– ¿Cómo se llamaba el propietario?
– No tiene importancia.
– Claro que sí. Voy a librar al mundo de semejante hijo de puta. ¿Cómo se llamaba?
– Irmak. Pero ya está muerto. Fue asesinado antes de que Kemal me sacara del harén a mí y a los demás niños.
– Muy bien. ¿El Kemal que la llamó?
– Kemal Nemid. -Ahora le resultaba más fácil hablar. Kemal formaba parte tanto de las pesadillas como de los buenos tiempos-. Es el hombre que me llevó de Turquía a Chile. Para mí era más que un hermano. Viví con él casi cinco años.
– Pensé que vivía con Luis Delgado.
– ¿Cómo sabe que yo…? -Los labios de Melis se torcieron-. Claro, usted ha tratado de encontrar algo a lo que poder agarrarse. ¿Le estoy contando algo que no sepa?
– Wilson no descubrió ese Kafas -se limitó a decir Kelby-. Sólo supo de su vida en Chile con Luis Delgado.
– Delgado era Kemal. Sus antecedentes eran algo nebulosos y creyó que lo mejor sería que compráramos nuevas identidades. Me llamaba Melisande…
– ¿Y después la dejó tirada y usted tuvo que irse a vivir con Lontana? Qué buen hombre.
Ella se volvió súbitamente hacia Kelby.
– Es un gran hombre -dijo con fiereza-. Usted no sabe nada. Nunca me habría abandonado. Fui yo la que huí de él. Kemal se iba a los Estados Unidos y quería que yo lo acompañara. Iba a iniciar una nueva vida.
– Entonces, ¿por qué cortó con él y huyó?
– Yo habría sido un obstáculo. Kemal llevaba cinco años atado a mí. Lo había hecho todo por ayudarme. Cuando dejé Kafas estaba al borde de la locura. El me consiguió un médico, me mandó a la escuela y cada vez que lo necesitaba estaba allí. Era el momento de liberarlo.
– Por Dios, usted tenía dieciséis años. Yo no la habría dejado partir con Lontana.
– Usted no lo entiende. Mi edad no tenía importancia. Hacía mucho tiempo que no era una niña. Yo era como la pequeña de Entrevista con el vampiro, una adulta encerrada en el cuerpo de una niña. Kemal siempre supo que yo era así. – Melis se encogió de hombros -. Phil había terminado la investigación de las fumarolas marinas frente a las costas de Chile e iba a emprender un viaje de exploración a las Azores. Fui a verlo al Último hogar y le pedí que me llevara consigo. Yo lo conocía desde hacía años. Kemal y él se llevaban muy bien después de que Phil comenzó a alquilarle el Último hogar a la fundación Salvar a los delfines para sus viajes de observación. Phil y yo nos llevábamos bien y él necesitaba que alguien se encargara de su contabilidad, tratara con sus acreedores y lo ayudara a mantener los pies en el suelo.
– ¿Y Kemal no fue a buscarla?
– Lo llamé y hablamos. Me hizo jurarle que lo llamaría si alguna vez me metía en problemas.
– Lo que, con toda probabilidad, nunca ha hecho.
– ¿Qué sentido tiene liberar a una persona si después la obliga a regresar a cada rato? También me convenció de que le permitiera pagar mi educación, así como la consulta de un psicoanalista. En realidad, yo no quería seguir aquellas sesiones. No creía que me estuvieran ayudando mucho, aún tenía las pesadillas.
– Pero entonces conoció a Carolyn Muían.
– Entonces conocí a Carolyn. Sin trucos de magia, sin piedad. Me dejó hablar. Al final me dijo que sí, que era horrible. Sí, me dijo, puedo entender que te despiertes gritando. Pero ya terminó y tú aún estás de pie. No puedes dejar que te aplaste. Tienes que afrontarlo. Era su frase favorita. Basta con que lo afrontes.
– Fue muy afortunada por tenerla a su lado.
– Sí, pero ella no lo fue tanto. Si no me hubiera conocido, aún viviría. -Negó con la cabeza-. Ella odiaba que yo me sintiera culpable. Ése era uno de mis problemas. Enseñar a los niños a que se sientan culpables es fácil. Si yo no era mala, ¿por qué me castigaban?
