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De eso nada, Melis. Eso no va a ocurrir.

– No creí que fuera a resistir -Wilson se reunió con él junto a la borda-. Ha sido un día muy duro para ella.

– Sí.

– Su amigo Gary no tenía ninguna duda. Dijo que la conocía desde que ella se fue a vivir con Lontana cuando era una adolescente y que siempre había sido la chica más dura y luchadora con que se había tropezado. Nadie lo hubiera imaginado. Tiene el aspecto de quien se disuelve bajo la lluvia.

– Ni por asomo. -La vio meterse en un taxi y tampoco miró atrás en ese momento -. Y ese aire de fragilidad puede ser un arma poderosa para una mujer.

– No creo que la utilizase. Creo que odiaría admitir que no es fuerte. – Miró a Kelby-. No todos son como Trina. Así que no seas tan pretencioso, maldito cínico.

– No la juzgo. Eso no me importa en absoluto. Pero tengo que saber con qué tipo de municiones cuenta.

– ¿No pudiste sacarle lo que querías?

– Todavía no.

– ¿Qué hacemos entonces?

– Tomaré el próximo vuelo a Tobago. Y tú, busca toda la información que puedas sobre Lontana y Melis Nemid.

– ¿Desde qué momento?

– Desde el principio, pero concéntrate en el último año. Él trató de ponerse en contacto conmigo hace sólo un mes, y según lo que pudiste sacarle a St. George, en los últimos seis meses no se comportaba de manera normal.

– Si la teoría del suicidio es correcta, su estado mental quizá no…

– Desecha las teorías. Dame los hechos.

– ¿Para cuándo quieres el informe? -preguntó Wilson.

– Lo más pronto posible. Quiero tener los datos preliminares esperándome cuando llegue a Tobago.

– Perfecto. ¿Algo más?

– Sí. Esta tarde, mientras buscábamos, había un crucero por allí. Lo vi en varias ocasiones. Nunca se aproximó lo suficiente para que pudiera distinguir un número, pero creo que las primeras tres letras del casco eran S, I, R.

– Estupendo. Y eso no me sirve de nada. Es una zona de cruceros. ¿No sería un barco de pesca? ¿O alguien de la compañía aseguradora?

– Averigua si hubo algún crucero de alquiler.

– Aunque fuera ése el caso, pudieron alquilarlo en cualquier sitio de la costa. Supongo que también quieres ese dato para cuando llegues a Tobago, ¿no?

El taxi se alejaba y Melis seguía con la vista clavada al frente.

– No seas sarcástico, Wilson. – Kelby se volvió y se encaminó hacia la cabina. -Sabes que te divierte hacer lo imposible. Eso alimenta tu ego. Y ésa es la razón por la que has seguido trabajando conmigo todos estos años.

– ¿De veras? -Wilson ya estaba buscando su teléfono -. Para mí eso es noticia. Vaya, yo creía que estaba contigo para sacarte suficiente dinero y poder vivir mi jubilación en la Riviera.

CAPÍTULO 3

Como siempre, Susie y Pete recibieron a Melis junto a la red.

Ella nunca había logrado imaginarse cómo se enteraban los delfines de su llegada. Por supuesto, tenían un oído extraordinario, pero con frecuencia hacían caso omiso a la llegada de la lancha del correo o a los barcos de pesca que pasaban. Pero cuando ella volvía de un viaje ellos siempre estaban allí. Melis había llegado a hacer experimentos con la intención de confundirlos. En una ocasión dejó la lancha a kilómetro y medio de la red y recorrió nadando el resto del camino. Pero el instinto de los delfines era infalible. Siempre estaban allí esperando, emitiendo sonidos, silbando, zambulléndose, nadando alegremente en alocados círculos.

– Bien, bien, yo también os he echado de menos. -Hizo que el bote pasara flotando por encima de la red antes de volverla a colocar-. ¿Le habéis dado a Cal demasiado trabajo mientras estuve fuera?

Susie le dedicó un graznido alto, cloqueante, que recordaba una carcajada.

Dios, qué bueno era estar en casa. Tras el horror y todo lo desagradable que había tenido que sufrir en Atenas, estar allí con Pete y Susie era como si una mano cariñosa la acariciara, la serenara.

