– Ha sido decisión mía.
– Hasta que le eche el lazo a Archer. Entonces todo habrá terminado. Usted quería que la ayudara a acabar con él. Lo tendrá.
– Escúcheme, Kelby. Quiero ayuda, no protección. No me va a dejar fuera de esto. Yo soy la que… Oh, mierda. -El pulgar de Kelby estaba sangrando -. Le dije que cogiera otro cuchillo. -Arrancó varias hojas de papel de cocina, le envolvió el pulgar con ellas, presionó un poco y le levantó la mano por encima del corazón para detener la hemorragia-. Claro, usted sabe mucho de cuchillos. Me sorprende que no se haya cortado hasta el hueso.
– No fue por el cuchillo. -El tono de Kelby era hosco -. Me distraje.
– Por andar amenazando. Lo tiene bien merecido. -Cuando la hemorragia se contuvo, Melis le lavó la mano y se la secó, aplicó un poco de Neosporin en el corte y le puso una tirita -. Ahora dígale a Nicholas que termine de preparar la cena. Tendrá que hacerlo mejor que usted.
– A la orden.
Ella levantó la vista al detectar una nota extraña en la voz del hombre. El la miraba y eso la hizo estremecerse. De repente percibió su cercanía física, el calor de su cuerpo, la dureza de la mano que aún sostenía. Dio un paso atrás y le soltó la mano.
– Eso está bien, Melis. -Kelby volvió a la tabla de cortarla carne-. Es mejor no tocarme.
Ella permaneció allí un instante sin saber qué hacer y después se volvió para marcharse.
– O quizá me equivoco. -Su voz suave la persiguió -. Al menos, ya no está pensando en esa maldita cinta, ¿no es verdad?
CAPÍTULO 10
– Tened cuidado. – Melis miraba desesperada cómo los delfines, en sus cabestrillos acolchados, eran bajados a los tanques en el avión -. Por Dios, no los dejéis caer.
– Todo va bien, Melis -dijo Kelby -. Ya están en su sitio.
– Entonces, vámonos de aquí. -La chica se secó el sudor de la frente -. No llegaremos a Las Palmas hasta dentro de siete horas y ya están estresados.
– Los delfines no son los únicos que están estresados -dijo Kelby -. Dile al piloto que despegue, Nicholas.
– Ahora mismo. -Lyons se volvió hacia la cabina-. Todo estará bien, Melis. Ya están cubiertos.
– De bien, nada. -Melis subió los tres escalones del tanque de Pete y acarició delicadamente su nariz -. Lo siento, tío. Sé que esto no es justo. Haré que termine lo más rápido que pueda.
– Parece que Susie se lo está tomando bien -dijo Kelby cuando terminó de inspeccionar a la hembra en el tanque vecino -. Ahora tiene los ojos abiertos. Mientras la transportábamos todo el tiempo los mantuvo cerrados.
– Tenía miedo. -Ella no había notado que Kelby se había dado cuenta. Los últimos cuarenta y cinco minutos él había estado corriendo todo el tiempo de un lado para otro, hablando con el piloto y supervisando el traslado de los delfines -. Pete está enloquecido.
– ¿Cómo lo sabe?
– Lo conozco. Tienen reacciones diferentes ante casi todo.
– Siéntese y ajústese el cinturón. Tenemos que despegar. Melis bajó, ocupó su asiento y se ajustó el cinturón.
– ¿Cuánto tiempo hará falta para llevar a los chicos al tanque en el muelle de Las Palmas?
– Un máximo de veinte minutos. – Kelby se ajustó su cinturón-. He conseguido a varios estudiantes de biología marina para que nos ayuden a llevarlos a los tanques. Están dispuestos a ayudarnos y les encantará vigilarlos. El tanque tiene veinticinco metros de largo y creo que será adecuado para el escaso tiempo que pasarán allí antes de que los soltemos.
– ¿Se cercioró de que las paredes de los tanques tengan abolladuras y salientes?
– Seguimos todas sus instrucciones. ¿Puede decirme por qué todo eso?
– Hay que desviar el sonido. Tienen el sistema auditivo tan desarrollado que si sus silbidos rebotan en superficies lisas, eso les resultaría muy perturbador.
