Kelby se levantó, apoyándose en un codo.
– ¿A dónde demonios vas?
– A mi camarote, para tomar una ducha y vestirme. -Melis vaciló-. Quiero que sepas que me doy perfecta cuenta de que esto no significa nada para ti. Te lo iba a decir antes pero me distraje.
– Yo también me distraje un poco, pero para mí sí significó algo.
Ella sonrió.
– Un rato más que bueno. Pero sé que no tienes ninguna razón para confiar en las mujeres y hasta esta noche no me había dado cuenta de que un hombre también puede ser vulnerable. Sólo quería decirte que no voy a demandarte ni a verter cubos de lágrimas cuando leves anclas y te largues. Sin compromisos. Eso es lo mejor de lo que ha ocurrido aquí esta noche.
– ¿De veras? -Kelby quedó en silencio un instante -. Entonces, ¿por qué no regresas y nos regalamos un poco más de sexo sin compromisos?
Ella negó con la cabeza.
– Tengo que controlar a Pete y Susie,
Kelby retiró las sábanas.
– Voy contigo.
– ¿Por qué? Seguro que tienes cosas que hacer aquí. -Le hizo una mueca-. Como dormir. No hemos dormido mucho.
– Nicholas está aún en la ciudad y no quiero que vayas sola a ninguna parte.
Archer. ¿Cómo había podido olvidarse de él?
– Aún no me ha llamado.
– Gracias a Dios. No creo que pueda ocuparme de eso en este momento.
– No puedes tener a alguien que me vigile todo el tiempo. -Melis se humedeció los labios -. Consígueme un arma, Kelby.
– Está bien, pero un arma no soluciona todos los problemas. Necesitas un guardaespaldas y lo tendrás. Seré yo o alguien en quien confíe. -Caminó hacia la ducha -. A Archer le encantaría ponerte las manos encima y aquí no estás tan protegida como en la isla. No voy a correr el riesgo de tener que ir a la morgue a identificar tu cadáver sólo porque seas terca.
La puerta de la ducha se cerró a sus espaldas.
Carolyn, muerta y torturada, yaciendo sobre la fría mesa de metal.
Melis se estremeció al abrir la puerta del pasillo. Aquel recuerdo era como zambullirse en profundas aguas heladas. Llevaría guardaespaldas. Esas últimas horas le habían reafirmado cuánto le debía a Carolyn. No estaba curada del todo pero iba por buen camino. Había que pagar las deudas.
Y para pagarlas, tenía que mantenerse con vida.
Archer no la llamó hasta una hora después de que ella llegó al tanque.
– Ha pasado mucho tiempo, Melis. ¿Me añora?
– Tenía la esperanza de que alguien le hubiera dado un pisotón y lo hubiera matado como la cucaracha que es.
– ¿Sabe que se da por seguro que las cucarachas heredarán el planeta? ¿Qué tal toleraron el viaje los delfines?
– Están bien. Y muy bien custodiados.
– Lo sé. He controlado la situación. Pero eso no quiere decir que, en caso de que quiera acercarme a ellos, no pueda hacerlo.
– ¿Está aquí en Las Palmas?
– Estoy donde quiera que usted se encuentre. ¿Es que aún no se ha dado cuenta? -Hizo una pausa-. Hasta que me dé lo que quiero. No debe ser difícil para usted. Tiene mucha experiencia en eso de darle a los hombres lo que desean. Dicen que los niños absorben los conocimientos más de prisa y de manera más permanente que los adultos. ¿No es maravilloso tener para siempre ese talento y esos recuerdos? Envidio a Kelby. Seguro que le está proporcionando muy buenos ratos. Pero quizá no me limite sólo a envidiarlo. Quizá decida probarlo por mí mismo. Le pondré un vestido blanco cortito y…
– ¡Cállese!
Hubo silencio por un instante.
– ¿Otra grieta en la armadura? Se está desmoronando poco a poco, ¿no es verdad? Entrégueme las investigaciones de Lontana, Melis.
– Maldito sea.
