– Cállese, por Dios. No quiero follármela.
– ¿Nunca le ha pasado la idea por la cabeza? -Los labios de la chica se curvaron-. Claro que sí. Yo… les gusto a los hombres. Desde siempre. Es algo que tiene que ver con mi aspecto. Carolyn solía decir que yo despertaba su instinto de conquistadores, que yo tenía que aceptarlo y acostumbrarme. Como ve, lo acepto, Kelby. ¿Quiere que añada un pequeño extra a Marinth? Puede conseguirlo. Basta con que me dé su palabra.
– Hija de puta.
– Sólo su palabra.
– No voy a darle nada. -Dio un paso hacia ella, con los ojos brillantes en su rostro tenso -. Sí, demonios, quiero acostarme con usted. He querido hacerlo desde el primer momento en que la vi en Atenas. Pero uno no intenta tirarse a una mujer que está herida. Rayos, no soy un animal. No la trataré como a una furcia aunque me ofrezca comportarse como tal. Si he tomado la decisión de buscar Marinth no ha sido porque quisiera meterme en su cama.
– ¿Se supone que debo darle las gracias? No lo entiende. No me importa lo que haga. Eso no significa nada para mí.
Kelby masculló un taco.
– Dios, no me sorprende que vayan a por usted. No conozco a un solo hombre que no quisiera follársela sólo para demostrarle que está equivocada. -Se dio la vuelta y echó a andar en dirección a la puerta de la galería-. Tengo que alejarme de usted. Hablaremos por la mañana.
Había metido la pata, pensó ella con desesperación cuando el hombre desapareció en la casa. Había querido ser fría, diligente, pero le había entrado el pánico al primer asomo de oposición. Le había ofrecido la única mercancía que ella sabía totalmente aceptable.
Pero no lo había sido para él. Por alguna razón eso la hacía indignarse y enojarse.
Y no porque él no hubiera querido. Ella había visto todas las señales. El cuerpo del hombre había estado tenso, preparado, y ella había percibido una sexualidad salvaje.
Y no había retrocedido ante aquello.
Se dio cuenta de ello con asombro. No había percibido el usual rechazo instintivo. Quizá fuera porque aún estaba hundida en un vacío emocional. Aunque había sentido suficientes emociones cuando pensó que él se negaba a ayudarla.
Olvídalo. Intentaría persuadirlo nuevamente por la mañana. El tendría toda la noche para pensar en Marinth y lo que aquello significaría para él. De todos modos, para los hombres el sexo era sólo una tentación temporal. La ambición y el hambre de riquezas eran cosas sólidas y permanentes que echaban todo lo demás a un lado. ¿Quién podría saberlo mejor que ella?
La luna ascendía y su luz era clara y hermosa sobre el agua. Permanecería un rato allí y quizá pudiera calmarse antes de irse a la cama. En ese mismo momento se sentía como si nunca más fuera a dormir. Su mirada se dirigió a la red al otro lado de la rada. Había tanta maldad más allá de aquella red. Tiburones, barracudas y los canallas que habían asesinado a Carolyn. Ella siempre se había sentido segura en la isla, pero en ese momento no.
En ese momento no…
Por Dios, qué duro era.
Y qué estúpido, pensó Kelby disgustado. Estúpido como una roca. ¿Por qué separarse de ella? Habitualmente no renunciaba a nada. Allí había sexo. Tómalo.
Debió ser lo inesperado de la oferta lo que le hizo dar un paso atrás. Ella nunca había dado indicios de que había percibido la tensión sexual subyacente que él detectaba. Demonios, desde el momento en que la había conocido ella había estado sumida en un vuelo en picada emocional.
Ése era el puñetero problema.
Está bien, olvida el sexo y concéntrate en lo que tiene importancia. ¿Podía creerla cuando decía que le podía dar Marinth? La chica estaba obsesionada con la idea de encontrar a las personas que habían matado a su amiga. Podría estar mintiendo al decir que conocía la localización de la ciudad. También podría estar mintiendo cuando aseguraba que cumpliría su parte del trato. Era una situación llena de peligros.
Y que él no podía valorar objetivamente antes de darse una ducha fría.
