Darya se inclinó hacia delante.
—Muy bien, Atvar H’sial. Estoy interesada en escucharte. Cuéntame.
Por supuesto que no se proponía acceder a cualquier cosa; pero sin duda no pasaría nada malo si escuchaba.
6
Marea estival menos veintinueve
El Umbilical y las cápsulas que lo recorrían llevaban allí al menos cuatro millones de años cuando los humanos colonizaron Dobelle. Al igual que cualquier otra obra de los Constructores, había sido hecha para durar. El sistema funcionaba a la perfección. Había sido estudiado en profundidad pero, aunque los análisis habían revelado bastante sobre los métodos de fabricación de los Constructores, no se sabía nada sobre su psicología o sus hábitos.
¿Los Constructores respiraban? Los coches eran abiertos, hechos en materiales transparentes y sin ninguna clase de esclusa neumática.
¿Los Constructores dormían y hacían ejercicios? No había nada que pudiese ser identificado con una cama, un lugar donde descansar o algún medio de recreo.
Sin duda al menos tenían que comer y excretar. No obstante, aunque el viaje de Ópalo a Sismo tardaba muchas horas, no había instalaciones para almacenar o preparar alimentos, ni tampoco para la evacuación de los desechos.
La única conclusión provisional alcanzada por los ingenieros humanos era la de que los Constructores eran grandes. A pesar de que cada cápsula era un monstruo, un cilindro de más de veinte metros de largo y casi otro tanto de ancho, su interior no era más que espacio vacío. Por otro lado, no había evidencia de que los coches hubiesen sido utilizados por los mismos Constructores… Tal vez habían sido pensados sólo como transportes de carga. Pero si eso era cierto, ¿por qué estaban equipados con controles internos que permitían modificaciones de velocidad a lo largo del Umbilical?
Mientras los investigadores de la historia discutían sobre la naturaleza y el carácter de los Constructores, y los teóricos se preocupaban por los inexplicables principios de su ciencia, las mentes más prácticas se ponían a trabajar para hacer que el Umbilical fuese útil a los colonizadores. Sismo tenía minerales y combustibles. Ópalo no tenía ninguna de las dos cosas, pero poseía lugares habitables y un clima decente. El sistema de transporte entre los dos era demasiado valioso para desperdiciarlo.
Comenzaron con las reformas necesarias para viajar con comodidad entre los componentes del doblete planetario. No podían modificar el tamaño y la forma de las cápsulas; como casi todas las obras de los Constructores, los coches eran módulos integrados, casi indestructibles e incapaces de sufrir modificaciones estructurales. Pero fue sencillo volverlos herméticos, agregarles esclusas de aire y equiparlos con reguladores de presión. Se instalaron unas cocinas simples junto con retretes, salas de atención médica y lugares de descanso. Finalmente, considerando la incomodidad de los humanos ante las grandes alturas, las paredes transparentes fueron cubiertas con paneles que podían ser polarizados a un gris opaco. La portilla de observación se encontraba sólo en el extremo superior de la cápsula.
Rebka maldecía esta última modificación a medida que su coche se acercaba a Sismo. Mientras ascendían hacia la Estación Intermedia e incluso después, había disfrutado con la vista del planeta que tenían delante lo suficiente para estar dispuesto a postergar la exploración de la propia Estación, artefacto que también era obra de los Constructores. Había supuesto que continuaría viendo más y más detalles de Sismo hasta que aterrizaran. En lugar de ello, inexplicablemente, el coche giró sobre sí mismo cuando todavía faltaban unos kilómetros para alcanzar la superficie. En vez de ver Sismo, de pronto se encontró con una tediosa vista de las nubes que rodeaban Ópalo.
Rebka se volvió hacia Max Perry.
—¿No puede hacer que viremos otra vez? No logro ver nada.
