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No, Kelby no se sorprendería. Se había dado cuenta de que Lyons era polifacético desde el momento en que lo conoció en el campo de entrenamiento de los SEAL en San Diego. En la superficie era pura amistad, carisma informal, pero Kelby nunca había encontrado a nadie tan salvaje, tan gélidamente eficiente cuando entraba en acción.

– ¿Qué clase de magia?

– Magia blanca, por supuesto. En estos tiempos, nosotros los indios tenemos que ser políticamente correctos. -Sonrió-. ¿Quieres que te lea la mente?

– Rayos, no.

– Qué aguafiestas. Nunca me has permitido mostrarte mis habilidades. De todos modos, te lo voy a decir. -Cerró los ojos y se llevó la mano a la frente -. Estás pensando en Marinth.

Kelby resopló, burlón.

– Es una suposición muy sencilla.

– Cuando se trata de Marinth no hay nada sencillo. -Abrió los ojos y la sonrisa se desvaneció -. Porque es tu sueño, Jed. Los sueños nunca son sencillos. Hay demasiadas interpretaciones.

– También es tu sueño o no estarías aquí.

– Sueño con el dinero que podría traer. Demonios, con lo que sé sobre Marinth no puedo pensar otra cosa. Ni querría saber nada. Pero parece que ahora vas a tener que ponerme al día.

– Bien, debes saber que la primera vez que se habló de Marinth fue a finales de los cuarenta.

– Sí, vi ese viejo ejemplar de National Geographic que tenías en el Trina. Había un desplegable sobre el descubrimiento de la tumba de un escriba en el Valle de los Reyes.

– Hepsut, escriba de la corte real. Fue un gran hallazgo porque había cubierto las paredes de su futura tumba con la historia de su época. Y había toda una pared dedicada a Marinth, la isla ciudad destruida por una enorme ola. En la época del escriba ya era un relato antiguo. Marinth era fabulosamente rica. Tenía de todo. Fértiles tierras de cultivo, una marina, una próspera industria pesquera. Y tenía la reputación de ser el centro tecnológico y cultural del mundo entero. Entonces, una noche, los dioses se llevaron lo que habían creado. Enviaron una enorme ola que barrió la ciudad de vuelta al mar de donde había salido.

– Tiene un sospechoso parecido con la Atlántida.

– Ése era el consenso general. Que Marinth era simplemente otro nombre para la leyenda sobre la Atlántida. -Hizo una pausa-. Quizá lo fuera. Eso no importa. Lo que importa es que este escriba dedicó una pared entera de su última morada a Marinth. Todo lo demás que había en la tumba hablaba de la historia del Antiguo

Egipto. ¿Por qué iba a cambiar de opinión para contar un cuento de hadas?

– Entonces, ¿no crees que sea una leyenda?

– Quizá haya una parte de leyenda. Pero si al menos la décima parte es verdad, las posibilidades son emocionantes.

– Como dije, es tu sueño. -Su mirada se deslizó hasta la puerta adyacente-. Pero no es su sueño, ¿no es verdad? Después de todo lo ocurrido tiene que ser más bien una pesadilla.

– Me ocuparé de que obtenga beneficios de todo esto.

– «Beneficios» puede interpretarse de muchas maneras. -Dios, cuando te vuelves filosófico no te aguanto. -Estaba siendo más enigmático que filosófico. Kelby se dirigió al teléfono.

– Te pediré un trago de bourbon. Quizá eso difumine tu…

– No te molestes. Sabes que nosotros, los indios, no podemos beber agua de fuego.

– No tenía idea de semejante cosa. Me has hecho beber hasta caer bajo la mesa muchas veces.

– Sí, pero si vas a hacer que te vuelen la cabeza, yo debo mantener la mía clara. Además, no creo que estés de humor esta noche para divertirme. Mis poderes chamánicos perciben un declive emocional bien marcado. -Se dio la vuelta y echó a andar hacia la puerta-. Tengo que registrarme en el hotel. Te llamaré cuando tenga un número de habitación.

– No me has preguntado qué quiero que hagas.