– Si no lo hace, estaré por el resto de su vida. Eso no es un problema para mí. Lo estoy disfrutando. – La voz del hombre se suavizó -. Pero las mujeres no duran mucho tiempo en lugares como Kafas y si me vuelvo impaciente encontraré la manera de enviarla a un sitio así. Creo que si lo hago tardará muy poco en decirme lo que quiero saber.
No hables. No le repliques. Haz que crea que estás tan aterrorizada que por eso guardas silencio.
– Pobre Melis. Está peleando duro. No vale la pena.
– No puedo decir… Usted mató…
– ¿Y qué importancia tiene eso? Están muertas. No querrían que usted sufriera de esta manera. Démelo.
– No.
– Pero ese no cada vez suena más a sí. Percibo una nota de desesperación.
– No soy responsable de lo que pueda oír. -Deliberadamente, Melis dejó que se le quebrara la voz -. No puedo… evitarlo. Largúese.
– Oh, me largaré. Porque usted necesita pensar en lo que acabo de decirle. La llamaré otra vez esta tarde. Creo que estudiaremos la cinta número uno. Fue el primer día que la metieron en el harén. Estaba muy asustada. No entendía lo que le ocurría. Todo era reciente, muy doloroso. ¿Lo recuerda? -Y colgó.
Melis recordaba todo el dolor. Pero por alguna razón estaba menos impresionada que tras las primeras llamadas de Archer. Había asumido que ya no era aquella niña pequeña pero quizá no lo creyera realmente. Quizá al ahogarla en aquel horror de tanto tiempo atrás Archer había embotado el filo de aquellos recuerdos. Cuan frustrado se sentiría en caso de que eso fuera verdad.
– Están muy bien. -Rosa Valdés se detuvo junto a ella-. La hembra me permitió acariciarla esta mañana.
– Es muy amistosa. -Melis intentó espantar cualquier pensamiento sobre Archer mientras guardaba el teléfono en el bolsillo de su chaqueta. No podía dejar que aquel miserable la perturbara más de lo necesario, tenía trabajo que hacer-. ¿Alguien se ha acercado al tanque desde que metimos a los delfines?
– Sólo los otros estudiantes del equipo. -Rosa frunció el ceño -. Les dije a todos que las instrucciones eran ésas. ¿Algo va mal?
– No, era sólo una pregunta. -Se volvió y echó a andar hacia el tanque -. ¿Les diste sus juguetes?
– Sí. Al parecer, después de eso se sintieron mejor. ¿Siempre lleva Susie esa boa plástica en torno al cuerpo? Parece muy coqueta.
– Es muy femenina. La vi hacer lo mismo con una tira de algas y pensé que necesitaba algo más duradero. -Pero era evidente que Pete no había jugado con su boya plástica de la manera habitual, o Rosa se lo habría contado sin lugar a dudas -. Pensé que los juguetes podrían ayudar. No tienen suficiente espacio en el tanque para jugar y combatir el aburrimiento. Es una ten…
– ¡Madre de Dios! -Rosa abrió desmesuradamente los ojos mientras observaba a Pete -. ¿Qué hace?
– Lo que crees que está haciendo. Le encanta dar vueltas nadando con la boya.
– Pero la lleva en el pene.
– Sí, a veces lo hace durante horas. -Los labios de Melis se curvaron mientras hablaba-. Debe pensar que es una sensación muy agradable.
– Me imagino que sí -dijo Rosa en voz baja, sin apartar la vista de Pete -. Estoy impaciente por documentar esto en el registro.
– Es un barco rápido con una tripulación de seis hombres y armas pesadas -dijo Pennig-. Por esa razón puede ser difícil de abordar cuando estén en alta mar.
– Difícil no significa imposible. ¿Cuánto les falta para tener listo el Trina? -preguntó Archer.
– Uno o dos días. Esperan un aparato o algo así.
– Uno o dos días -repitió Archer.
Eso no le daría mucho tiempo para trabajar a Melis. Pero podría ser suficiente. La última vez que había hablado con ella, la chica había dado señales de que se desmoronaba. No le gustaba la idea de tener que llamarla cuando estuviera con Kelby en alta mar. La chica se sentiría más libre, más segura, aislada con él en el barco.