– Lo que es probable que no le gustara nada.
– No, pero estuvo encantado cuando seguí a los delfines a una caverna submarina y encontré las tablillas.
– ¿Ellos la llevaron ahí intencionadamente?
– No lo sé. Creo que sí, pero no puedo probarlo. Quizá solo querían jugar en una zona que les resultaba familiar.
– Y Lontana cosechó los beneficios.
Los labios de Melis se tensaron.
– Se volvió loco de emoción. Pensó que los delfines podían llevarlo a la ciudad. Él y los hombres que contrató en Las Palmas se zambulleron diariamente con los delfines durante semanas. Trataban de conducirlos, de asustarlos incluso, para que se alejaran del barco y poderlos seguir. Yo quería estrangular a Phil. Le dije que no siguiera, pero no quiso escucharme. Solo pensaba en Marinth.
– ¿Y consiguió lo que quería?
– No. Un día Pete y Susie no aparecieron. Tres días más tarde oímos que los pescadores habían atrapado en sus redes a dos delfines jóvenes cerca de Lanzarote. Se trataba de ellos, ambos estaban muy enfermos y bastante deshidratados. Me enfurecí con Phil. Le dije que si no nos traíamos a los delfines a la isla y los curábamos, le contaría a todo el mundo la historia de las tablillas.
– Yo diría que eso fue suficiente.
– No le gustó. No tenía mucho dinero y el transporte de delfines no resulta barato. Pero trajimos a Pete y Susie por avión y han permanecido en este lugar.
– Sin embargo, apostaría a que Lontana no quería que se quedaran aquí. ¿Regresó a las Canarias e intentó encontrar Marinth sin ellos?
– Sí, pero el relieve submarino de allí es un laberinto de arrecifes, cavernas y salientes. Allí uno podría pasarse cien años buscando a Marinth, a no ser que se tropezara por casualidad con la ciudad.
– ¿Y él no la presionó para que le permitiera utilizar de nuevo a los delfines?
– Claro que lo hizo. Sobre todo después de conocer la traducción de las tablillas. Parece que los habitantes de Marinth utilizaban constantemente a los delfines en la vida cotidiana.
– ¿De qué manera?
– Eran una comunidad de pescadores y los delfines les ayudaban a pastorear los peces hasta las redes. Les advertían de la presencia de tiburones en la zona. Incluso ayudaban a que los niños aprendieran a nadar. Los delfines fueron parte integrante de sus vidas durante siglos.
– ¿Y entonces? ¿Qué tiene eso que ver con la búsqueda de Marinth?
– Para nosotros los delfines siguen siendo una especie misteriosa. Existe la posibilidad de que haya una memoria genética que pase de generación en generación a los delfines nacidos tras la destrucción de Marinth. O quizá sólo se aferren a un hábitat que les resultó beneficioso. Sea lo que sea, Phil estaba seguro de que debíamos darle otra oportunidad a Pete y Susie para que encontraran Marinth.
– ¿Y usted se negó a considerar la idea?
– Tiene toda la razón. Transportar delfines es algo que les causa mucho estrés. Por culpa de Phil estuvieron a punto de morir en aquellas redes. Podía encontrar Marinth por su cuenta. Ellos ya le habían dado las tablillas.
– Pero usted cree que Pete y Susie podrían encontrar la ciudad, ¿no?
– Si su madre o algún otro delfín que conozcan se mantiene cerca de las ruinas, sí. Cada delfín tiene su propio silbido y ellos deben ser capaces de seguirlo sin problemas.
– Pero Lontana no fue capaz de hacer que ellos la encontraran.
– Los estaba acosando y ellos no conocían lo suficiente a Phil para confiar en él. Sí, creo que hay muchas posibilidades de que nos conduzcan a Marinth. Ellos hallaron las tablillas. Y la gente de Marinth que hizo aquellas inscripciones hablaba de los delfines como de sus hermanitos pequeños. Pues sus hermanitos fueron, con toda probabilidad, la única especie sobreviviente y sus descendientes todavía están allí -añadió con furia-. ¿Cree que quiero llevar conmigo a Pete y Susie? Aquí están seguros y son felices. Si pudiera encontrar alguna manera de no meterlos en esto, lo haría. Así que asuma su parte. Van a viajar en primera clase, Kelby.
