—Creo que ahora lo recuerdo. —Perry mostraba un interés distante y amable—. Es un caso que estudiamos antes de que viniera a Dobelle. Algo salió mal, y estuvieron a punto de perder toda la colonia, ¿verdad?
—Depende de a quién se lo pregunte. —Rebka vaciló. ¿Cuánto debía decir?—. No pudo probarse nada, pero da la casualidad de que creo que tiene razón. Estuvieron cerca. Sin embargo, yo apunto a lo siguiente: lo que salió mal no pudo ser pronosticado mediante patrones de la física. El mayor nivel en la afluencia de material cometario modificó la biosfera de La Estela del Pelícano, dejándola en una nueva condición estable. El oxígeno descendió de un catorce a un tres por ciento en tres semanas. Y allí se quedó hasta que un equipo de terramorfismo logró llegar y comenzó a revenirlo. Ese cambio repentino hubiese matado a casi todos, porque en el lapso del que disponían no hubiesen alcanzado a sacarlos de allí.
Max Perry asintió con la cabeza.
—Lo sé. Pero en La Estela del Pelícano hubo un hombre que decidió trasladar a la gente fuera del planeta, mucho antes de que se aproximaran a la lluvia cometaria. Había visto evidencias de cambios en los fósiles, ¿verdad? Es un caso clásico… Un hombre en el lugar podía saber más que cualquiera que se encontrase a años luz de allí. Desoyó las instrucciones de sus propias oficinas centrales y se convirtió en un héroe por hacerlo.
—No exactamente. Logró que le reprendieran por hacerlo.
El coche había tocado tierra y se deslizaba por la pista. Rebka estaba dispuesto a abandonar el tema. No era el momento indicado para informar a Max Perry sobre la identidad del hombre en cuestión. Y, aunque había sido regañado en público, en privado lo habían felicitado por su atrevimiento al contradecir las instrucciones escritas de un Coordinador de Sector. El hecho de que sus supervisores inmediatos jamás le hubiesen hecho conocer de forma deliberada esas instrucciones escritas nunca había sido mencionado. Parecía ser parte de la filosofía del gobierno del Círculo Phemus: los que resolvían problemas trabajaban mejor cuando no sabían demasiado. Cada vez estaba más convencido de que no se lo habían dicho todo antes de enviarlo a Dobelle.
—Lo único que digo es que podrían enfrentarse con una situación similar en Ópalo —continuó—. Cuando un sistema es perturbado de forma periódica por una fuerza, un incremento de esa fuerza puede que no conduzca tan sólo a una perturbación mayor de la misma clase. Es posible que se encuentren con una bifurcación y que las condiciones cambien por completo. Supongamos que en Ópalo las mareas se vuelven lo suficientemente grandes como para interactuar de forma caótica. Tendrían turbulencias por todas partes, remolinos y torbellinos. Podrían aparecer olas monstruosas, de dos o tres kilómetros de alto. Los barcos no lograrían sobrevivir a eso, ni tampoco las Eslingas. ¿Podría evacuar a todos si tuviera que hacerlo? ¿Durante la Marea Estival? No me refiero al mar; hablo de sacarlos del planeta.
—Lo dudo. —Perry apagó el motor y meneó la cabeza—. Voy a ser más preciso. No, sería imposible. De todos modos, ¿adonde los llevaríamos? Gargantúa tiene cuatro satélites casi tan grandes como Ópalo. Un par de ellos poseen su propia atmósfera, pero es de metano y nitrógeno, no de oxígeno, y son demasiado fríos. Aparte de eso, sólo queda Sismo. —Perry lo miró—. Supongo que hemos renunciado a la idea de permitir que vayan allí, ¿verdad?
La lluvia torrencial había amainado, y el coche se había detenido junto al edificio que Perry había asignado a Darya Lang.
Hans Rebka se levantó con dificultad y se frotó las rodillas. Se suponía que Darya Lang debía estar aguardando para recibirlos. Sin duda tenía que haber escuchado la llegada del coche. Sin embargo, no había ninguna señal de ella en el edificio. En su lugar, un hombre alto y esquelético, con una gran cabeza calva, se encontraba protegido a medias bajo el alero, mirando al coche que acababa de llegar. Sobre su cabeza sostenía un paraguas de colores chillones. El blanco resplandeciente de su traje, con sus charreteras doradas y sus atavíos celestes, sólo podía provenir de la fibra extraída del capullo de Ditrón.
