Entró en la casa y fue directamente a su dormitorio. Encendió todas las luces y se acurrucó en el butacón con los ojos clavados en el teléfono al lado de la cama, donde ella lo había dejado. Tenía que dejar de temblar. El hombre volvería a llamarla pronto y ella tenía que estar preparada.
Dios, cuánto quería dejar de temblar.
El hombre no volvió a llamar.
Ella se rindió y cuando los primeros rayos de la aurora aparecieron sobre el horizonte fue a darse una ducha. El agua caliente le causaba una sensación agradable en su cuerpo helado, pero no lograba relajar sus músculos tensos. Hasta que aquella espera terminara nada la relajaría. Debió de esperar que él intentara prolongarlo todo.
Para ella la espera había sido siempre una forma de tortura. El debía saberlo. Él debía saberlo todo.
Cuando ella salió a la galería, Kelby estaba sentado en una silla y le señaló la jarra de café sobre la mesa.
– Cuando la oí moverse, preparé café. -La mirada del hombre examinó su rostro -. Tiene muy mal aspecto.
– Gracias. – Melis se sirvió el café-. Usted tampoco parece muy fresco. ¿Ha permanecido aquí toda la noche?
– Sí. ¿Qué esperaba? Cuando entró corriendo en su dormitorio parecía una víctima del Holocausto a la que de nuevo habían encerrado en Auschwitz.
– Y usted sentía curiosidad.
– Sí, puede decirlo de esa manera si no quiere aceptar que estuviera preocupado. ¿Va a hablar conmigo?
– Aún no. -Ella colocó el teléfono en la mesa que tenía delante antes de sentarse en la silla de extensión. Paseó la vista por encima del agua-. Ese hombre… él tiene mi hoja clínica. Le conté cosas a Carolyn que nunca le había contado a nadie. Él sabe exactamente qué cosas me hacen daño. Está buscando una forma de manipularme.
– Hijo de puta.
– ¿Y no es ésa la razón por la que usted me ha seguido desde Atenas? Necesitaba encontrar algo que me obligara a contarle lo que sé sobre Marinth. Él quiere lo mismo que usted.
– No creo que me guste que usted nos compare.
– No, no existe nadie sobre la tierra tan canalla como ese cabrón.
– Eso te consuela.
Quizá debía disculparse. Estaba tan agotada que le resultaba difícil pensar.
– No quise decir… Se trata de que me siento atrapada y tengo que encontrar cómo escapar. No sé quién o dónde… Si hubiera creído que usted es como él no le habría dicho que quería llegar a un arreglo.
– Entonces, ¿su ofrecimiento se mantiene?
– Sí. ¿Creyó que yo dejaría que ese tipo me intimidara? -Sus labios se tensaron-. Nunca logrará que me rinda. Nunca permitiré que consiga lo que quiere.
– Aún no sabemos qué quiere.
– Marinth. Me lo dijo.
– Archer es un traficante de armas a gran escala. No sé cómo ha podido involucrarse en esto. Puedo imaginármelo sacando el jugo de un rico hallazgo, pero…
– ¿Es un traficante de armas?
– Sí. -Kelby entrecerró los ojos y la miró fijamente-. Eso le dice algo. ¿Por qué?
– Porque es posible que sepa cómo se ha metido en esto. Phil necesitaba dinero para la expedición. Estoy segura de que ésa es la razón por la que quería ponerse en contacto con usted. Pero Archer debió de haber oído algo sobre Phil y se puso al habla con él.
– ¿Qué es lo que debió de haber oído?
Ella aguardó un momento antes de responder. Estando tan habituada a proteger a Phil le resultaba difícil confiar en alguien. Pero Phil estaba muerto. Ya no tenía que seguir protegiéndolo.
– Nosotros… encontramos unas tablillas. Unas tablillas de bronce. Dos pequeños cofres metálicos, ambos llenos de tablillas.
– En Marinth.
– No estaban entre las ruinas. No descubrimos las ruinas. Phil pensó que la fuerza que destruyó la ciudad los había arrastrado. O quizá las tablillas fueron escondidas antes del cataclismo. Eso no importa. Phil estaba loco de contento.
– Puedo entender por qué.
