– Total. -Kelby pensó con disgusto que había manejado la situación como si fuera un niño. Se había limitado a gritarle, a exponer toda su frustración y después de había marchado -. Y ese hijo de puta de Archer. Está tratando de llevarla hasta el límite. Encantador, verdaderamente encantador.
– ¿Puede hacerlo?
– No, ella es dura. Pero él puede convertir su vida en un infierno y ella va a dejar que lo haga. Melis piensa que puede hacerlo caer en una trampa.
– No es una mala idea.
– Es una mierda. Todo el asunto es una mierda.
– ¿Qué vas a hacer entonces?
– Voy a encontrar Marinth. Voy a convertirme en una leyenda. Y me marcharé navegando hacia el crepúsculo. -Sacó su teléfono -.Pero antes necesito tener un barco. Estoy llamando al Trina, para que la tripulación lo lleve a Las Palmas.
– ¿Ahí es dónde está Marinth?
– ¿Cómo diablos voy a saberlo? Ella dice que se encuentra en esa zona. Por supuesto, podría estar mintiendo. No confía en mí ni un poquito. Y la entiendo. Tengo el palpito de que no ha podido confiar en muchos hombres.
– ¿Y vas a seguir necesitándome?
– Por supuesto. Primero, voy a llamar al Trina, después a Wilson para saber qué ha podido averiguar sobre Archer. -Marcó el número del Trina -. Voy a limpiar las cubiertas antes de partir. Y Archer será lo primero que tire por la borda.
El sol brillaba, el agua que lamía su cuerpo era tersa como la seda y ella avanzó entre las olas. Como siempre, Pete y Susie nadaban delante, pero retornaban a cada rato para cerciorarse de que ella estaba bien. Siempre se había preguntado si los delfines creían que ella sufría de alguna minusvalía leve. Les debía parecer raro que fuera tan lenta cuando ellos, con sus cuerpos esbeltos, estaban maravillosamente equipados para deslizarse por el agua.
Era hora de regresar. Melis podía ver a Kelby de pie al borde de la galería, contemplándolos. Vestía pantalones deportivos, zapatos náuticos y una camiseta blanca. Su aspecto era delgado, potente y vitalmente alerta. Era la primera vez que lo veía desde la noche anterior y percibió una sacudida de inquietud. No esperaba sentir aquella… conexión con el hombre. Era como si el momento de intimidad de la noche anterior hubiera tejido un vínculo entre ellos.
Una locura. Probablemente sólo ella tenía esa sensación. Kelby parecía frío, algo distante incluso.
– Lleva traje de baño. -Se inclinó para tomarla de la mano y subirla a la galería-. Qué decepción. Cal me dijo que usted nadaba desnuda con frecuencia.
– No cuando hay huéspedes cerca. -Tomó la toalla que él le tendía y comenzó a secarse-. Y parece que en estos días he tenido más que suficientes.
– Creí que me había invitado. Aunque tenía un motivo adicional. -Se sentó en la silla de extensión-. ¿Ha hablado con Archer?
– No, le prometí que no lo haría. Desconecté el teléfono. Volveré a conectarlo cuando entre a vestirme.
– Hablé anoche con Wilson y conseguí el perfil de Archer. ¿Quiere saber con qué clase de monstruo está tratando?
– Los monstruos son monstruos. Pero supongo que debo saber todo lo que pueda de él.
– No. Archer entra en una clase especial. Creció en los arrabales de Alburquerque, Nuevo México. A los nueve años vendía drogas y fue arrestado como sospechoso de la muerte de otro alumno de su secundaria con apenas trece años. Fue un asesinato particularmente truculento. Antes de matarlo se tomó mucho tiempo para torturar al otro chico. El fiscal no pudo presentar un buen caso y lo liberaron. Archer desapareció el día siguiente y lo más probable es que fuera a México. Después de eso, la lista de sus enredos parece una enciclopedia. Pasó de los narcóticos a las armas, y eso se convirtió en su especialidad. A los veintidós formó su propio grupo y se introdujo en el mercado internacional. En los últimos veinte años le ha ido muy bien. Tiene inversiones en Suiza y es dueño de un barco, el jolie Filie, que utiliza para sus negocios. Casi siempre está fondeado en Marsella, pero lo usa para transportar cargamentos de armas a Oriente Medio. Al cabrón le gustan el dinero y el poder, y nunca ha perdido su veta de sadismo. Algunas de las historias sobre lo que les hizo a jefes de bandas rivales u otras víctimas hielan la sangre. Creo que le han dado buen resultado. Nadie quiere que lo incluyan en su lista de enemigos.
