Melis cerró los ojos. Calma la ira. No hagas caso al pánico. Respira lentamente. Respira profundo.
– No me ha respondido.
– Dijo que tenía que escuchar, no que hablar.
– ¿Dije eso? Y usted está siendo muy obediente. Eso merece una recompensa. Buenas noches, Melis. -Y colgó.
Había terminado.
Pero mañana comenzaría de nuevo. Y sería peor, más feo, más obsceno. Fundiría el presente con el pasado en una pesadilla única.
Se levantó y echó a andar hacia el baño. Se daría una ducha y trataría de sentirse limpia de nuevo. Podía soportar aquel castigo. Sólo dos veces al día. Sólo tenía que bloquear aquellas palabras, impedir que llegaran a su mente. Piensa en lo que le hizo a Phil, a María, a Carolyn.
Y piensa en lo que le harás tú a él.
TOBAGO
– El Trina ha zarpado de Atenas -dijo Pennig cuando salió a la terraza-. Dice Jenkins que anoche abandonó el puerto.
– ¿Destino? -preguntó Archer.
– No está seguro. Anda haciendo preguntas.
– Sería mejor que hiciera algo más. Es probable que estén a punto de dejar la isla, debemos mantenernos al tanto. Cerciórate de que conocemos sus movimientos minuto a minuto.
Pennig vaciló.
– Quizá deberíamos irnos de aquí. Estamos demasiado cerca de esa islita. Le conté que Cobb me había dicho que Lyons había abandonado la isla en varias ocasiones. Esta tarde lo vio navegar en dirección a Tobago.
– Lo pensaré, pero no puede saber dónde estamos. -Archer miró hacia la playa con expresión pensativa-. Parece que Kelby se está moviendo con celeridad. No creo que espere mucho antes de lanzar sus tentáculos. Es obvio que nuestra dulce Melis le está dando lo que él quiere.
– ¿Por qué? Ella no quería ayudar a Lontana.
– Pero en aquella época yo no estaba implicado. Se siente amenazada.
Y esa sensación sería más fuerte, pensó Archer con un estremecimiento mientras anticipaba el momento. Melis Nemid resultaba ser muy excitante. La primera vez que oyó aquellas cintas y leyó la hoja clínica lo único que le interesaba era encontrar un arma. Pero ahora podía visualizar cada escena, imaginar cada una de las emociones que ella había sentido tantos años atrás. Era increíblemente excitante.
– Para salvarse le dará a Kelby todo lo que él quiera.
– ¿Las tablillas y la investigación?
– Quizá. Me parece que tiene más interés en Marinth, pero por lo que he oído le gusta el control y quiere tenerlo todo. -Sonrió -. Pero no puede tenerlo. Yo soy quien va a hacerse con todos esos informes de investigación.
Y Kelby tampoco podría tener a Melis Nemid. Mientras más se ponía en contacto con la chica, más cuenta se daba que sus relaciones con ella deberían continuar para obtener de ahí ese placer exquisito. Había muchas maneras de doblegarla y herirla.
Tenía que explorar cada una antes de acabar con ella.
Era medianoche cuando sonó el teléfono de Kelby.
– He hallado el puesto de observación -dijo Nicholas cuando Kelby respondió-. Un bote de motor blanco y negro. Está en una cala escondida, en una isla a tres kilómetros de aquí. Lo bastante cerca para vigilar a Melis pero no tanto como para que los vean. Mi bote está a unos ochocientos metros, escondido bajo unos árboles colgantes.
– ¿Estás seguro de que es él?
– Haré caso omiso de ese insulto. Estoy echándole el aliento en la nuca. Te verá tan pronto abandones la isla. Tendrás que dirigirte hacia Tobago y después dar un rodeo. ¿Vienes?
Kelby bajó los pies del lecho. -Ahora mismo. Dame los datos.
El hombre a bordo del bote de motor blanco y negro era alto y rubio con mechones grises, y utilizaba unos binoculares de gran aumento para vigilar Isla Lontana.
Kelby bajó sus binoculares infrarrojos y se volvió hacia Nicholas.
– ¿Podemos esperar que alguien lo releve?
