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– ¿Se trata de una broma?

– Oh, no. Hablo en serio. He dejado un regalo para usted atado a la red. Sufrí un corrientazo desagradable. Eso me ha dejado con cierta inquina hacia usted.

– ¿De qué demonios está hablando?

– Sabe, no debió ser tan soberbia con respecto a Marinth. A mí me complace, pero a usted no le gustarán las consecuencias.

– ¿Quién es usted?

– Hablaremos más tarde. Vaya a recoger su regalo. -No voy a ninguna parte.

– Creo que irá. La curiosidad es un acicate. ¿Sabe?, me fastidiaron esos delfines que me chillaban.

Ella se puso tensa.

– Si les hace daño, le cortaré el gaznate.

– Qué violenta. Tiene mucho en común con uno de mis empleados. Debería conocerlo. -Hizo una pausa-: Hablar personalmente con usted ha sido una delicia. Es mejor que limitarse a oír su voz. -Y colgó.

Ella permaneció sentada allí, petrificada.

La última frase sólo podía significar una cosa.

Carolyn. Él había sido el que escuchaba mientras obligaba a Carolyn a que le mintiera.

– Dios mío. -Saltó de la cama, se puso los pantaloncitos cortos y la camiseta, y salió corriendo de la habitación. Abrió la caja de controles de la electricidad y empujó la palanca para aumentar el voltaje. Cuando salió corriendo de la casa, la puerta delantera se cerró de un tirón a sus espaldas.

– ¿Adonde demonios va? – Kelby estaba de pie en el camino de acceso cuando ella pasó corriendo hacia el embarcadero.

– Susie y Pete. Ese hijo de puta quiere hacer daño a mis chicos. – Soltó el bote de motor-. No le voy a permitir…

– ¿Qué hijo de puta? -Kelby saltó al bote junto a ella -. ¿Y por qué va a querer dañar a los delfines?

– ¡Porque es un cabrón! -Melis puso en marcha el motor-. Porque eso es lo que hace. Destroza las cosas. Corta, saja y hace…

– ¿Me va a decir qué rayos pasa?

– He recibido una llamada del hijo de puta que mató a Carolyn. Dijo que tenía un regalo para mí. Y después se puso a hablar de Pete y Susie, y de cómo… -Suspiró profunda y entrecortadamente -. Lo mataré si les hace daño.

– De todos modos es lo que tenía pensado hacerle. ¿Le dijo su nombre?

– No, pero me dijo que era el que escuchaba cuando Carolyn me llamó. -Metió la mano debajo y agarró dos potentes linternas.

Se las tiró -. Ayúdeme. Ilumine más allá de la red. Podría estar fuera, con un fusil, esperándome.

– No es lógico. -Kelby encendió las linternas y recorrió con el rayo de luz las aguas oscuras al otro lado de la red-. Nada. No creo que la quiera muerta.

– A la mierda la lógica. -Al aproximarse a la red ralentizó el bote -. Oh, Dios, no oigo a Pete y Susie.

– ¿No estarán bajo el agua?

– No si alguien ha estado jugando con la red. Son como perros guardianes. -Melis tomó el silbato que llevaba atado al cuello y sopló. Seguía sin oírlos. Sintió que el pánico se apoderaba de ella-. Podrían estar heridos. ¿Por qué no…?

– Tranquila. Los oigo.

Se dio cuenta con alivio de que ella también los oía. Un cloqueo agudo cerca de la orilla sur de la rada. Hizo girar el bote.

– Apunte la luz hacia ellos. Tengo que cerciorarme de que están bien.

Dos esbeltas cabezas grises se levantaron cuando se aproximó. No parecían heridos, solo agitados.

– Está bien, chicos -dijo calmándolos -. Estoy aquí. No os va a ocurrir nada.

Los delfines emitieron sonidos con excitación y Susie comenzó a nadar hacia ella.

Pero Pete se mantenía junto a la red, nadando de un lado para otro como si estuviera de guardia.

– Acércate. Hay algo al otro lado de la red. -Kelby enfocaba la linterna más allá de Pete-. Lo veo brillando en el agua.

– ¿Brillando? -Ahora ella también podía verlo. Era como un pedazo de valla, quizá de sesenta por noventa centímetros -. ¿Qué demonios es eso?

