– Ben debe estar destrozado. Él la amaba todavía. No podían vivir juntos pero eso no quería decir nada. Todo el mundo quería a Carolyn.
– Usted más que nadie. -Kelby la examinó -. Está más serena de lo que pensé. Más pálida que un fantasma, pero cuando la traje aquí esperaba que se derrumbara. Estaba a punto de ello.
Todavía estaba a punto de derrumbarse. Melis se sentía como si estuviera caminando por el borde de un acantilado, colocando un pie delante del otro, temiendo siempre que la cornisa cayera a sus espaldas.
– Yo no le haría eso a Carolyn. -Le costó trabajo pero mantuvo la voz serena-. Se decepcionaría conmigo si me permitiera una crisis nerviosa. Ella se sentiría como si hubiera fallado.
– Si ella era tan bondadosa como me dice, no creo que le importara que usted…
– Me importaría a mí. -Se levantó y caminó hacia la ventana que daba al mar-. ¿Han descubierto algo más sobre la muerte de Carolyn?
– El certificado oficial dice que murió por hipovolemia.
Melis hizo acopio de fuerzas.
– La torturaron, ¿no es verdad? Su pobre cara…
– Sí.
– ¿Qué… le hicieron? Él quedó en silencio.
– Cuéntemelo. Tengo que saberlo. – ¿Para sentirse peor todavía?
– Si la torturaron es porque querían que ella me hiciera venir aquí. Estuvieron a punto de conseguirlo y eso significa que deben haberle hecho mucho daño. -Cruzó los brazos sobre el pecho. Aguanta. Métete en tu concha y las palabras no harán tanto daño -. Si no me lo dice, le preguntaré a Halley.
– Usaron un cuchillo en su cara y sus pechos. Le arrancaron dos molares traseros de raíz. ¿Está satisfecha?
El dolor. Aguanta. Aguanta. Aguanta.
– No, no estoy satisfecha, pero ahora sé cómo van las cosas. – Tragó en seco -. ¿Halley tiene alguna pista? ¿No hay testigos?
– No.
– ¿Y el nombre que pronunció? ¿Cox?
– En Inmigración aparece un Cox que llegó recientemente. Pero es un ciudadano responsable, un filántropo con más de setenta años. Además, no creo que el canalla que vigilaba la conversación de la doctora Muían le habría, permitido que mencionara su nombre. Quizá ella se confundió.
– ¿No hay nombres en su agenda?
– No hay agenda. Desapareció con las hojas clínicas.
– ¿Cuándo se va a celebrar el funeral de María?
– Mañana a las diez. Su madre llega esta noche de Puerto Rico. ¿Piensa asistir?
– Por supuesto.
– Aquí no se da nada por supuesto. En las últimas cuarenta y ocho horas ha habido aquí dos asesinatos relacionados con usted. Alguien está desesperado por ponerle las manos encima. Pero usted piensa ir a ese funeral como si nada hubiera ocurrido.
– ¿Por qué no? – Melis sonrió con un gesto torcido -. Usted me protegerá. No quiere que nadie más averigüe nada sobre Marinth. ¿No es ésa la razón por la que está aparcado ante mi puerta?
Kelby se puso tenso.
– Seguro. Si no fuera por eso dejaría que la gente que destrozó a su amiga se ocupara de usted. ¿Qué demonios me importa?
Estaba molesto. Quizá se sentía herido. Melis no lo sabía y no estaba de humor para analizar los sentimientos de Kelby. Apenas lo conocía.
No, eso no era verdad. Después de lo que habían pasado juntos ella se daba cuenta de que Kelby no era el hombre consentido y ambicioso que había imaginado. Era duro pero no implacable del todo.
– Lo dije sin pensar. Creo que soy suspicaz por naturaleza.
– Sí, lo es. Pero tiene razón. Simplemente, me ha cogido desprevenido. – Kelby caminó hacia la puerta-. Vendré mañana por la mañana a recogerla y llevarla al funeral. Ahora voy a comisaría, a presionar a Halley para que me dé más información. Tengo un amigo en el pasillo que la protege. Se llama Nicholas Lyons. Es enorme, feo, tiene el cabello negro y largo y se parece a Jerónimo. Mantenga la puerta cerrada con llave.
La puerta se cerró con fuerza a sus espaldas.
