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¿Qué demonios ocurría? Conocía a Carolyn desde que era una adolescente, había sido su médico y su amiga. Melis siempre la había considerado fuerte como una roca, pero esta noche no lo había sido. Su voz sonaba… como rota.

Sintió un ataque de pánico.

– Dios mío. -Bajó los pies al suelo y echó a correr por el pasillo hasta la habitación de invitados -. Cal. Despierta. Tengo que llamar a la policía y viajar a Nassau.

De prisa. Tenía que apurarse.

Melis saltó del taxi en la pequeña terminal y se apresuró a pagarle al taxista. Se dio la vuelta y echó a andar hacia la entrada principal.

– Melis.

Kelby la esperaba al otro lado de la entrada. Ella se detuvo.

– Dios, lo único que me faltaba. -Pasó por delante de él y se dirigió al mostrador de pasajes -. No me moleste, Kelby, tengo que tomar un avión.

– Lo sé. Pero tendrá que cambiar de avión en San Juan para llegar a Nassau en un vuelo comercial. He alquilado un jet privado y un piloto. -La tomó por el codo -. Llegaremos dos horas antes.

Ella se apartó de él.

– ¿Cómo sabía que yo iba a volar esta noche?

– Cal. Estaba preocupado por usted y porque no le permitió que la acompañara.

– Entonces, ¿lo llamó?

– La noche en que llamó para aceptar mi ofrecimiento de trabajo, le pedí que estuviera atento a cualquier problema que usted pudiera tener.

– Por Dios, no puedo creer que él le haya telefoneado.

– No la estaba traicionando. Intentaba ayudar.

– Y hacerle un favor a su nuevo jefe -dijo ella, torciendo los labios en una mueca.

Kelby negó con la cabeza.

– Es leal con usted, Melis. Simplemente está preocupado. No le gustó la llamada de Carolyn Muían. A mí tampoco.

A Melis tampoco. Se asustó al recibir la llamada y su miedo había seguido creciendo.

– Eso no es asunto suyo. Yo no soy asunto suyo.

– Pero Marínth es asunto mío porque yo lo he decidido así. Y usted forma parte de todo eso. -La miró a los ojos -. Como Carolyn Muían. Wilson ha estado intentando contactar con ella durante los últimos dos días. Alguien puede haberse dado cuenta de que estábamos tratando de hablar con ella y quizá la persigan. O es posible que hayan llegado ellos primero y ésa sea la razón por la que no podemos encontrarla.

– ¿Y quién puede ser ese «alguien»?

– No lo sé. Si lo supiera, se lo diría. Mientras buscábamos a Lontana había otro barco recorriendo la zona. Pudo ser algo totalmente inocente pero estoy tratando de averiguar quién era. Puedo estar siguiendo una pista falsa. Quizá la desaparición de Carolyn Muían no tenga nada que ver con la muerte de Lontana -añadió muy serio -. Pero no me gusta el hecho de que la están forzando a atraerla a usted a Nassau. Eso no pinta nada bien.

– ¿Nada bien? Es terrible. No se imagina lo difícil que es hacer que Carolyn…

– Pero usted viaja a Nassau y eso es lo que ella le dijo que no hiciera.

– No puedo hacer otra cosa. Antes de salir de la isla llamé a la policía de Nassau y ahora ellos la están buscando.

Kelby asintió.

– Yo también los llamé. Pensé que podía servir de ayuda. De todos modos, venga usted conmigo o no, me voy a Nassau esta noche para encontrarla. Simplemente le ofrezco que viaje conmigo.

Las manos de Melis se cerraron con fuerza a los lados de su cuerpo. Carolyn estaba atrapada en medio. Carolyn, arañando las paredes de una jaula, indefensa. Una pesadilla. Una pesadilla. Maldita sea. Malditos sean todos.

– ¿Su avión está preparado para despegar?

– Sí.

Ella volvió el rostro con un gesto brusco.

– Entonces, vámonos de aquí.

Melis no volvió a hablar hasta que estuvieron a punto de llegar a Nassau.

– ¿Por qué? ¿Por qué intentaba ponerse en contacto con Carolyn?

– Usted no quiere hablar conmigo. Tenía la esperanza de que ella sí.