– Probablemente. Llevo aquí desde medianoche y sólo lo he visto a él. Pero permanecer en un bote en el medio del mar no es nada cómodo.
– Quizá esté cubriendo el turno de noche. -Kelby echó un vistazo a su reloj -. Faltan unas horas para el amanecer. Regresa a la isla, yo me quedo aquí.
– ¿Vas a seguirlo cuando lo releven?
– Por supuesto. Si Archer estuvo aquí la otra noche quizá se encuentre aún en la zona. Es obvio que su mentalidad exige el control a corta distancia.
– Igual que tú -dijo Nicholas -. ¿Por qué no me dejas éste a mí?
Kelby negó con la cabeza.
– Quiero atrapar a ese cabrón. Regresa a la isla y vigila a Melis. Pero en caso de que esto no resulte, no le digas nada.
Nicholas se encogió de hombros.
– Lo que quieras. -Puso en marcha el motor de su bote-. Nos mantenemos en contacto.
Kelby se reclinó en su bote y volvió a llevarse los binoculares a la cara.
Apenas comenzaba a amanecer cuando Dave Cobb amarró su bote en un embarcadero en Tobago y echó a andar hacia su hotel en la zona del puerto.
El vestíbulo destartalado del Hotel Oceanic olía a solución desinfectante y a flores tropicales, colocadas en un jarrón en el centro de la recepción. El olor le resultaba tan desagradable como todo lo que tenía relación con aquella ciudad, pensó Cobb mientras tomaba el ascensor para subir a su habitación en el tercer piso. Hubiera deseado que Pennig lo alojara en el centro, pero el muy cabrón quería que estuviera disponible en el puerto.
Tan pronto entró en la habitación llamó a Pennig.
– Nada importante que informar -dijo Cobb cuando Pennig respondió al teléfono -. Como le dije, Lyons salió ayer por la noche en dirección a Tobago. Kelby abandonó la isla a las tres de la madrugada.
– ¿En la misma dirección?
– Sí, hacia Tobago.
– Eso no es algo sin importancia, Cobb. Ayer le dije que los movimientos de Lyons eran muy importantes.
– Pero no me dejó que lo siguiera. Dansk les informará cuándo estén de regreso en la isla. Voy a darme una ducha caliente y a meterme en la cama. ¿Cuánto tiempo se supone que debemos permanecer allí vigilando esa maldita isla?
– Hasta que Archer diga que lo dejen. Para eso les pagamos.
– No lo suficiente -dijo Cobb con amargura-.Doce horas en ese bote húmedo y mohoso son demasiadas. Soy un chico de ciudad.
– ¿Le gustaría decirle eso a Archer?
– Se lo digo a usted. -Mierda, había que dar marcha atrás. Archer era un sádico hijo de puta y Pennig no lo era menos. Había oído demasiadas historias y algunas debían ser verdad -. Estoy haciendo mi trabajo. Sólo le pido que me saque de ese bote lo más pronto que pueda.
– Cuando el trabajo esté terminado -dijo Pennig y colgó. Que se joda. Cobb tiró con fuerza el teléfono y se encaminó a la ducha. Si le hubiera interesado el dinero no habría aceptado ese trabajito. Se había sentido halagado porque un jugador de primera como Archer lo hubiera seleccionado, pero le gustaba la acción y no permanecer allí sentado.
Abrió el grifo y dejó que el agua caliente corriera por su cuerpo. Eso era mejor. Había sentido algo de frío hacia el amanecer y tuvo la tentación de largarse de allí antes de la llegada de Dansk, de regresar a Tobago y mandar a Pennig a la mierda. Una noche más y quizá lo hiciera. La suma acordada no era tan grande y él… ¡Qué demonios!
La puerta de la ducha se abrió.
– ¿Te han dicho alguna vez cuan vulnerable es un hombre en la ducha? -preguntó Kelby con voz suave -. Puedes resbalar con una pastilla de jabón, quemarte con agua hirviendo o…
Cobb gruñó y se lanzó contra él.
Kelby se apartó con un paso lateral y le aplicó un golpe de kárate con el canto de la mano en la arteria carótida.
– O alguien como yo podría dañar seriamente tu esqueleto y tu sistema nervioso. Hablemos de ello, ¿de acuerdo?