– No podrías asegurarlo. Podría necesitar toda la ayuda disponible. Un poco de brisa marina te vendría bien. -Contempló de nuevo el sobre y Wilson percibió una vez más las corrientes subterráneas de entusiasmo que electrificaban a Kelby -. Pero quizá deberíamos darle a Lontana un aviso previo de que no debe agitar una zanahoria a no ser que espere que la devore de un bocado. Dame su número de teléfono.
La seguían.
Demonios, no era paranoia. Podía percibirlo.
Melis miró por encima del hombro. Era un intento fútil. No hubiera reconocido a la persona que buscaba entre la multitud a sus espaldas. Podía ser cualquiera. Un ladrón, un marinero que ansiaba echar un polvo… o cualquiera con la esperanza de que ella lo condujera a Phil. Todo era posible.
Ahora, cuando se trataba de Marinth.
Despístalo.
Echó a correr hasta la bocacalle siguiente, dejó atrás una manzana corta, se metió en un portal y esperó. La primera regla era cerciorarse de que no se trataba de un ataque de paranoia. La segunda: conoce a tu enemigo.
Un hombre de pelo gris, con pantalones caqui y camisa de manga corta a cuadros, dobló la esquina y se detuvo. Tenía el aspecto de cualquier turista de visita en Atenas en esta época del año. Sólo que su expresión anonadada no iba bien con su aspecto. Mientras su mirada examinaba el flujo de personas que iba calle abajo, en sus ojos se leía una clara irritación.
Melis no estaba paranoica. Y ahora recordaría a aquel hombre, fuera quien fuera.
Salió presurosa del portal y echó a correr. Dobló a la izquierda, atravesó un paseo y dobló a la derecha en la siguiente bocacalle.
Miró hacia atrás y logró distinguir por un momento una camisa a cuadros. El hombre ya no pretendía fundirse con la multitud. Se movía de prisa, con intención.
Ella se detuvo cinco minutos después, respirando pesadamente.
Lo había despistado. Quizá.
Por dios, Phil, ¿en qué nos has metido?
Esperó otros diez minutos para cerciorarse y después volvió sobre sus pasos y se encaminó al embarcadero. Según su callejero, el hotel Delphi debía estar en la siguiente manzana.
Allí estaba. Un edificio estrecho de tres plantas, de fachada antigua, con la pintura descascarillada, manchada por el smog, pero lleno de una atmósfera particular como todo en aquella ciudad. No era un hotel que Phil hubiera tolerado habitualmente. Le gustaban antiguos y con atmósfera, pero la decadencia no era su fuerte. Disfrutaba demasiado de la comodidad. Otro misterio que…
– ¿Melis?
Se volvió y vio a un hombre de pelo gris, que llevaba vaqueros y camiseta, sentado tras una mesita de café.
– ¿Gary? ¿Dónde está Phil? Señaló el agua con la cabeza.
– A bordo del Ultimo hogar.
– ¿Sin ti? No lo creo.
Primero Cal, y ahora Gary St. George.
– Yo tampoco lo creía. -Bebió un trago de su aguardiente anisado-. Pensé que me quedaría aquí varios días y él regresaría a recogerme. ¿Qué puede hacer sin mí? Si pretende navegar solo en el Ultimo hogar va a tener muchos problemas.
– ¿Y qué pasa con Terry?
– Lo despidió en Roma después de hacer que Cal se marchara. Le dijo que fuera a verte y tú le darías trabajo. A mi me dijo lo mismo. -Sonrió -. ¿Estás lista para ser nuestra jefa de tribu, Melis?
– ¿Cuánto hace que se marchó?
– Una hora quizá. Se fue inmediatamente después de hablar contigo.
– ¿Adonde se dirigía?
– Al sureste, hacia las Islas Griegas.
Ella dio un paso hacia el embarcadero.
– Vámonos ahora mismo.
El se levantó de un salto.
– ¿A dónde?
– Voy a alquilar una lancha rápida y a seguir a ese idiota. Me va a hacer falta alguien que la conduzca mientras yo busco el Ultimo hogar.
– Aún tenemos luz. -El hombre se apresuró en pos de ella -. Tenemos una buena probabilidad de hallarlo.