– Sea lo que sea, está atado a la red -dijo Kelby-. Y no podremos retirarlo hasta que la baje y desconecte la electricidad.

Melis se humedeció los labios.

– Mi regalo.

– No parece muy letal. Pero usted sabrá.

– Quiero ver de qué se trata. Mantenga enfocada esa linterna.

Melis se dirigió al punto de desconexión. Tres minutos después había bajado la red y regresaba a donde estaba Pete. El delfín no hizo el menor intento de salir de la rada. Estaba en silencio, nadando de un lado al otro frente al objeto en el agua.

– Está preocupado -dijo Melis -. Percibe algo… desagradable. Siempre ha sido más sensible que Susie.

Ella permaneció con los ojos clavados en el objeto que flotaba bajo la superficie. No quería mirarlo. Al igual que Pete, tenía algo así como un presentimiento.

– No tenemos que recuperarlo ahora -dijo Kelby-. Regresaré más tarde y lo sacaré.

– No. -Melis acercó el bote -. Como bien dijo, no es lógico que él quiera matarme o algo por el estilo. Mantendré quieto el bote para que usted pueda meter la mano y soltarlo de la red.

– Si eso es lo que quiere… -Kelby se inclinó sobre la borda y metió ambos brazos bajo el agua-. Está atado con una soga. Me llevará un minuto…

A ella no le hubiera importado que le llevara diez años. Esperaba que la maldita cosa se hundiera hasta el fondo del mar. Kelby había colocado las linternas en el fondo del bote pero la luz se reflejaba en el agua y ella podía ver aquella extraña superficie brillante. Comenzó a temblar.

Oro. Parecía oro.

– Lo tengo. -El hombre sacó el panel dorado al bote y lo examinó -. ¿Pero qué demonios es? Trabajo de calado, dorado. Esto parece pintura dorada, pero no tiene ningún mensaje escrito.

Calado dorado, como de encaje.

– Se equivoca. Hay un mensaje -dijo ella, atontada. Calado dorado, como de encaje.

– No veo que… -Se cortó al levantar la vista hasta el rostro de la chica-. Usted sabe de qué se trata.

– Lo sé. -Melis tragó en seco, con fuerza. No vomitar-. Tírelo de vuelta al mar.

– ¿Seguro? -Maldita sea. Tírelo.

– Bien.

Kelby lanzó el panel al mar con todas sus fuerzas. Ella hizo girar el bote y se dirigió a la orilla. -Melis, tiene que subir la red -dijo Kelby bajito. Dios mío, lo había olvidado. Nunca, en todo el tiempo que había estado allí, se le había olvidado proteger la isla.

– Gracias.

Volvió a hacer girar el bote y se encaminó hacia la red. Kelby no volvió a hablar hasta que estaban regresando de nuevo al chalet.

– ¿Va a decirme qué mensaje le ha enviado Archer?

– ¿Archer?

– Wilson dice que se llama Hugh Archer. Siempre que se trate de la misma persona que alquiló aquel barco en Grecia.

– ¿Por qué no me lo había dicho?

– No tuve la ocasión. Me lo dijeron anoche y usted no estaba de humor para oírme. Temía por sus delfines.

Ella todavía sentía miedo. Cuánta fealdad. No podía imaginar cuánta fealdad había en Archer, tanta que lo había llevado a enviarle aquel panel.

– No me ha respondido. ¿Va a decirme qué significado tenía para usted ese panel?

– No.

– Bueno, una respuesta sucinta. Entonces, ¿me va a decir si es un contacto ocasional o si es la jugada de apertura?

– Esto sigue. -Melis apagó el motor junto al embarcadero -. Será pronto. Querrá herirme de nuevo.

– ¿Por qué?

– Algunos hombres atacan de esa manera. – ¿Estaba hablando del pasado o del presente? Se difuminaban en una sola imagen-. Es probable que le causara placer torturar a Carolyn. El poder. Les gusta ejercer el poder… -Echó a andar hacia la casa.

– Melis, si me deja en la ignorancia no puedo ayudarla.

– Pero en este preciso momento no puedo hablar con usted. Déjeme sola.