– Quieres hacerme rico. Quieres que te ayude a conseguir tu sueño. -Hizo una pausa para mirar de nuevo la puerta que daba a la habitación de Melis -. Y quieres que te ayude a mantenerla con vida mientras hacemos todo eso. ¿Algo más?

– Eso es todo.

– Y eso que, según tú, no soy un chamán auténtico.

La puerta se cerró a sus espaldas.

Kelby pensó con cansancio que Nicholas tenía razón. Estaba agotado y descontento, y su estado de ánimo era indudablemente sombrío. Era bueno tener allí a Nicholas, pero en ese preciso instante no tenía ganas de tratar con él. No podía espantar el recuerdo de la cara de Melis Nemid al contemplar el horror de lo que una vez fue su amiga. Querría haber blasfemado, gritar de ira, tomarla en brazos y llevársela de allí.

Era una reacción poco habitual para él. Pero desde que conociera a Melis todas sus reacciones habían sido poco habituales. Generalmente podía transformar cualquier relajamiento en lo que sentía hacia ella concentrándose en un elemento diferente, como su sexualidad. Eso había hecho en el hospital de Atenas. Pero no había podido hacerlo desde que la vio en el aeropuerto de Tobago. Sí, su percepción sexual de la chica estaba allí, pero había muchas otras cosas. Al parecer ella era capaz de hacer brotar emociones que él ni siquiera sabía que aún estaban allí.

Y la chica no había abierto la puerta entre las habitaciones, como él le había dicho que hiciera.

Kelby atravesó la habitación y entreabrió ligeramente la puerta. En la habitación de Melis no había luz pero él podía percibir que estaba despierta y sufriendo. Era como si los dos estuvieran conectados de alguna manera. Qué locura.

Se alegraría cuando ella dejara de ser tan vulnerable y él pudiera ver la situación con más perspectiva.

No pensar en ella. Llamaría a Wilson para ver si había logrado hallar la pista de aquel otro barco. A continuación llamaría a Halley para darle el número de su habitación en caso de que hubiera alguna información nueva.

No pensar en Melis Nemid, sentada en la habitación adyacente. No pensar en su dolor. No pensar en su coraje. Mantenerse ocupado y trabajar para lograr el objetivo. El sueño. Marinth.

Kelby llamó a la puerta que daba a la habitación de al lado y después la abrió del todo al no obtener respuesta.

– ¿Está bien?

– No.

– Bien, de todos modos voy a entrar. Decidí dejarla sola con su dolor durante un tiempo pero lleva veinticuatro horas sentada ahí en la oscuridad. Tiene que comer.

– No tengo hambre.

– No es mucho. -Encendió la luz al entrar en la habitación-.Sólo lo suficiente para luchar contra el dolor. He pedido sopa de tomate y un bocadillo. -Hizo una mueca-. Sé que no me quiere aquí, pero tendrá que decirme si hay algo más que necesite. Ella negó con la cabeza.

– ¿Han concluido la autopsia?

– No querrá hablar de ello.

– Sí. Cuénteme.

Kelby asintió.

– La llevaron a cabo de prisa, así como la prueba del ADN. Querían una confirmación total por varias razones.

– La gente cuyos expedientes desaparecieron.

– A Halley lo están presionando bastante. Es… -Se cortó al oír un golpe en la puerta-. Aquí está su comida. -Atravesó la habitación y ella lo oyó hablar con el camarero. A continuación cerró la puerta y regresó empujando un carrito -. Siéntese y coma algo. Cuando termine responderé a todas las preguntas que quiera.

– Yo no… -Ella lo miró a los ojos. Él no iba a transigir y ella necesitaba información. Tendría que pagar aquel precio mínimo. Melis se sentó y comenzó a comer. Terminó el bocadillo, dejó la sopa y apartó el carrito-. ¿Cuándo podrán entregar el cuerpo de Carolyn?

El le sirvió una taza de café.

– ¿Quiere que le pregunte a Halley? Melis asintió.

– Carolyn quería que la incineraran y que lanzaran sus cenizas al mar. Quiero estar aquí para hacerlo. Tengo que despedirme de ella.

– Ben Drake, su ex marido, se está ocupando de todo eso. Lo único que falta es que le entreguen el cadáver.