—No, a menos que quiera que nos arrastremos lentamente el resto del camino. —Perry ya estaba nervioso con la expectativa de la llegada—. En cualquier momento entraremos en la atmósfera de Sismo. La estabilidad aerodinámica requiere que el coche tenga la cola hacia abajo. De otro modo, nuestro avance sería muy lento. En realidad… —Se detuvo, y su rostro se tornó tenso de concentración—. Escuche.
A Rebka le costó un momento captarlo; entonces comenzó a escuchar un silbido suave y agudo que atravesaba las paredes de la cápsula. Era la primera evidencia del contacto con Sismo, del aire enrarecido que se resistía al paso de la cápsula. Su velocidad de descenso ya debía de estar disminuyendo.
Cinco minutos después se agregó otra señal. Estaban lo suficientemente bajos para iniciar la compensación de presión. El aire de Sismo comenzaba a penetrar. Un ligero olor sulfuroso invadió el interior. Al mismo tiempo, la cápsula comenzó a sacudirse y temblar con el embate de los vientos. Rebka sintió una fuerza que lo apretaba contra el asiento acojinado.
—Tres minutos —dijo Perry—. Estamos en la desaceleración final.
Rebka lo miró. Estaban a punto de aterrizar en el planeta que Perry consideraba demasiado peligroso para recibir visitantes, pero no había ninguna señal de temor en su voz ni en su rostro. Aunque se le veía nervioso, bien hubiese podido ser el entusiasmo de un hombre que regresaba a casa después de una ausencia demasiado larga.
¿Cómo era posible eso, si Sismo era una trampa mortal tan peligrosa?
La velocidad fue disminuyendo hasta que el coche se detuvo y la puerta se abrió en silencio. Al seguir a Perry hasta el exterior, Rebka vio confirmadas sus sospechas. Se encontraban en una superficie llana, una planicie gris azulada y polvorienta, cubierta de arbustos verde oscuros y de líquenes de color ocre. El lugar era seco y caluroso; el olor a azufre era más fuerte en el aire de la tarde. A menos de un kilómetro, Rebka pudo ver el brillo del agua, con plantas más altas en sus orillas. Cerca de ellos había una manada de animales bajos y de movimientos lentos. Parecían herbívoros, pastando en silencio.
No había volcanes en erupción, temblores terrestres ni monstruosas violencias subterráneas. Sismo era un planeta pacífico, amodorrado con el calor, donde sus habitantes se preparaban para soportar las temperaturas más altas que llegarían con la Marea Estival.
Antes de que Rebka pudiera decir algo, Perry ya miraba a su alrededor y sacudía la cabeza.
—No sé qué está ocurriendo aquí. —Su rostro estaba confundido—. Cuando dije que encontraríamos problemas, no bromeaba. Esto está demasiado tranquilo. Y faltan menos de treinta días para la Marea Estival, la mayor que jamás haya ocurrido.
Rebka se encogió de hombros. Si Perry tenía alguna intención oculta, él no alcanzaba a adivinarla.
—A mí todo me parece tranquilo.
—Lo está. Y eso es lo que anda mal. —Perry agitó un brazo para abarcar todo el paisaje a la vez—. No debería verse así. He estado aquí muchas veces en esta época del año. Ya tendríamos que estar viendo temblores y erupciones… de las grandes. Deberíamos sentirlas bajo nuestros pies. Tendría que haber diez veces más polvo en el aire. —Su voz mostraba verdadera confusión.
Rebka asintió con la cabeza, luego giró lentamente trescientos sesenta grados y se tomó mucho tiempo para inspeccionar los alrededores.
Justo frente a ellos estaba el pie del Umbilical, que tocaba la superficie, pero no estaba unido por una ligadura mecánica. La unión era efectuada de forma electromagnética, sujetada al manto rico en metales de Sismo. Perry le había dicho que era necesaria a causa de la inestabilidad en la superficie cuando estaba próxima la Marea Estival. Eso era posible y resultaba compatible con las afirmaciones de Perry sobre la violencia de los fenómenos. ¿Por qué otro motivo hubiesen evitado los Constructores una verdadera ligadura? Pero una simple posibilidad no hacía que la afirmación fuese cierta.