– No, usted tenía que verlo con sus propios ojos para que fuera algo real. Puedo entenderlo. ¿Ya está preparada para regresar a Atenas?
Ella asintió, con gesto entrecortado.
– ¿Quiere comer algo? Le dije a Billy que preparara unos bocadillos. Hace maravillas. Wilson y su amigo Gary están en la cabina principal devorándolos.
– ¿Billy?
– Billy Sanders, el cocinero. Lo saqué de un restaurante de primera en Praga.
Por supuesto, un yate de lujo como el Trina tenía un cocinero. Ella había leído en alguna parte que Kelby le había comprado el yate a un jeque petrolero saudí. Era enorme y sus dos gabarras equipadas con las más modernas tecnologías eran también impresionantes. El Trina era esbelto, moderno, con el equipamiento científico más reciente, con campanas y silbatos. Aquel barco estaba a años luz del Último hogar. De la misma manera que Kelby era diferente de Phil. Pero éste había pensado que Kelby tenía algo en común con él.
Comparte conmigo la misma pasión y tiene el empuje para conseguir que las cosas pasen.
Eso era lo que Phil había dicho de Kelby en aquella última conversación telefónica que tuvo con ella.
Tenía razón. Melis podía percibir dentro de Kelby tanto la pasión como el empuje, como si se trataran de una fuerza viva.
– ¿Comida? -volvió a preguntar el hombre.
Ella negó con la cabeza.
– No tengo hambre. Creo que voy a quedarme un rato sentada aquí. – Se sentó sobre la cubierta y abrazó con fuerza sus rodillas -. No ha sido una jornada fácil para mí.
– Y dígalo. -De repente, la voz del hombre se endureció -. Llevo dos horas esperando que se derrumbe. Por Dios, si lo hace nadie va a menospreciarla.
– No me importa lo que piensen los demás. Y mis lágrimas y mis sollozos no le servirán de nada a Phil. Ahora nada puede ayudarlo.
Kelby calló un instante y cuando ella lo miró descubrió que los ojos del hombre estaban entrecerrados, clavados en el horizonte.
– ¿Qué pasa? ¿Ve algo?
– No. -La mirada de Kelby volvió a posarse en ella-. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Qué planes tiene?
– No sé lo que voy a hacer. Ahora mismo no creo que pueda pensar con claridad. Ante todo, debo volver a casa. Tengo ciertas responsabilidades. Entonces decidiré qué hacer.
– ¿Dónde está su casa?
– Es una isla en las Antillas Menores, no lejos de Tobago. Pertenecía a Phil, pero me la legó. -Sus labios se torcieron en un gesto de amargura-. También me dejó el Último hogar. Solo necesitaré unos diez años o más para recuperar los pedazos que salgan a flote aquí.
– Debió de tenerle mucho cariño.
– Yo también lo quería -susurró ella -. Creo que él lo sabía. Me hubiera gustado decírselo. Dios, quisiera habérselo dicho.
– Estoy seguro de que él se sentía bien retribuido.
Había una cierta inflexión en su tono.
– ¿Qué quiere decir?
– Nada. -Kelby apartó la vista-. A veces las palabras no tienen mucho significado.
– Pero a veces sí. Phil me dijo que no podía conseguir que usted le devolviera las llamadas. ¿Qué dijo para hacerlo venir aquí?
– Me mandó una carta con una sola palabra. -La mirada del nombre volvió al rostro de la chica-. Me imagino que sabrá de qué palabra se trataba.
Ella no contestó.
– Marinth.
Melis lo miró en silencio.
– No creo que vaya a decirme lo que sabe sobre Marinth.
– No sé nada. -Ella lo miró a los ojos -. Y no quiero saber nada.
– Yo estaría dispuesto a darle una cuantiosa retribución por cualquier información que quisiera compartir conmigo.
Ella negó con la cabeza.
– Si no está dispuesta a admitir que Lontana se suicidó, ¿se le ha ocurrido que podría haber otra explicación?