Melis se alegraba de que se hubiera marchado. Era demasiado fuerte, demasiado vibrante. No quería dispersar su concentración, lo que le ocurría siempre que Kelby estaba cerca. Tenía que dedicar toda su atención y sus esfuerzos a dejar pasar las próximas horas, los próximos días.
Y a decidir cómo igualar la partida.
CAPÍTULO 5
La mañana siguiente el teléfono de Melis sonó a las nueve y treinta.
– Soy Nicholas Lyons, señorita Nemid. Jed está en comisaría y se retrasa un poco. Me ha pedido que la lleve al funeral. Él se reunirá con nosotros allí.
– Lo veré en recepción.
– No. Subiré a recogerla. Hay demasiadas salidas y los ascensores nunca son seguros. A Jed no le gustaría que yo dejara que la secuestraran en nuestras propias narices. Cuando llame a la puerta, mire por el visor. Estoy seguro de que Jed le dio mi descripción. Alto, apuesto, lleno de dignidad y encanto. ¿Es correcto?
– No exactamente.
– Entonces, recibirá una sorpresa placentera. -Y colgó.
Ella echó un vistazo al espejo junto a la puerta. Gracias a dios, se sentía muy mal pero su aspecto no era ése. Estaba pálida pero no demacrada. Y no era que la madre de María se fuera a dar cuenta. Estaría demasiado desconsolada para verlo…
Llamaron a la puerta.
Melis miró por el visor.
– Nicholas Lyons. ¿Lo ve? Jed le mintió. -El hombre sonrió-. Siempre ha tenido celos de mí.
Kelby no había mentido. Lyons medía por lo menos un metro noventa y dos, era corpulento y llevaba su brillante cabello negro atado en una cola. Sus rasgos eran tan duros que podían haber sido descritos como feos si no fueran interesantes.
– Bueno, no acertó cuando dijo que usted se parecía a Jerónimo. – Ella quitó el cerrojo a la puerta-. Las únicas fotos de Jerónimo que he visto se las hicieron cuando era un anciano.
– Hablaba de la versión cinematográfica. Joven, dinámico, inteligente, fascinante. -La sonrisa desapareció-. Siento mucho su pérdida. Jed dice que está atravesando un mal momento. Sólo quiero que sepa que mientras esté conmigo no va a ocurrirle nada.
Qué extraño. Ella le creía. De él irradiaba una fuerza sólida y una resolución tranquilizadoras.
– Gracias. Me gusta saber que tengo a Jerónimo de mi lado. -Y a su lado. -El hombre dio un paso atrás e hizo un gesto-.
Vamos ya. Jed se preocupará y eso siempre lo convierte en una persona difícil.
Melis cerró la puerta y echó a andar hacia el ascensor.
– Usted debe conocerlo muy bien.
Lyons asintió.
– Pero me tomó muchísimo tiempo. Su infancia no lo preparó para ofrecer libremente su confianza o su afecto.
– ¿Y la suya?
– Mi abuelo era temible. A veces la diferencia está en una única persona.
– No me ha respondido.
– Oh, ¿se dio cuenta de eso? -Sonrió -. Es una mujer muy perspicaz…
De repente giró y se colocó delante de ella mientras la puerta de salida se abría junto a ellos. En una fracción de segundo su aspecto cambió de ligero e informal a intimidatorio y amenazante. El camarero portador de una bandeja que había salido de la escalera se detuvo de repente y dio un paso atrás. Melis comprendió por qué: ella también hubiera retrocedido.
Entonces Nicholas sonrió, le hizo un gesto al camarero y le indicó que caminara delante de ellos.
El hombre se apresuró a seguir por el pasillo.
– ¿Qué decía yo? -preguntó Nicholas -. Oh, sí, estaba diciendo que es usted una mujer muy perspicaz.
Y qué hombre más enigmático es usted, pensó Melis. Pero eso estaba bien. El hecho de que los amigos de Kelby fueran tipos peligrosos no la sorprendía. Tal para cual. Y en ese mismo momento no tenía que resolver ningún rompecabezas. Todo lo que estaba obligada a hacer era estar presente en el funeral de María e intentar darle un poco de consuelo a su madre.
Contención. No liberar el dolor y la furia. Dar un paso cada vez.