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¿Debía incrementar el número de llamadas para presionarla más?

Quizá.

Pero le molestaba cambiar el ritmo. Podía imaginársela esperando, temiendo el momento en que sonara el teléfono.

– Al Hakim lo llamó anoche, ¿no? -La voz de Pennig era indecisa-. ¿Se está impacientando?

– ¿Tienes la audacia de sugerir que no estoy manejando esto de forma adecuada?

– No, por supuesto que no -respondió Pennig con presteza-Sólo preguntaba.

Al Hakim estaba impacientándose. Y lo último que Archer quería que hiciera era enviar a alguno de sus amigos terroristas para evaluar la situación y correr el riesgo de que asumieran el mando.

– Entonces pregúntatelo en silencio, Pennig. Yo sé lo que hago.

Trabajar a Melis con lentitud y paciencia era un placer exquisito. Pero la paciencia podía convertirse en algo peligroso.

Tendría que considerar la posibilidad de subir la apuesta.

CAPÍTULO 11

– ¿Qué tal les va? -preguntó Kelby mientras avanzaba hacia ella por el embarcadero -. ¿Pete sigue enloquecido?

– Ya no tanto. -Melis le entregó el cubo con peces a Manuel y se volvió hacia Kelby-. Desde que le dimos sus juguetes se ha tranquilizado.

– Sí, cuando pasé por aquí esta mañana lo vi jugando con uno de esos juguetes. Muy interesante.

– No sabía que habías estado aquí.

– Habías ido al mercado, a comprar pescado para Pete y Susie.

– Y Nicholas estaba a mi lado. No le gustó mucho tener que cargar de vuelta al tanque varios kilos de peces apestosos. Dijo que no le importaba hacer de guardaespaldas pero que hacer de bestia de carga para Pete y Susie ofendía su dignidad.

– Eso es bueno para él. -Le entregó la bolsita de lona que llevaba-. Un revólver del treinta y ocho, lo que me pediste. ¿Sabes cómo usarlo?

Ella asintió.

– Kemal me enseñó. Decía que la mejor terapia que podía ofrecerme era enseñarme cómo defenderme a mí misma.

– Empiezo a pensar mejor de Kemal. -Deberías. Es un hombre maravilloso.

– Bueno, quizá no lo estimo tanto. Estoy empezando a sentir leves pinchazos de celos. -Ella lo miró con incredulidad -. Lo sé. A mí también me sorprende. -Bajó la vista para mirar a Pete en el tanque-. Necesito que me reconforten. ¿Quieres venir conmigo al barco y reconfortarme?

Sus cuerpos entrelazados, formando un arco, moviéndose.

El recuerdo hizo que la recorriera una ola de calor.

– Tú no necesitas que te reconforten. Desde la primera vez que te vi pensé que tenías más confianza en ti mismo que cualquier otra persona que haya conocido.

– Tienes razón. – Kelby sonrió -. Sólo pensé que me aprovecharía de tu simpatía y trataría de meterte en mi cama como el tipo poco escrupuloso que soy.

– Entonces, lo has conseguido. No siento lástima de ti y tengo que quedarme con los delfines. Esta tarde vienen dos estudiantes nuevos y quiero hablar con ellos.

– Está bien -Kelby esbozó una sonrisa-. Dios me perdone por querer competir con Pete y Susie. -Se volvió y echó a andar por el embarcadero -. Si cambias de opinión, estaré en el Trina.

Ella lo contempló mientras se alejaba. Qué guapo era. Tan hermoso como los delfines. Y cuánto le molestaría oírla decir eso. Era esbelto, de músculos compactos, tan enraizado en la tierra como los delfines en el mar. Los vaqueros desteñidos marcaban sus muslos musculosos, sus pantorrillas y su trasero duro como la roca. Otra ola de calor más fuerte, más intensa, la recorrió de pies a cabeza.

Oh, mierda.

Que se joda la reunión con los estudiantes. Ella regresaría más tarde. Echó a andar por el embarcadero en pos de Kelby.

Volvería después.

– Te limitas a pegarme un polvo, después te levantas y sales por esa puerta -Kelby, con expresión de holgazanería, la contemplaba vestirse desde la cama-. Me siento usado.