Algo dentro de mí me decía que yo era la culpable de haber terminado en Kafas.
– Entonces, estaría totalmente loca. Es como decir que una persona atada a los rieles del ferrocarril tiene la culpa de que el tren le pase por encima.
– Carolyn estaba de acuerdo con usted. Nos llevó mucho tiempo que lograra sobrepasar ese obstáculo. Ella decía que la culpa no era saludable, que debía afrontarlo. Y lo afronté. -Ella le miró a los ojos -. Pero también me enfrentaré a Archer. No merece vivir. Es peor que los hombres que acudían allí a follarse a una niña pequeña con un vestidito de organdí blanco. Me recuerda a Irmak. Se lucra tanto de la muerte como del sexo.
– Y usted está dispuesta a encargarse sola de él. Va a dejar que ese pervertido le susurre al oído y entonces le pondrá la mano encima. ¿No es algo encantador?
Kelby había hablado con tanta calma que ella no se dio cuenta de la furia que hervía en su interior. Pero en ese momento la percibió. Cada músculo del cuerpo del hombre estaba tenso.
– No tendré que hacerlo sola. Usted me va a ayudar. – Qué gentil, me permite tener un pequeño papel. -Se le acercó un paso -. ¿Tiene la menor idea de lo que siento en este momento? Me cuenta una historia que me impulsa a salir corriendo para cortarle el gaznate a todo el que se folló a esa niña en el harén. A continuación me dice que tengo que echarme a un lado y contemplar cómo Archer vuelve a hacerle daño.
Estaba molesto. Ella podía percibir la ira que lo hacía vibrar.
– Yo también odio estar indefensa. Pero esa niña ya no existe.
– Yo creo que sí. ¿Y qué quiere decir cuando se ofrece a acostarse conmigo? ¿Y cómo demonios cree que me sentiría cuando descubriera que me he follado a una víctima de ese maldito lugar?
– No soy una víctima. Desde aquella época he practicado el sexo. Dos veces. Carolyn pensó que sería bueno para mí.
– ¿Y lo fue?
– No fue desagradable. -Melis apartó la vista-. ¿Por qué estamos hablando de esto? De todos modos, me ha rechazado.
– Porque en mi cabeza no existe la menor duda de que habría ocurrido. Yo soy como todos esos hijos de puta que querían follársela. Mierda, todavía quiero hacerlo. -Se volvió abruptamente y echó a andar hacia la puerta de cristal-. Lo que, considerando lo que me ha contado, me hace sentirme bien conmigo mismo. Como le diría su amiga Carolyn, lo afrontaré.
– ¿De qué habla? Usted no es como aquellos hombres de Kafas.
– ¿No? Al menos tenemos una cosa en común, y seguro que no es nuestra autocontención.
Ella contempló cómo la puerta se cerraba con fuerza detrás de él. Otra vez Kelby la había sorprendido. Melis no estaba segura de cuál era la reacción que esperaba, pero sólo sabía que no era ésa, compuesta de simpatía, rabia y frustración sexual. Aquello la había arrancado del pasado y la había traído de vuelta a un presente turbulento.
Pero también se dio cuenta de que se sentía aliviada. Nunca le había contado su pasado a otra persona que no fuera Carolyn, y hablarle a Kelby de Kafas había sido extrañamente catártico. Se sentía más fuerte. Quizá era porque Kelby no tenía preparación médica y era sólo una persona común y corriente. Quizá se había librado totalmente de aquel resto de culpa que Carolyn se había esforzado tanto por erradicar. Kelby no la había culpado de nada. Toda la culpa se la había echado a los hombres que habían abusado de ella. Había sido protector, había mostrado su ira… y su lujuria. De una forma tal que la lujuria había sido bienvenida. El tiempo que había pasado en Kafas no había disminuido el deseo del hombre hacia ella. No lo había retorcido ni destruido. El aceptaba que aquel período era parte de la vida de ella. Hasta su ira le había resultado reconfortante porque era una demostración de que él pensaba que ella sería capaz de sobreponerse. ¿Quién hubiera podido decir que la llamada de Kemal le traería esa sensación de paz y fortaleza?