Claro que se le había ocurrido, pero ella había pasado toda la tarde espantando aquella idea. Ahora le resultaba imposible analizar cualquier cosa. Y no se iba a asociar con Kelby, sin importarle cómo hubiera muerto Phil.
– No sé nada -repitió.
El la miró atentamente.
– No creo que me esté diciendo la verdad. Creo que debe saber bastantes cosas.
– Me da lo mismo lo que crea, no tengo intención de discutirlo con usted.
– Entonces, la dejo sola. -Se volvió-. ¿Ve cuan atento soy? Si cambia de idea con respecto a los bocadillos, venga a la cabina.
Estaba bromeando pero desde que llegaron a bordo del Trina él había sido particularmente atento. Se había ocupado de lo suyo con rápida eficiencia. La había dejado dirigir la puesta en escena y había obedecido sus órdenes sin queja alguna. Había hecho soportable aquella búsqueda torturante.
– Kelby.
Él se volvió para mirarla.
– Gracias. Hoy ha sido muy amable conmigo.
– Oiga, alguna vez en la vida uno tiene un ataque de sentimentalismo. A mí no me ocurre con frecuencia. Me libro de eso con facilidad.
– Y siento que haya viajado a Atenas siguiendo una pista falsa.
– No ha sido así. -Kelby sonrió -. Porque tengo el pálpito de que no se trataba de una pista falsa. Quiero Marinth. Y voy a conseguirla, Melis.
– Buena suerte.
– No, la suerte no es suficiente. Voy a necesitar ayuda. Lontana me la iba a dar, pero ahora me queda usted.
– Entonces, no tiene nada.
– Hasta que salga del barco. Le prometí que hoy no le pediría nada. Tan pronto ponga pie en tierra las promesas quedan anuladas.
Mientras lo veía alejarse de ella, Melis sintió un miedo súbito. En su estado anímico era difícil hacer caso omiso a aquella confianza absoluta.
Difícil, pero no imposible. Lo único que le hacía falta era irse a casa y curar sus heridas, y volvería a ser tan fuerte como siempre. Sería capaz de pensar y tomar decisiones. Tan pronto llegara a la isla estaría a salvo de Kelby y de cualquier otra persona.
– Está abandonando. -Las manos de Archer apretaron con fuerza el pasamanos del crucero -. Maldita sea, regresan a Atenas.
– Quizá vuelva mañana y siga buscando -dijo Pennig-. Está oscureciendo.
– En ese yate Kelby tiene luces estroboscopias como para iluminar toda la costa. No, ella abandona. Se marchará corriendo a esa maldita isla. ¿Te das cuenta de lo difícil que nos va a resultar todo? Tenía la esperanza de que estuviera aquí un día más.
No, no iba a tener ese día. Nada iba a ser cómo debería. La mujer debió de ser vulnerable. Eso era lo que él había planeado. Pero Kelby había entrado en el escenario y con su presencia había levantado una barricada de protección en torno a Melis Nemid.
– Tengo que atrapar a esa zorra.
– ¿Y si ella no se va a casa? Kelby podría haberle pagado lo suficiente para que se quede con él a bordo.
– No si Lontana no pudo obligarla a que fuera con él. Me dijo que ella no quería saber nada de eso. Pero ella sabe, maldita sea. La zorra sabe.
– ¿A Tobago entonces?
– Tobago es una isla pequeña y a ella la conocen bien allí. Por eso quería atraparla aquí. -Respiró profundamente y se dedicó a calmar la ira que crecía en su interior. Había contado con seguir el camino más sencillo y evitar complicaciones. Paciencia. Si no hacía ninguna tontería, todo saldría bien-. No, sólo tenemos que encontrar la manera de hacerla salir de la isla y venir a nuestro encuentro.
Y asegurarse de que se derrumbara y le diera lo que quería antes de acabar con ella.
Kelby estaba de pie junto a la borda y miraba cómo Gary ayudaba a Melis a subir al muelle desde la gabarra. Ella no se volvió a mirarlo a él o al barco mientras caminaba con rapidez hacia la parada de taxis.
Melis había dejado de contar con él. La conciencia de aquello despertaba en Kelby una mezcla de irritación y diversión.