– Y lo has sido. -Ella sonrió-. Varias veces. Lo pediste y lo conseguiste.

– Y no podría agradecerlo más. A no ser que vuelvas a la cama y lo hagas de nuevo.

Ella miró por la escotilla. El sol aún no se había puesto, pero faltaba poco.

– Tengo que volver con los delfines. ¿No tienes nada importante que hacer?

– Acabo de hacerlo. -La sonrisa del hombre desapareció-. Sabes que eres como un milagro, ¿verdad?

– Por supuesto. Soy lista, saludable y a veces sé cómo hablar delfines.

– Y eres más entregada que cualquier otra mujer que haya conocido, y eso ya es un milagro.

– Debido a mis antecedentes – Melis terminó de abotonarse la camisa-, yo también lo considero milagroso. Nunca creí ser tan lujuriosa. Nunca esperé nada de esto.

– ¿No crees que podría tener relación con el hecho de que sea el mejor amante de este hemisferio?

– No, definitivamente no tiene nada que ver con eso.

– Estoy abatido. -Hizo una pausa-. Entonces, ¿por qué? -No lo sé. Quizá sea porque todo lo que me enseñó Carolyn cayó de repente en su sitio. Quizá sea porque me he acostumbrado tanto a ver el sexo en la naturaleza que me doy cuenta de que no hay nada sucio en el acto, sino en la intención. -Inclinó la cabeza para mirarlo como si lo estuviera evaluando -. Y quizá sea porque no eres el peor amante de este hemisferio. -Abrió la puerta-. Te veré más tarde, Kelby.

El asintió mientras estiraba la mano para coger el teléfono.

– Estoy llamando a Gary St. George. Se reunirá contigo en la plancha. Iría contigo, pero estoy esperando a que me entreguen el captador de imagen.

– Bien. Eso quiere decir que mañana podré sacar a los delfines de ese tanque.

– O pasado mañana. Tengo que asegurarme de que el captador funcione perfectamente. -Levantó una ceja-. Pero ya conoces los trámites. El equipo tardará una o dos horas en pasar todos los controles. ¿Por qué no vuelves a la cama e impides que me aburra?

Dios, se sentía tentada a hacerlo.

Los delfines.

Negó con la cabeza.

– No quiero acabar contigo, Kelby. Quizá pueda usarte más tarde.

– Tienes muy buen aspecto, Melis -dijo Gary mientras bajaba por la plancha-. Más relajada.

Ella sintió cómo le afluía el calor al rostro. ¿Sabrían él y los demás miembros de la tripulación cómo se había vuelto tan relajada? Tenía la loca sensación de que todo el mundo debía saberlo, de que aún llevaba la impronta del cuerpo de Kelby.

– Cuando te llevé a aquel avión en Atenas me sentí muy preocupado por ti. Nunca te había visto tan tensa.

Estaba llegando a conclusiones prematuras. Gary no la había visto desde aquel día terrible en Atenas. Era natural que hiciera el comentario.

– Estoy mejor. ¿Cómo has estado, Gary?

– Bien -sonrió -. Es una tripulación excelente. Kelby contrató a Terry y Charlie Collins, el primer oficial, es de primera. Karl Brecht no habla mucho, pero eso no es malo. Prefiero el silencio a una máquina parlante. Y trabajar para Kelby me va a gustar. Todo el mundo dice que se mete en muchos líos pero que es muy honesto.

– Estoy segura de las dos cosas.

– Me alegra que hayas aceptado seguir la búsqueda. -Echó a andar por el embarcadero junto a ella-. Nunca entendí por qué estuviste en contra. Phil tenía muchos deseos de hallar Marinth.

– Nunca me interpuse en su camino. Solo me negué a ayudarlo.

– Eso lo puso como loco. Sobre todo en los meses anteriores a su muerte.

– No vas a lograr que me sienta culpable, Gary. Hice lo que creí correcto para mí y para los delfines.

– No quise decir que hayas actuado mal, Melis. Tenías que hacer lo que considerabas correcto. Sólo digo que me alegra que hayas decidido seguir adelante. Si la encontramos, eso significa una gran bonificación para los tripulantes. Kelby es muy generoso.