¿Kemal o Kelby? Kemal le había dado ternura, y Kelby rabia, y ella no podía asegurar cuál de las dos era más valiosa.
Solo sabía que cuando sonara el teléfono y oyera la voz de Archer, estaría más preparada para enfrentarse a él.
– Halley ha recogido a Dansk y Cobb hace pocos minutos -dijo Nicholas cuando Kelby contestó el teléfono -. ¿Quieres que haga algo en la ciudad o que regrese? -Ven aquí. Tengo que salir. -Pareces nervioso. ¿Algo anda mal?
– ¿Por qué no? El mundo es brillante, hermoso, lleno de personas amables y bondadosas. Eso basta para que cualquier persona se eche a llorar de alegría.
Nicholas soltó un silbido quedo. -Estaré de regreso en una hora. ¿Es suficiente? -Tendrá que serlo.
Kelby colgó, salió de la casa y echó a andar hacia el embarcadero. Para él, Nicholas llegaría demasiado tarde. Rebosaba de lástima, rabia y frustración, y estaba a punto de estallar. Necesitaba salir a navegar, atravesar las olas y dejar que el viento se llevara bien lejos una parte de esas emociones.
Si no podía controlarlas, tenía que deshacerse de ellas. Nadar hacia la arcada…
No, eso no funcionaría. No debía identificar a Melis con Marinth. Ella era la clave, no el objetivo.
Así que siéntate en el embarcadero y espera a Nicholas. E intenta no pensar en una niña pequeña de cabello dorado con un vestido de organdí blanco.
– Sé que no me entendéis -susurró Melis, mirando a Pete y Susie metidos en los corrales. Sin duda se sentían infelices. Los delfines odiaban los espacios cerrados que Cal había contribuido a erigir días antes junto a la galería-. Me gustaría poder explicároslo.
– ¿Y no puede? -dijo Kelby a sus espaldas.
Ella levantó la vista y lo vio acercarse. Había estado fuera todo el día pero era evidente que acababa de darse una ducha porque aún tenía el cabello mojado. Iba descalzo, sin camisa, y tenía un leve aspecto libertino.
– ¿Qué quiere decir?
– Comenzaba a creer que usted podía conversar con ellos. No hay dudas de que existe un vínculo.
Ella negó con la cabeza.
– Aunque a veces siento como si pudieran leerme la mente. Quizá sean capaces de hacerlo. Los delfines son criaturas extrañas. Mientras más sé sobre ellos, más claro tengo que no entiendo nada. – Lo miró con atención-. ¿Consiguió la máquina para hacer hielo?
– En este momento la están instalando en el avión. -Sonrió-. El piloto no entendía bien para qué la necesitábamos. Tuve que convencerlo de que no estábamos preparando una fiesta gigante con bebidas alcohólicas.
– Tenemos que mantenerlos frescos en el tanque. Es totalmente necesario. Frescos, mojados y con apoyo.
– ¿Con apoyo? ¿Es por eso que va a mantener a los delfines en esos cabestrillos cubiertos de poliespuma?
Melis asintió.
– Los cuerpos de los delfines están hechos para flotar en el agua. Cuando uno los saca de ahí, su propio peso corporal ejerce presión sobre órganos vitales y los daña. En esos tanques no habrá agua suficiente para que se apoyen.
– Deje de quejarse. He hecho todo lo que me ha dicho para que tengan un viaje seguro. Cuando mañana metamos a esos delfines a bordo van a estar más cómodos que nosotros. Van a estar muy bien, Melis. Se lo prometo.
– Es que… están indefensos. Confían en mí.
– Y deben. Usted es una mujer en la que se puede confiar.
Ella lo miró, sorprendida.
– Si uno es un delfín -añadió él con una media sonrisa.
– Nunca pensé que haría una declaración como esa sin añadir algo.
– Claro que no. – Kelby se sentó a su lado y metió los pies en el agua-. Porque usted pensaría que me he ablandado.
– Imposible. -En los últimos días ella había descubierto que él era dinámico y convincente, pero no inflexible si se le demostraba que estaba equivocado-. Usted es demasiado terco para cambiar.
– Dijo la sartén al cazo… -El hombre sacó un pez del cubo que reposaba en la galería y se lo lanzó a Susie. -No ha perdido el apetito. – Kelby le lanzó otro pez a Pete, pero el macho agitó la cola y lo desdeñó -. Podemos tener problemas con él.
– No hay manera de sobornarlo.
La mirada de Melis examinaba las manos de él que ahora reposaban sobre sus rodillas. Unas manos hermosas, bronceadas, fuertes, con dedos largos y hábiles. Siempre había sentido fascinación por las manos. Las de Kelby eran excepcionales. Melis podía imaginárselas haciendo un duro trabajo físico o tocando el piano. Él era muy táctil. Ella había visto cómo la punta de sus dedos acariciaban el borde de un vaso o palpaban la tela de yute en el brazo de la silla de extensión. Era obvio que le gustaba tocar, acariciar, explorar…
– ¿Él está bien?
Ella lo miró rápidamente a la cara. ¿Qué había preguntado? Algo sobre Pete.
– Es un macho y habitualmente son más agresivos. Pero Pete siempre ha sido más suave de lo habitual. Probablemente se debe a que no ha tenido la oportunidad de viajar con un grupo de machos como hace la mayoría de los delfines.
– ¿No andan juntos?
– No, por lo general las hembras se van con las hembras y los machos van a unirse a un banco de machos. Los machos se vinculan a otros machos como compañeros y esas relaciones generalmente duran toda la vida. Ésa es la razón por la que la relación entre Pete y Susie es totalmente única. Como dije, Pete es diferente.
– Y usted lo ha convertido en una mascota.
– Yo no lo he convertido en una mascota. Me he cerciorado de que los dos puedan sobrevivir por sí solos. Pero espero haberlos hecho mis amigos.
– ¿Algo así como Flipper?
– No, es un error pensar que los delfines son como nosotros. No son como los humanos. Viven en un mundo extraño en el que no podríamos sobrevivir. Sus sentidos son diferentes. Su cerebro es diferente. Debemos aceptarlos como son.
– ¿Pero pueden ser amigos de los humanos?
– Desde hace miles de años hay historias sobre interacciones entre delfines y humanos. Delfines que salvan vidas humanas. Delfines que ayudan a los pescadores en su trabajo. Sí, creo que puede haber amistad. Sólo tenemos que aceptarlos de la forma que son, no intentar verlos a nuestra imagen y semejanza.
– Qué interesante. – Kelby le lanzó otro pez a Susie -. ¿Son hermanos? ¿O podemos esperar en un futuro que haya delfincitos?
– No son hermanos. Cuando los traje a la isla hice que les tomaran muestras de ADN. Y aún no han llegado a la madurez sexual,
– ¿Con más de ocho años?
– Los delfines viven mucho. Cuarenta, cincuenta años. A veces no maduran sexualmente hasta los doce años, incluso los trece. Pero tampoco es raro que lo hagan a los ocho o nueve. Por lo tanto, a Pete y Susie no les falta mucho.