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– Hace años que conozco a Cal. No me preocupa que él pueda… Pero ahora todo ha cambiado. No sé que es lo que va a ocurrir después.

Cal la saludó con la mano mientras volvía a colocar la red. Ella le devolvió el saludo y comenzó a relajarse. Estaba demasiado ansiosa. Cal parecía tranquilo, confiado.

– ¿Está bien? -preguntó Kelby-. Pete y Susie nadan hacia acá. En su mundo más inmediato todo debe estar en orden. ¿Y si entro y preparo unos huevos para nosotros cuatro?

– Lo haré yo. Tengo que mantenerme ocupada. -Melis miró a Cal y Nicholas, que se aproximaban al embarcadero-. ¿Tenéis hambre? -les gritó -. Habéis salido de Tobago demasiado temprano para desayunar.

– Sí, estoy muy hambriento -gruñó Cal mientras acercaba la borda del bote al embarcadero -. Iba a llevar a Lyons a desayunar a ese pequeño restaurante junto al mar, pero se le metió en la cabeza que debíamos venir enseguida. Le dije que no tenía importancia.

– ¿Qué cosa no tenía importancia? -preguntó Kelby. -Dejaron esto junto a la puerta de Cal -dijo Lyons mientras agarraba el objeto que tenía a sus pies -. Tiene escrito el nombre de Melis.

– No es más que una jaula de pájaros vacía -explicó Cal-. Puedo imaginarme cuánto te habrías preocupado si hubiera dentro un pájaro muerto o algo así. Es bonita. Nunca antes había visto una pintada de dorado.

Kafas.

Ella podía sentir cómo el embarcadero se movía bajo sus pies. No te desmayes. No vomites. Eso lo hará feliz. Poder. Recuérdalo: aman el poder.

– ¿Melis? -dijo Kelby.

– Fue… fue Archer. Tuvo que ser él.

– ¿Qué quiere que haga con esto?

– Lo que quiera. No deseo volverlo a ver en mi vida. Haz con eso lo que se te ocurra. -De repente, se dio la vuelta-. Voy a nadar. Déles de comer, Kelby.

– Claro. No se preocupe.

¿Cómo podía ella preocuparse por algo cuando no podía pensar en otra cosa que no fuera aquella maldita jaula dorada? Kafas.

Nicholas silbó por lo bajo mientras contemplaba a Melis entrar en la casa.

– ¿Muchos problemas? Kelby asintió.

– Y la jaula es sólo la punta de un témpano muy feo. -Se volvió hacia Cal-. Coge esa maldita cosa y hazla pedacitos. Asegúrate de que ella no la vuelva a ver.

Cal frunció el ceño con preocupación.

– No tenía intención… no creí que fuera nada que pudiera preocuparla. -Agarró la jaula y echó a andar por el embarcadero -. Era… bonita.

– Intenté decírselo -dijo Nicholas -. Lo bonito no siempre sirve. ¿Cuál es el problema?

– Un traficante de armas llamado Hugh Archer que probablemente ha matado a Lontana, a Carolyn Muían y a su secretaria. Estuvo aquí anoche, al otro lado de la red, hostigándola un poco.

La mirada de Nicholas se desplazó hasta la red.

– Entonces, es probable que tenga a alguien vigilando la isla. ¿Quieres que coja un bote, recorra los alrededores y trate de descubrir algo?

– Quiero que hagas exactamente eso.

– Sí, me lo imaginaba. ¿Puedo desayunar primero? -Supongo que sí. Melis me ha ordenado que os alimentara.

– ¿Te lo ha ordenado? ¿De veras? -Nicholas sonrió -. Creo que me va a gustar esta isla.

CAPÍTULO 7

La llamada de Archer tuvo lugar esa noche a las nueve.

– Siento haberla hecho esperar, Melis. Debe haber sido bastante molesto para usted. Pero quise cerciorarme de que el impacto fuera total. ¿Le gustó la jaula? Me llevó un buen rato pintarla con un pulverizador. Soy muy perfeccionista.

– Fue sádico y estúpido. Y su juego del gato y el ratón no me molestó para nada.

– Está mintiendo. Usted odia esperar. Eso le trae demasiados recuerdos. Lo dijo usted misma. Creo que estaba en la cinta número tres.