– Está bien. Está bien. -Miró a los delfines, que jugaban en el agua-. Pero lo mejor sería que tuvieran un gran sentido de orientación.
CAPÍTULO
Cuando regresó aquella tarde a su dormitorio tenía siete mensajes en el teléfono móvil.
Los borró sin oírlos y volvió a conectar el teléfono. Bien, Archer, empieza. Estoy preparada para ti.
Ella se engañaba. Podía percibir la tensión de sus músculos cuando pensaba que tendría que responder otra llamada de aquel cabrón. Sobreponte a ello. Había tomado una decisión y tenía que mantenerla.
El teléfono sonó exactamente a medianoche.
– No me gustó que me eludiera -dijo Archer-. Pensé que amaba a esos delfines.
Ella se puso rígida.
– ¿De qué coño me está hablando? -Entiendo que no ha escuchado mis mensajes.
– ¿Por qué debo escuchar toda esa porquería?
– Porque quiero que lo haga. Y porque si no lo hace, sus delfines van a tener un accidente. No tengo que invadir su pequeño paraíso. Quizá baste con inyectar veneno a un pez, ¿no es verdad? Encontraré una vía.
– Sólo son parte de un estudio. No sería una gran pérdida.
– Eso no fue lo que me dijo Lontana. Melis se quedó en silencio un momento.
– ¿Y qué demonios le dijo?
– Me habló de Marinth, de los delfines. Cuando fui a verlo para hacerle una oferta por los planos del cañón sónico intentó distraerme. Me lo contó todo sobre Marinth, sobre usted y sobre las tablillas. Intenté decirle que no tenía ningún interés en Marinth, pero él no parecía interesado en discutir sobre el cañón sónico.
– Ya lo habían engañado otras sabandijas como usted.
– Lo se. Pero si no quería jugar en primera división, debió quedarse en casa, en la isla. El potencial es demasiado grande para no tomarlo en consideración. Ahora mismo tengo tres compradores pujando por el derecho de hacer una primera oferta. Y hay señales de que puede haber otros tiburones dando vueltas. Quiero los papeles de la investigación de Lontana.
– No los tengo.
– En la isla, no. Lontana me contó que usted no los tenía ahí. Creo que intentaba protegerla. Pero se le escapó que usted sabía dónde se hallaban. Dígamelo.
– Está mintiendo. Él no me habría entregado así.
– En ese momento todavía pensaba que yo iba a invertir dinero en su ciudad perdida. Era bastante ingenuo, ¿no es verdad? Y muy, muy terco. Como Carolyn Muían. Como usted.
– Tiene toda la razón. Soy terca. ¿Cree que le daré algo que pueda mantener oculto?
– Es que no puede mantenerlo oculto. Quizá sea capaz de resistirse durante un tiempo, pero he oído sus cintas. Sé cuan delicado es su equilibrio.
– Se equivoca.
– No lo creo. Vale la pena intentarlo. Lo vamos a hacer de esta manera: la voy a llamar dos veces al día y usted va a responder y a escuchar. Hablaremos sobre Kafas y el harén, y sobre todos los hechos encantadores de su infancia. Si no responde, mataré a los delfines.
– Puedo encerrarlos junto a la casa.
– Los delfines no soportan bien el encierro durante períodos prolongados. Con frecuencia enferman y mueren.
– ¿Cómo lo sabe?
– He hecho mis deberes. Un buen hombre de negocios siempre investiga.
– ¿Hombre de negocios? Un asesino.
– Sólo cuando me siento burlado. Habitualmente consigo lo que quiero y con los años me he vuelto consentido -añadió con suavidad-. Espero que se rinda antes de que la destroce del todo. Me siento como si la conociera muy bien. Por la noche me acuesto en la oscuridad imaginando que estoy con usted. Pero cuando era mucho más joven. ¿Sabe lo que hacemos?