– Parece bastante eficiente. Y quiere encontrarla, Melis. Entonces, ¿por qué no lo hacía? Durante las horas que habían pasado allí no habían oído nada.
– Es imposible que no haya testigos que vieran cómo se llevaban de la consulta a María y a Carolyn.
– Estoy seguro de que aún no han entrevistado a todo el mundo. Todavía es posible que… Mierda. -Miraba directamente a Halley, que acababa de colgar el teléfono -. No me gusta su lenguaje corporal.
Melis se puso tensa. Halley estaba de pie, avanzando hacia la puerta que llevaba a la sala de espera. Caminaba muy erguido, con los hombros derechos y su expresión…
– Señorita Nemid, lo siento. -Su voz era muy suave -. El mar ha dejado un cuerpo en la orilla, cerca del hotel Castle. Una mujer de cincuenta años, alta, de cabello gris. Pensamos que podría tratarse de Carolyn Muían.
– ¿Piensan? ¿Por qué no lo saben a ciencia cierta?
– El cuerpo está… algo dañado. Ahora lo llevan a la morgue, para la identificación.
– Quiero verla, puedo decirle si se trata de Carolyn.
– Quizá no pueda hacerlo. Su rostro está… muy lacerado. Melis apretó las manos con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas.
– La conozco hace años. Era más que una hermana para mí. Puedo decirle si es ella.
– No querrá ver su cuerpo, señorita Nemid.
– ¡Por supuesto que sí! -La voz le temblaba-. Quizá no sea ella. No quiero que dejen de buscarla mientras toman muestras de ADN o analizan la dentadura de esa mujer. Quiero verla con mis propios ojos.
Halley miró a Kelby.
– Si ella cree que puede darnos una identificación positiva, no puedo negarme. En los casos de asesinato el tiempo siempre es muy importante. Pero le aseguro que no me gusta. ¿Podría convencerla de que no lo hiciera?
Kelby negó moviendo la cabeza.
– Me gustaría poder hacerlo, pero no hay manera.
– Probablemente no sea ella. – Melis se humedeció los labios-. Ustedes no la conocen. Es tan fuerte, es la mujer más fuerte que he conocido. No permitiría que le pasara nada. Estoy segura de que se trata de otra persona.
– Entonces, ¿por qué pasar por todo esto? -preguntó Kelby con brusquedad -. Unas horas, un día, no pueden…
– ¡Cállese, Kelby! Yo tengo que… -Melis se volvió hacia Halley-. ¿Me llevará usted a… la morgue?
– Yo la llevaré. -Kelby la tomó de la mano -. Vamos a terminar con esto, Halley.
El recinto era frío.
El brillo de la mesa de acero inoxidable donde yacía el cuerpo cubierto por una sábana blanca era más frío todavía.
Todo el mundo era frío. Ésa debía de ser la razón por la que ella no podía dejar de temblar.
– Puede cambiar de idea -murmuró Kelby-. No tiene que hacer esto, Melis.
– Sí, lo haré. -Dio un paso hacia la mesa-. Tengo que saber… Respiró profundamente y después se dirigió a Halley-: Muéstreme su cara.
Halley vaciló un instante y a continuación retiró lentamente la sábana.
– ¡Oh, por Dios! -Retrocedió hasta pegarse a Kelby-. ¡Por Dios, no!
– Vamos fuera. -Kelby la rodeó con el brazo -. Vámonos de aquí, Halley.
– No. -Melis tragó en seco y se acercó un poco más -. Aunque… quizá no… Ella tiene un lunar bajo el cabello, en la sien izquierda. Siempre decía que se lo haría quitar, pero nunca se decidía a hacerlo. -Apartó delicadamente el cabello del rostro destrozado de la mujer.
Por favor. Dios, que no lo tenga. Que esta pobre mujer destrozada no sea Carolyn.
– ¿Melis? -pronunció Kelby. -Me siento… mal.
Apenas tuvo tiempo de atravesar el recinto hasta el fregadero de acero inoxidable, donde vomitó. Se agarró con desesperación al borde romo de metal para no caer al suelo.
Kelby estuvo enseguida a su lado, sosteniéndola. Melis podía oír los latidos del corazón del hombre junto a su oreja. La vida. El corazón de Carolyn nunca más volvería a latir de esa manera.