Gracias al cielo, el avión estaba despegando. El ascenso fue suave y gradual como ella había pedido, pero de todos modos Melis podía oír el cloqueo preocupado de Susie. Tan pronto alcanzaron la altura de crucero se quitó el cinturón de seguridad.
– Voy a controlar a Pete -dijo Kelby mientras subía los escalones -. Vaya a ver si puede tranquilizar a Susie.
– Tenga cuidado, podría darle un mordisco.
– Sí, ya me lo dijo. Está enajenado. -Miró a Pete-. Tiene buen aspecto. ¿Qué más podemos hacer?
– Únicamente controlarlo con frecuencia para asegurarnos de que esté mojado y tratar de mantenerlo en calma. Dios, espero que sea un vuelo sin sobresaltos.
– El piloto me dijo que el pronóstico era de buen tiempo. No se esperan turbulencias.
– Gracias a Dios. -Acarició la nariz en forma de botella del delfín hembra-. Quédate ahí, pequeña. No va a ser tan terrible. Vas a regresar al útero materno.
Susie emitió un sonido con tristeza.
– Lo sé. No me crees. Pero te prometo que no te va a pasar nada malo. -Echó una mirada a Kelby-. Y me gustaría estarte diciendo la verdad.
– Le prometí que no ocurriría nada. Melis negó con la cabeza, con gesto cansino.
– Y si ocurre, no tengo derecho a echarle la culpa. Yo soy la responsable de los delfines. -Le hizo una caricia final a Susie y bajó del tanque-. Y yo soy la que acudí a usted para ofrecerle un trato. -Volvió a su asiento. Qué cansada estaba. La noche anterior, preocupada por los delfines, no había sido capaz de dormir-. Y ha resuelto los problemas del transporte de una manera estupenda.
– Puede asegurarlo. -Kelby se sentó frente a ella-. Pero creo que no voy a convertirlo en un hábito. Demasiado traumático. Después de llevar de vuelta a los delfines a su isla pondré punto final. – Calló un instante-. Si los quiere de vuelta. Porque podría decidir dejarlos libres.
– No lo creo. Si se tratara de un mundo prístino, no contaminado por el hombre, habría una posibilidad. Pero hemos creado demasiados peligros para ellos. Polución, artes de pesca que los arrastran y los matan. Hasta los turistas en sus botes se acercan demasiado a las bandadas de delfines.
– De eso me declaro culpable. -Kelby sonrió -. Recuerdo el yate de mi tío cuando yo era un niño. Cada vez que veíamos una gran bandada, le pedía que me dejara acercarme para tocarlos.
– ¿Y le dejaba?
– Claro, me dejaba hacer todo lo que se me ocurría. Mi fideicomiso le pagaba el yate. Quería mantener vigente mi lado bueno.
– Quizá sólo tenía la intención de ser bondadoso.
– Es posible. Pero después de que llegué a la mayoría de edad, seguí recibiendo las facturas de su yate.
– ¿Y las pagó?
Kelby miró por la ventanilla.
– Sí, las pagué. ¿Por qué no?
– ¿Porque le caía bien?
– Porque esos viajes en el yate eran mi salvación. Y la salvación no es gratis. Nada es gratis.
– Creo que le caía bien. ¿Fue entonces cuando llegó a la conclusión de que quería tener un yate como el suyo?
Kelby asintió. -Pero mejor y más grande. -Y lo consiguió, sin la menor duda. ¿Por qué le puso el nombre de Trina?
– Por mi madre.
Melis lo miró, sorprendida.
– Pero yo pensé que…
– ¿Que no le tenía mucho cariño a mi madre? Gracias a los medios. Creo que todo el mundo sabía que no nos hablábamos desde que yo era un mocoso.
– Entonces, ¿por qué le puso su nombre al yate?
– Mi madre era una gran manipuladora, una mujer muy ambiciosa. Se casó con mi padre porque quería ser la anfitriona de sociedad más importante de dos continentes. Me tuvo porque era la única manera para mantener controlado a mi padre. Él era algo voluble y ya se había divorciado en una ocasión.