– Nada de probabilidades. Vamos a encontrarlo.
Descubrieron el Último hogar un momento antes de que oscureciera. La goleta de dos mástiles parecía una nave de otra época bajo la blanda luz. Melis le había dicho varias veces a Phil que el barco le recordaba cuadros del Holandés Errante, y en la confusa y dorada luz del crepúsculo su aspecto era aún más místico.
Y como el Holandés estaba desierto.
Ella sintió un estremecimiento de miedo. No, no podía estar desierto. Phil tenía que estar bajo la cubierta.
– Da miedo, ¿verdad? -dijo Gary mientras apuntaba la lancha rápida hacia la nave -. Ha apagado los motores. ¿Qué rayos está haciendo?
– Quizá tiene problemas. Se los merece. Echar a su tripulación y huir como… -Melis calló para que la voz se le hiciera más firme-. Aproxímate lo más que puedas. Voy a subir a bordo.
– No creo que te vaya a poner la alfombra roja -dijo Gary señalando hacia la nave. -No te quería ahí, Melis. No nos quería a ninguno de nosotros en este viaje.
– Muy mal. No puedo impedirle desear algo. Sabes que a veces Phil no hace la mejor elección. Ve lo que quiere ver y se lanza de cabeza, a toda velocidad. No puedo dejarlo… ¡Ahí está!
Phil había subido a la cubierta y los miraba con el ceño fruncido por encima del agua que los separaba.
– Phil, maldita sea, ¿qué estás haciendo? -gritó ella -. Voy a subir a bordo.
Phil negó con la cabeza.
– Algo va mal en la nave. El motor acaba de detenerse. No estoy seguro de…
– ¿Qué es lo que no funciona?
– Debí de haberlo sabido. Debí de ser más cuidadoso.
– Hablas como un demente.
– Y no tengo más tiempo de hablar. Tengo que ir a ver si puedo encontrar dónde él… Vete a casa, Melis. Cuida a los delfines. Es muy importante que hagas tu trabajo.
– Tenemos que hablar. No voy a… – Le hablaba al aire. Phil había vuelto a bajar.
– Acércame más.
– No te va a dejar subir a bordo, Melis.
– Sí, lo hará. Aunque tenga que colgarme del ancla de aquí a…
El Ultimo hogar estalló en miles de pequeños y feroces trocitos.
¡Phil!
– ¡No! -Melis no se dio cuenta de que gritaba, tratando de negar lo ocurrido. La nave ardía, la mitad se había hundido -. ¡Aproxímate! Tenemos que…
Otra explosión.
Dolor.
La cabeza se le caía en pedazos, estallaba como la nave.
Oscuridad.
CAPÍTULO
Hospital de Santa Catalina
Atenas, Grecia
Melis Nemid tiene conmoción cerebral -dijo Wilson -. Uno de los tripulantes de Lontana la trajo tras la explosión. Los médicos creen que se va a recuperar pero lleva veinticuatro horas inconsciente.
– Quiero verla – Kelby siguió caminando por el pasillo -. Búscame un permiso.
– Quizá no me hayas oído, Jed. Está sin sentido.
– Quiero estar allí cuando despierte. Tengo que ser el primero en hablar con ella.
– Este hospital es muy estricto. Y tú no eres un familiar. Quizá no te dejen entrar en su habitación hasta que no recobre totalmente la conciencia.
– Convéncelos de que lo hagan. Me da lo mismo si tienes que darles un soborno tan grande como para comprar el hospital. Y controla a la guardia costera a ver si ya han localizado el cuerpo de Lontana. Después encuentra al hombre que trajo aquí a la hija de Lontana e interrógalo. Quiero saber todos los detalles de lo que le ocurrió a Lontana y al Ultimo hogar. ¿En qué habitación está ella?
– En la veintiuno. -Dudó un momento -. Jed, la chica acaba de perder a su padre. Por dios, ¿cuál es la prisa?
La prisa se debía a que por primera vez en varios años a Kelby le habían dado esperanzas y ahora se las quitaban. Que lo partiera un rayo si dejaba que eso pasara.