– ¿Es su amiga? -preguntó Kelby suavemente. -Es Carolyn.
– ¿Está segura? -preguntó Halley.
Desde el instante en que el detective apartó la sábana, ella había estado segura, pero no había querido admitirlo.
– Sí.
– Entonces, largúese de aquí.
Halley se volvió y comenzó a cubrir el rostro de Carolyn con la sábana.
– No. -Melis se liberó del abrazo de Kelby y atravesó nuevamente el recinto -. Todavía no. Tengo que… -Quedó allí de pie, mirando el rostro de Carolyn-. Tengo que recordarla…
El dolor la quemaba, se retorcía con furia dentro de ella, fundiendo el hielo y dejando únicamente la desesperación.
Carolyn…
Amiga. Maestra. Hermana. Madre.
Dios que estás en los cielos, ¿qué te han hecho?
– Ésta es su habitación. – Kelby abrió la puerta y encendió la luz de la habitación de hotel-. Estoy al lado, en la habitación vecina. Mantenga esa puerta entreabierta. Si me llama, quiero oírla. No abra la puerta del pasillo para nada.
Carolyn tendida allí, fría e inmóvil.
– Muy bien.
Kelby maldijo para sus adentros.
– No me está escuchando. ¿Ha oído lo que le he dicho?
– Que no abra la puerta. No voy a hacerlo. No quiero dejar que nadie entre. -Solo quería estar sola. Dejar el mundo fuera. Dejar el dolor fuera.
– Creo que no se puede esperar otra cosa. Recuerde, si me necesita estoy aquí.
– Lo recordaré.
Kelby la miró con frustración.
– Demonios, no sé qué hacer. De esto no… Dígame qué puedo hacer por usted.
– Márchese -dijo ella con sencillez -. Simplemente márchese.
El no se movió, en su rostro se reflejaron diversas emociones.
– Oh, qué diablos…
La puerta se cerró a sus espaldas y un segundo después ella oyó cómo él controlaba que la puerta tuviera pasado el cerrojo.
Distraída, se dio cuenta de que él no había confiado en que ella cerrara bien la puerta. Quizá tenía razón. Parecía incapaz de hilvanar dos pensamientos.
Pero no tenía problemas con los recuerdos. El recuerdo de Carolyn cuando la conoció. El recuerdo de su amiga al timón de su barco, riendo con Melis por encima del hombro.
El recuerdo de Carolyn destrozada, hecha pedazos, tendida sobre aquella mesa en la morgue.
Apagó la luz y se dejó caer en el butacón junto a la ventana. No quería luz. Quería arrastrarse a una caverna y estar sola en la oscuridad.
Quizá los malos recuerdos no la siguieran hasta allí.
– Por Dios que eres un tío difícil de encontrar, Jed.
Kelby se volvió y vio a un hombre gigantesco que se le acercaba por el pasillo.
Se relajó al reconocer a Nicholas Lyons.
– Cuéntale eso a Wilson, Nicholas. Ha tenido que peinar San Petersburgo para hallarte.
– Tuve algunas dificultades, pero no dejé un rastro de cadáveres a mis espaldas. Wilson me dice que aquí te has metido en un enredo de primera. -Miró a la puerta-. ¿Es ésa la habitación de ella?
Kelby asintió.
– Melis Nemid. -Dio unos pasos por el pasillo y abrió la puerta de su propia habitación-. Ven conmigo, te invito a un trago y te pongo al día.
– Estoy impaciente. -Nicholas hizo una mueca burlona mientras lo seguía-. Creo que estaré más seguro si vuelvo a Rusia.
– Pero será menos rentable. -Kelby encendió la luz -. Si vas a correr el riesgo de que te maten, que sea por una causa que valga la pena.
– ¿Marinth?
– ¿Wilson te lo dijo?
– Es la carnada que me ha traído aquí -Lyons asintió -. He decidido que necesitas los servicios de un chamán de primera como yo si vas a dedicarte a Marinth.
– ¿Un chamán? Eres un mestizo de apache que creció en los barrios bajos de Detroit.
– No me molestes con la verdad cuando estoy preparando una mentira tan grandiosa. Además, paso los veranos en la reserva. Te sorprenderías de todo lo que aprendí sobre magia cuando me dediqué a ello.