– Nada de eso me sorprende -dijo Melis -. Sabía lo que era. Vi lo que le hizo a Carolyn. ¿Podemos conseguir una foto de Archer?
– Tan pronto Wilson tenga una a mano. -Hizo una pausa-. ¿Sabe?, esto no es necesario. No acepte las llamadas. No tiene por qué soportar ese tipo de castigo. Cuando salgamos hacia Las Palmas, Archer nos seguirá.
– ¿Nos vamos a Las Palmas?
– Tan pronto me comuniquen que el Trina está en puerto y totalmente equipado.
– ¿Va a ayudarme en serio? ¿No necesita una prueba de que cumpliré mi parte?
– Todo el mundo tiene derecho a tirar los dados una vez. -Hizo una mueca burlona-. Pero quiero forzar las posibilidades. Primero hallaremos Marinth. Después a Archer. Pero quizá podamos cazar dos pájaros de un tiro si él nos sigue a Las Palmas.
– Sigue siendo un empate. Tengo que confiar en usted. El asintió.
– Pero usted sabe que quiero ponerle las manos encima a ese hijo de puta. Lo que usted arriesga es poco. -Calló un momento-. Ah, y algo más. Las tablillas y las traducciones son mías.
– No. Quizá las necesite como carnada para pescar a Archer.
– Puede tenerlas en préstamo, pero desde este momento me pertenecen.
Ella calló unos segundos.
– Es usted muy duro negociando.
– He sido entrenado por expertos. Si usted no juega limpio conmigo, este juego va a ser muy caro.
– Mantendré mi promesa. Le daré lo que quiere.
– Ahora necesito saber una cosa. ¿Qué tipo de equipamiento voy a necesitar? ¿Cuál es la profundidad probable?
– Donde explorábamos el fondo oceánico estaba a sesenta metros. A no ser que haya un descenso en la zona, para la exploración inicial bastará con equipos de buceo.
– Sin sumergibles. Eso recortará bastante los gastos.
– Si puede, consiga uno. Porque llegar hasta allí puede resultar más caro de lo que piensa. Tendrá que encontrar un avión donde pueda instalar dos tanques para transportar a Pete y Susie. Y cuando lleguemos a Las Palmas tendrá que conseguir un tanque mayor.
– ¿Qué? De eso, nada. Sé que quiere mucho a Pete y Susie, pero no voy a pagar la factura para que lleve consigo a sus amigos marinos. ¿Sabe cuánto dinero eso…?
– Tienen que venir.
– Dejaré hombres suficientes en esta isla para protegerlos de cualquier amenaza. Estarán bien.
– Sin ellos no podremos hallar Marinth. Son los únicos que conocen el camino.
– ¿Qué me está diciendo?
– Ya me ha oído. Encontramos a Pete y Susie en aguas cercanas a Cadora, una de las Islas Canarias, mientras Phil buscaba Marinth. Estaban todo el tiempo en nuestro camino, nadaban en la estela del barco y se zambullían con nosotros cuando hacíamos pesquisas bajo el agua. Eran jóvenes, no tenían más de dos años. No es común que los delfines jóvenes se separen de su madre o del grupo elegido, pero Pete y Susie eran diferentes desde el principio. Parecían anhelar el contacto con los humanos. Aparecían junto al Último hogar por la mañana y nos dejaban al atardecer. Nunca pude verlos después del crepúsculo. Quizá a esa hora volvían a casa, con su madre o su grupo. No le importaba. Las horas de luz diurnas eran suficientes para mí. En realidad, yo no quería buscar ciudades perdidas y ésa era mi oportunidad para estudiar de cerca a los delfines salvajes. Pasé más tiempo con ellos bajo el agua que buscando la ciudad de Phil.