– Ya lo superé. He superado muchos de los traumas que le hacen la boca agua.

– En realidad es verdad. Las cintas me parecieron fascinantes. Adoro las niñas pequeñas. Pero creo que la hallaré igual de excitante ahora también. Si me da los papeles de la investigación demasiado de prisa voy a sentirme muy desilusionado.

– No le voy a dar nada.

– Eso fue lo que dijo su amiga Carolyn. ¿Quiere acabar como ella?

– Es usted un hijo de puta.

– No, no acabará como ella. Tengo que adecuar el castigo a la persona. Como le dije, soy un perfeccionista. Creo que usted tiene nostalgia de Estambul. Creo que debo esforzarme en hallar un sitio para usted. Nunca estuve en aquel lugar de Estambul, pero hay otras Kafas en el mundo. Albania, Kuwait, Buenos Aires. He sido cliente de todas.

– No lo dudo. -Melis tuvo que esforzarse para controlar la voz-. Es lo que esperaría de usted.

– Y creo que lo que me gusta más de todo es su nicho particular.

La jaula. El calado dorado semejante a encaje. El retumbar de los tambores.

– ¿Acaso ahora mismo no puede hablar? Sé que esto le resulta muy difícil. ¿Sabía que la doctora Muían estaba muy preocupada por el pronóstico de su enfermedad? Usted se controla demasiado. Ella tenía miedo de que algo la hiciera desequilibrarse. Usted tiene una vida tan placentera… No me gustaría que eso ocurriera. Un asilo psiquiátrico es también una jaula.

– ¿Me amenaza con empujarme más allá del límite?

– Pues sí. En las consultas usted caminaba por una línea muy delgada, estaba hundida en lo más profundo del infierno. Creo que podría volver allí si se remueven viejos recuerdos. Llamadas periódicas que traigan al presente los hechos del pasado. Usted no tiene necesidad de que la torturen así. -Rió para sus adentros-. Por supuesto, yo prefiero hacerlo de verdad, pero esto resultará muy divertido.

– Escúcheme, no voy a dejar que me haga saltar al abismo. No voy a permitir que me mate. -Melis hizo una pausa-. Y Kafas es mi pasado, no mi futuro. Carolyn me enseñó la diferencia.

– Ya lo veremos -dijo Archer-. No creo que sea tan fuerte como usted cree ser. Hubo épocas en las que dormir la asustaba porque tenía mucho miedo de lo que podía soñar. ¿Durmió bien anoche, Melis?

– Como una piedra.

– Eso no es verdad. Y va a ser peor. Porque estaré aquí para recordarle cada detalle. Yo diría que estará a punto de derrumbarse en una semana o algo así. Me implorará que me lleve esas tablillas y los papeles de las investigaciones y que la deje en paz. Entonces iré junto a usted y la libraré de todo eso. Tengo la esperanza de que no sea demasiado tarde para usted.

– Que lo jodan.

– Por cierto, ¿sabe algo Kelby sobre Kafas?

– ¿Qué sabe usted de Kelby?

– Que usted le enseña Marinth como una zanahoria y que en Nassau se alojaron en habitaciones vecinas. Me imagino que le está haciendo pasar un buen rato. Creo que me encantará hablar con él de Kafas.

– ¿Por qué?

– Tiene una reputación exuberante y eso me hace pensar que es un hombre con mucha experiencia. Me imagino que le gusta el tipo de juego que yo llevo a cabo. ¿Qué cree usted?

– Creo que usted es un hijo de puta enfermo. -Y colgó.

Tanta maldad. Melis se sentía como si hubiera tocado algo viscoso. Se sentía sucia… y asustada. Dios, tenía miedo. Los músculos de su estómago estaban hechos nudos y su pecho estaba tan tenso que apenas podía respirar.

Existen otras Kafas en el mundo.

Para ella, no. Para ella, nunca.

Olvidar lo que había dicho el hombre. Quería asustarla. El terror le daba poder.

Dios santo, no podía olvidarlo. El no iba a dejar que ella olvidara ni un solo minuto de los recuerdos que le había confiado a Carolyn.

Enfréntate a ello. Eso es lo que Carolyn le habría dicho.

El teléfono volvió a sonar. Ella no iba a responder. No en ese momento. No antes de tener más fuerzas.