo se veían el uno a la otra… Will… y Elly. Chocaron y se enlazaron en medio de la multitud. Se besaron apasionada y precipitadamente. Hundieron la cara en el cuello del otro, donde se refugiaron y se sostuvieron mutuamente.

– Elly… ¡Oh, Dios mío…!

– Will… Mi querido Will…

Will la oyó sollozar.

Elly lo oyó tragar saliva con fuerza.

Con los ojos cerrados, mecieron sus cuerpos, se olieron, se sintieron, se aislaron de todo lo demás.

– Te amo -logró decirle Will al oído-. Nunca dejé de amarte.

– Ya lo sé. -Le besó la mandíbula.

– Y siento mucho lo que pasó.

– También lo sé -aseguró Elly, y soltó una carcajada que un sollozo entrecortó.

La gente chocaba con ellos. Un reportero llamó a Will. Los testigos esperaban para felicitarlos.

– No te alejes de mí -ordenó Will con firmeza a Elly en el oído antes de atraerla hacia sí. Ella le rodeó la cintura con los brazos y se apretujó contra su cuerpo mientras Will hacía lo que se esperaba de él.

Estrechó la mano de Collins y recibió una fuerte palmada en la espalda.

– Bueno, joven, ha sido un placer de principio a fin.

– Eso será para usted -rio Will.

– No dudé ni un instante que usted iba a ganar.

– Querrá decir que íbamos a ganar.

– Sí -afirmó Collins poniendo la mano libre en el hombro de Elly para incluirla-, supongo que tiene razón: «Que íbamos a ganar.» -Soltó una risita y añadió-: Si alguna vez busca trabajo, jovencita, conozco a unos cuantos buenos abogados que le pagarían un buen sueldo para que empleara sus artimañas para ayudar a sus clientes. Tiene intuición y habilidad.

Elly rio y separó la mejilla de la solapa de Will el tiempo suficiente para mirarle los felices ojos castaños.

– Lo siento, señor Collins, pero ya tengo trabajo, y no lo cambiaría por nada del mundo.

Will le besó la nariz y los tres compartieron un montón de manos entusiasmadas que querían estrechar las suyas, hasta que Lydia Marsh los interrumpió rodeando el cuello de Elly.

– ¡Oh, Elly, me alegro tanto por ti! -Le puso una mejilla en la de ella-. Y por usted también, Will -dijo, antes de ponerse de puntillas para darle un abrazo impulsivo.

– No sé cómo darle las gracias, señora Marsh -aseguró Will con el corazón a punto de estallarle.

Lydia sacudió la cabeza conteniendo las lágrimas, incapaz de expresar su cariño de otra forma que no fuera tocándole la mejilla. Después, dio un beso a Elly.

– Nos veremos pronto -prometió, y se marchó.

– Señor Parker -lo llamó un segundo reportero-, ¿podría hablar con usted un minuto?

Pero ahí estaban Nat y Norris MacReady, sonriendo como un par de sujetalibros añejos, luciendo orgullosos sus uniformes militares que olían a bolas de naftalina.

– Nat… Norris… -Will les estrechó con ímpetu la mano y les dio una palmadita campechana en el cuello a ambos-. ¡No saben lo contento que he estado de tenerlos a mi lado! ¿Qué puedo decir? Sin ustedes, puede que todo hubiera terminado de otra forma.

– Lo que sea por un veterano -respondió Nat.

– Díganos que seguiremos teniendo miel -intervino Norris.

Mientras reían, la señora Gaultier y el doctor Kendall se les acercaron y tocaron los hombros de Will con una sonrisa en los labios.

– Felicidades, señor Parker.

El reportero sacó una fotografía mientras Will les estrechaba la mano y les daba las gracias.

Con la impresión de estar atrapado en una vorágine, Will se vio obligado a entregarse a desconocidos y a amigos por igual mientras los reporteros le seguían disparando preguntas.

– Señor Parker, ¿es verdad que Harley Overmire lo había despedido del aserradero tiempo atrás?

– Sí.

– ¿Porque había estado en la cárcel?

– Sí.

– ¿Es verdad que se cortó el dedo para evitar incorporarse al ejército?

– No puedo especular sobre eso. Escuchen, ha sido un día muy largo y…

Trató de acercarse a la puerta, pero la multitud bienintencionada pululaba a su alrededor como las polillas alrededor de la luz.

– Señor Parker…

– Felicidades, Will…

– Y a ti también, Eleanor…

– Enhorabuena, joven. Usted no me conoce pero soy…

– Señor Parker, ¿podría firmarme un autógrafo? -dijo un muchacho que llevaba una gorra de béisbol.

– Muy bien, Will…

– Nos alegramos tanto por los dos, Elly…

– Felicidades, Parker. Venga con la parienta al café y los invitaré a comer…

Will no deseaba ser la actuación principal de un circo de tres pistas, pero aquellas personas eran vecinos del pueblo que por fin los acogían a él y a Elly en su seno. Les estrechó la mano, les devolvió la sonrisa y se mostró debidamente agradecido. Hasta que ya no pudo más y tuvo que escaparse para estar a solas con Elly. Como respuesta a las bromas de alguien, estrechó con más fuerza a Elly contra su cuerpo, la levantó hasta que uno de sus pies dejó de tocar el suelo y le besó la sien.

– Marchémonos de aquí -le susurró entonces, y ella le abrazó la cintura para dirigirse con él hacia la puerta.

Y allí estaba la señorita Beasley, esperando pacientemente su turno.

El reportero persiguió a Will y a Elly cuando se acercaron a la bibliotecaria.

– Señor Parker, señora Parker, ¿podría alguno de los dos hacer un comentario sobre la detención de Harley Overmire?

Ignoraron la pregunta.

La señorita Beasley llevaba un vestido de color verde apagado y tenía las manos cruzadas bajo sus abundantes pechos, con el bolso colgado de una muñeca. Will empujó ligeramente a Elly hacia delante, hasta que los dos estuvieron a medio metro de la bibliotecaria. Entonces soltó a su mujer.