Mientras caminaba hacia el dormitorio su teléfono comenzó a sonar.
– He descubierto quién alquiló el Sirena -dijo Wilson tan pronto Kelby respondió-. Hugh Archer. Estaba acompañado por Joseph Pennig. No fue fácil. Tuve que gastar una buena cantidad de tu dinero. Spiro, el dueño de la empresa de alquiler, tenía un miedo mortal a hablar.
– ¿Por qué?
– Me imagino que recibió amenazas terribles. Spiro es un tío de cuidado y no le preocupa alquilarle sus barcos a los contrabandistas de drogas de Argel. Por eso creo que las amenazas deben de haber sido horribles. Dijo que Pennig le prometió que le cortaría la polla si no se olvidaba de que los había visto.
– Sí, creo que eso impresionaría a cualquier hombre. ¿Pudiste sacarle a Spiro alguna información sobre Archer?
– Pues no le hizo llenar un formulario de solicitud de crédito -repuso Wilson con sequedad-. Pero anduvo preguntando discretamente después de que Archer le pagó en efectivo.
– ¿Drogas?
– Habitualmente no. Se dedica a compraventa de armas. Juega fuerte. Se dice que ha metido componentes nucleares de contrabando en Irak.
– Entonces no tendría problemas para conseguir el plástico que hizo estallar el Último hogar.
– ¿Pero por qué? A no ser que Lontana estuviera transportando alguna mercancía suya.
– No sé cuál sería la causa. Marinth puede haber sido suficiente. Quizá Lontana estaba ayudando a Archer y después se le atravesó en el camino. Aunque desenterrar una ciudad perdida nunca es un negocio de rédito inmediato. Hay que invertir tiempo y mucho dinero antes de que llegue la bonanza. Pero todavía me inclino por Marinth. Secuestraron a Carolyn Muían porque querían llegar hasta Melis. Y Melis sabe cosas sobre Marinth.
– Y Lontana intentó ponerse en contacto contigo para hablar de Marinth. ¿Quieres que investigue a Archer y averigüe de dónde sale?
– Ya lo sabes. Intenta averiguar si estuvo en las Bahamas la semana anterior. ¿Cuánto crees que te llevará?
– ¿Cómo demonios voy a saberlo? No tengo contactos con la Interpol.
– Entonces, consíguelos. No sé de cuánto tiempo disponemos aún.
– Habla con Lyons -dijo Wilson en tono agrio -. Estoy seguro de que tiene relaciones íntimas con la policía en varios continentes.
– íntimas, quizá. Pero yo no diría amistosas.
– ¿Melis te ha dado alguna pista sobre Marinth? -Sí, algo así. Llámame. -Y colgó.
Archer. El hombre del otro barco ahora tenía nombre y un pasado. Un pasado muy feo. Bueno, si había sido responsable de las muertes de Lontana, María Pérez y Carolyn Muían, su presente sería aún más feo. Si Kelby decidía perseguirlo, no podría esconderse.
¿Sí? Ya había tomado la decisión. ¿Por qué iba a dudar? Desde el momento en que conoció a Melis se había sentido blando como el agua clara y eso lo ponía enfermo. Ya tenía a Archer en el punto de mira. Podía encontrar vías para presionar a Melis y que ella cumpliera su parte del trato. Marinth estaba en el horizonte, esperándolo.
Entonces, haz lo que quieras. Ve en pos de Marinth. Cumple el trato.
Y, sin dudas, disfruta del sexo.
CAPÍTULO 6
El teléfono de Melis sonó a las doce y treinta de la mañana.
Carolyn.
No estaba durmiendo pero el timbrazo la hizo sentarse de un tirón, muy derecha sobre el lecho. Le recordaba demasiado aquella noche en que Carolyn la había llamado. Lacerada. Agonizante…
El teléfono volvió a sonar.
¿Cal llamando desde Tobago?
Pulsó el botón.
La voz masculina era firme, tranquila.
– ¿Melis Nemid?
No era Cal.
– Sí. ¿Quién es?
– Entrega especial.
– ¿Qué?
– Tengo un paquete para usted.