A la distancia parecía elegante e imponente, aunque su rostro y su cuero cabelludo eran de un color rojo intenso, quemados por la radiación. Rebka alcanzó a ver que sus labios y cejas se estremecían y retorcían de forma incontrolable.
—¿Sabía usted que él estaría aquí? —Rebka señaló con el pulgar por debajo de la ventana del coche, de tal modo que el hombre no pudiera verlo. No necesitaba mencionar la identidad del extraño. Aunque raras veces se veía a un miembro de los Consejos de la Alianza, el uniforme era familiar para cualquier especie del brazo espiral.
—No. Pero no me sorprende. —Max Perry sostuvo abierta la puerta del coche para que Rebka pudiera bajar—. Hemos estado ausentes durante seis días, y él debió de llegar en ese lapso.
El hombre no se movió mientras Perry y Rebka bajaban del coche y corrían a refugiarse bajo los amplios aleros. Cerró su paraguas y permaneció allí durante treinta segundos, sin hacer caso de las gotas de lluvia que caían sobre su cabeza calva. Finalmente se volvió para saludarlos.
—Buen día. Pero no buen clima. Y creo que está empeorando. —La voz concordaba con el hombre, fuerte y hueca, con un deje de rudeza encubierto por el sofisticado acento de un nativo de Miranda. Extendió la muñeca izquierda, donde tenía grabada su identificación permanente—. Soy Julius Graves. Supongo que habrán recibido el aviso de nuestra llegada.
—Lo recibimos —respondió Perry.
Sonaba incómodo. Ante la presencia de un miembro del Consejo, la mayoría de la gente examinaba los errores cometidos y comprendía los límites de su autoridad. Rebka se preguntó si Graves tendría planificada una visita a Ópalo. De una cosa estaba seguro: los miembros del Consejo eran personas sumamente ocupadas, a las que no les agradaba perder el tiempo con imprevistos.
—Los pliegos informativos no proporcionaban detalles sobre el motivo de su visita —dijo, extendiendo la mano—.
Soy el capitán Rebka, a su servicio, y él es el comandante Perry. ¿Por qué ha venido al sistema Dobelle?
Graves no se movió. Permaneció en silencio durante otros cinco segundos. Finalmente inclinó su gran cabeza ante los dos hombres, asintió y estornudó con fuerza.
—Tal vez pueda responderle mucho mejor adentro. Estoy helado. He estado esperando aquí desde el amanecer. Aguardaba el regreso de los demás. —Perry y Rebka intercambiaron una mirada. ¿Los demás? ¿Y el regreso de dónde?—. Partieron hace ocho horas —continuó Graves—, justo cuando yo llegaba. El pronóstico del tiempo indica… —sus ojos hundidos se nublaron, y hubo un momento de silencio— que un temporal nivel cinco se dirige al espaciopuerto de Estrellado. Para alguien que no está familiarizado con el medio ambiente del Círculo, una tormenta semejante podría resultar peligrosa. Estoy preocupado y querría hablar con ellos.
Rebka asintió con la cabeza. Una pregunta ya había sido respondida. Junto a Darya Lang había otros visitantes que no pertenecían al Círculo Phemus. ¿Pero quiénes eran?
—Será mejor que revisemos la lista de llegadas —dijo a Perry con suavidad—. Veamos qué es lo que tenemos.
—Háganlo si lo desean. —Graves lo miró. Sus ojos azul claro parecieron penetrar en la cabeza de Rebka. El consejero se dejó caer en una silla de caña amarilla y juncos trenzados, sorbió por la nariz y continuó—. Pero no necesitan hacerlo. Puedo asegurarles que Darya Lang de la Cuarta Alianza se ha encontrado con Atvar H’sial y J’merlia de la Federación Cecropia. Después de conocerlos examiné los antecedentes de los tres. Son quienes dicen ser.