– Tenían textos escritos en jeroglíficos, pero eran diferentes de todo lo que se ha encontrado en Egipto. Phil tenía que ser muy cuidadoso a la hora de buscar un traductor en quien pudiera confiar y tardó un año para que se las descifraran.
– Por Dios.
– Veo que eso lo entusiasma. Phil se entusiasmó de la misma manera. -Hizo una pausa-. Al principio yo también me emocioné. Era como descubrir un mundo de conocimientos y experiencias totalmente nuevo.
Kelby la miró con ojos entrecerrados.
– Pero algo la espantó. ¿Qué fue?
– En ocasiones los mundos nuevos no son tan buenos como los pintan. Pero Phil estaba feliz. Había estudiado las fumarolas en el fondo del océano y una de las tablillas le ofreció algo que, en su opinión, podría cambiar el mundo. Una fórmula para crear un aparato sónico que permitiría explotar las fumarolas y quizá el magma del núcleo terrestre. Podría suministrar energía geotérmica que sería a la vez barata y limpia. Iba a salvar el mundo.
– ¿Inventó el aparato?
– Sí, le tomó bastante tiempo pero lo hizo.
– ¿Y funcionó?
– Si lo hubieran utilizado para lo que fue hecho, seguramente habría funcionado. Fue a ver a un senador estadounidense muy involucrado en temas medioambientales. Le dieron un laboratorio y un equipo para que concluyera su trabajo en el dispositivo. -Melis se humedeció los labios -. Pero no le gustó lo que ocurría allí. Se hablaba demasiado sobre efectos volcánicos y casi nada sobre energía geotérmica. Pensó que lo más probable era que tuvieran la intención de utilizarlo como arma.
– ¿Un cañón sónico? -Kelby soltó un silbido -. Eso podría ser un arma formidable. ¿Terremotos?
– Por supuesto -asintió ella.
– Parece usted muy segura.
– Hubo un… incidente. Una tragedia. No fue culpa de Phil. El había recuperado sus notas y los prototipos y se había largado de allí. Me prometió que abandonaría todo intento de hacer operativo aquel aparato. -Hizo una mueca-. Pero no abandonó lo de Marinth. Recomenzó la búsqueda.
– Y usted cree que Archer se enteró de los experimentos y llegó a la conclusión de que quería participar.
Melis se encogió de hombros.
– Contrataron a varios personajes desagradables para el proyecto. Todo eso es posible.
– Entonces, quizá Archer no vaya detrás de Marinth. ¿Tiene los datos de la investigación de Lontana?
– Sin prototipos. -Ella hizo una pausa-. Pero tengo las tablillas, las traducciones y los trabajos que hizo para el gobierno.
– Mierda. ¿Dónde están?
– Aquí no. ¿Creyó que se lo diría?
– No, nada de eso. Pero usted podría estar más segura si alguien además de usted supiera dónde están.
Ella no respondió.
– Está bien, no me lo diga. De todos modos no me dedico a bombas sónicas.
– ¿No? A la mayoría de los hombres le gustan los juguetes de guerra. La idea de poder manejar el poder suficiente para estremecer el planeta les parece atractiva.
– De nuevo generaliza. Y estoy comenzando a enojarme por…
– Viene alguien. -Se levantó de un salto y echó a andar hacia la casa-. ¿No oye a Pete y Susie?
– No, usted debe tener una antena incorporada. -Se levantó y la siguió -. Y no tiene por qué tratarse de visitas, ¿verdad?
– No, pero lo son. -Ella atravesó toda la casa y salió por la puerta principal. Se sintió aliviada-. Son Cal y Nicholas Lyons. Claro, se me olvidó que venían esta mañana.
– Obviamente tenía otras cosas en la cabeza. -Se detuvo junto a ella en el embarcadero mientras contemplaba cómo Cal bajaba la red-. Y llegan un poco temprano. Deben haber salido todavía de noche.
Ella se puso tensa.
– ¿Y por qué razón harían eso?
– No tengo ni idea. -Sus ojos se centraron en el bote -. Pero nada la amenaza, Melis. No conozco a Cal Dugan, pero Nicholas es de fiar. Le he confiado mi vida en varias ocasiones.