– ¿Sobre Marinth? Ella no sabe nada. Nunca le dije nada sobre Marinth.

– No lo sabía.

– Y, de todos modos, ella tampoco se lo habría dicho. Nunca le revelaría nada de lo que le conté en nuestras sesiones. Cree en la confidencialidad de la relación médico-paciente. Además, es mi amiga.

– No tenía la menor idea. Pensé que podía equilibrar la balanza con un pequeño soborno.

– Nunca -repuso con fiereza-. Ella es una de las personas más honorables que he conocido. Es lista, bondadosa, y nunca se rinde. Dios sabe que nunca me abandonó. Si tuviera una hermana, quisiera que fuera como Carolyn.

– Eso dice mucho de ella. ¿Le gustaba a Lontana?

– El no la conocía muy bien. La buscó para que me tratara pero no tenía mucha relación con ella. Siempre se sentía algo turbado en presencia de Carolyn. Los psiquiatras eran ajenos a su círculo. Pero él lo prometió, así que se aseguró de que yo siguiera viéndola.

– ¿Se lo prometió a usted?

– No, a Kem… -estaba hablando de más. Aquello no le incumbía a él en absoluto. Aquella conversación era una prueba de su pánico desesperado -. La policía estaba muy preocupada. Ella es una ciudadana notable. Quizá la encuentren para cuando lleguemos.

– Es posible.

– Ella hablaba… no era ella misma. -Le temblaba la voz y calló para serenarse -. No puedo decirle lo fuerte que es. La primera vez que fui a su consulta me sentí como… Nunca antes me había permitido apoyarme en alguien. Ella podía haber dejado que me volviera dependiente, pero no lo hizo. No me permitía que me apoyara. Simplemente me daba su mano y me decía que siempre sería mi amiga. Nunca rompió su palabra.

– Entiendo que la relación entre el psiquiatra y el paciente puede convertirse en algo muy íntimo.

– No era nada por el estilo. Cuando pasaron los primeros años, ella se convirtió en mi mejor amiga. -Se recostó en el asiento y cerró los ojos -. Cuando llamó… su voz… creo que le habían hecho daño.

– No lo sabemos. Lo descubriremos. -Su mano se cerró sobre la de ella, que reposaba sobre el brazo del asiento -. No imagine más problemas.

El no negaba ni confirmaba ninguna posibilidad. Si lo hubiera hecho, ella no lo habría creído. Pero su contacto era cálido y reconfortante, y ella no trató de liberar su mano. En ese preciso instante necesitaba consuelo y lo aprovecharía sin importar de dónde viniera.

Dios, esperaba que la policía hubiera hallado a Carolyn.

CAPÍTULO 4

– ¿Señorita Nemid? ¿Señor Kelby? -Un hombre robusto que llevaba un traje marrón los esperaba en el hangar cuando bajaron del jet-. Soy el detective Michael Halley. ¿Fue con ustedes con quienes hablé por teléfono? Melis asintió.

– ¿Han encontrado a Carolyn? El hombre negó con la cabeza.

– Aún no, pero estamos haciendo un gran esfuerzo para encontrarla.

Las esperanzas de la chica cayeron en picado.

– La isla es pequeña. Casi todo el mundo conoce a Carolyn. Alguien debe de haberla visto o debe de haber oído algo sobre ella. ¿Qué hay de María Pérez?

El hombre vaciló un instante.

– Por desgracia, hemos hallado a la señorita Pérez.

Melis se puso tensa.

– ¿Por desgracia?

– Fue encontrada en la playa por un grupo de chavales. Le habían cortado la garganta.

Melis sintió algo parecido a un puñetazo en el estómago. Apenas percibió la mano de Kelby, que le apretó el brazo en un gesto silencioso de apoyo.

– ¿Y cómo…?

– No creemos que fuera asesinada en la playa. Había rastros de sangre en el recibidor de la consulta, la consulta de la doctora Muían, así como en el pasillo trasero del edificio. Los otros inquilinos salen a las seis, así que lo más probable es que se llevaran el cuerpo al oscurecer y lo tiraran en la playa.

Lo tiraran. El detective hizo que pareciera un montón de basura en lugar de la chica alegre, la María de lengua suelta que Melis había conocido durante años.