– Eso es lo que pensé. -Volvió a encender el motor-. Vamos, comeremos algo y podréis decirle a Cal que lo lamentáis.

De nuevo aquella risa jubilosa mientras los delfines la adelantaban, nadando raudos hacia el chalet.

Cal la recibió en el atracadero, su expresión era de sobriedad.

– ¿Estás bien?

No, no estaba bien. Pero ahora que estaba en casa se sentía mejor.

– ¿Gary te llamó?

El hombre asintió mientras ataba la lancha.

– No sabes cuánto lo siento, Melis. Todos lo vamos a echar mucho de menos.

– Sí, seguro. -Melis salió de la lancha-. ¿Te importa si ahora mismo hablamos sobre Phil? Tengo que sobreponerme a ello, pero a mi manera.

– Claro que sí -dijo Cal, caminando a su lado -. Y después, ¿podemos hablar sobre Kelby?

Ella se puso tensa.

– ¿Por qué?

– Porque Kelby le ofreció a Gary trabajar a bordo del Trina.

Ella se detuvo y lo miró.

– ¿Qué?

– Buen salario. Trabajo interesante. No será como formar parte de la tripulación del Último hogar, pero tenemos que ganarnos el pan.

– ¿Tenemos?

– Gary dijo que también había trabajo para mí y para Terry. Me dio el número del teléfono móvil de Kelby. Dijo que lo llamáramos si queríamos el puesto. -Apartó la vista de Melis-. Y si tú no tienes nada en contra.

Ella no tenía nada en contra. La idea de perder a aquellos hombres junto a los cuales había crecido la hacía sentirse algo perdida.

– ¿Crees que serás feliz trabajando para Kelby?

– A Gary le cae bien y ha conversado con la tripulación del Trina. Dicen que Kelby juega limpio, y que siempre que uno sea honesto con él, responde de la misma manera. -Hizo una pausa-. Pero no estamos obligados a aceptar ese puesto. Si no te gusta la idea, no. Sé que Phil y tú no estabais de acuerdo con respecto a Kelby. Pero tiene muy buena reputación.

Su reputación era más que buena. Kelby era la estrella en ascenso en la profesión que tanto había amado Phil. Ya había descubierto dos galeones en el Caribe. Era una de las razones por las que ella estaba resentida con él. Durante el tiempo relativamente corto que había estado en el negocio, había superado los logros de Phil sin demasiado esfuerzo.

Estaba siendo egoísta. Se había sentido tan segura al llegar a la isla que le dolía saber que la mano de Kelby llegaba hasta allí para llevarse a sus viejos amigos.

– Lo que yo crea no tiene importancia. Haced lo que sea mejor para vosotros.

– Nos sentiríamos mal si tú…

– Cal, no hay nada de malo en ello. Llama a Kelby y acepta el puesto. No se trata de que vayas a trabajar con un grupo terrorista. De todos modos, me habría visto obligada a buscaros trabajo a todos vosotros. No puedo manteneros trabajando aquí, así que lo mejor es que vayáis donde podáis conseguir trabajo. -Aún tenía el ceño fruncido y se obligó a sonreír-. A no ser que quieras que te contrate para cuidar de Pete y Susie, ¿no?

– ¡Por dios, no! -dijo él, horrorizado -. ¿Sabes lo que me hicieron? Me robaron los pantalones. Yo estaba dándome un baño matutino y esa hembra vino desde abajo y me los arrancó. Creí que me atacaba. Hay que respetar las partes íntimas de un hombre.

Ella contuvo a duras penas una sonrisa.

– Era una pequeña travesura. No entienden el vestido. Para ellos no es más que otro juguete.

– ¿Sí? Bien, no entiendo eso de que me desnuden y me dejen en pelotas.

Estaba tan indignado que ella no pudo resistirse. -Deben haberte considerado atractivo. Los delfines son muy sexuales, ¿sabes?

– ¡Oh, Dios mío!

Ella rió para sus adentros y negó con la cabeza.

– Simplemente jugaban. Ellos todavía no han alcanzado la madurez sexual. Solo tienen ocho años y para eso les falta uno o dos todavía.