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Rebka hizo el cálculo y comenzó a abrir la boca, pero Perry se le adelantó.

—¡Eso es imposible! —Graves lo miró, y sus cejas inquietas se crisparon—. Un día, ha dicho, desde que llegó aquí —continuó Perry—. Si pidió una investigación mediante el puesto más cercano del Sistema Bose en cuanto llegó y todo ello fue transmitido a través de los Nodos y respondido de inmediato, la duración total del proceso no pudo ser inferior a un día oficial, tres días en Ópalo. Lo sé. Lo he intentado con frecuencia.

Rebka pensó que Perry tenía razón. Y que era más rápido de lo que imaginaba. Pero estaba cometiendo un error táctico. Los miembros del Consejo no mentían, y acusarlos de ello era buscarse problemas.

No obstante, Graves sonreía por primera vez desde que se habían conocido.

—Comandante Perry, le estoy agradecido. Ha simplificado mi próxima tarea. —Extrajo un pañuelo blanco e impecable del bolsillo, se secó el sudor de la calva y se dio unas palmaditas en la frente—. ¿Cómo puedo saberlo, preguntan? Tal como les he dicho, yo soy Julius Graves. Pero en cierto sentido también soy Steven Graves. —Se reclinó en la silla, cerró los ojos durante algunos segundos, parpadeó y continuó—. Cuando fui invitado a unirme al Consejo, se me explicó que debería conocer la historia, la biología y la psicología de cada especie inteligente o potencialmente inteligente en todo el brazo espiral. El volumen de los datos excede la capacidad de cualquier memoria humana.

»Se me ofreció una opción: podía aceptar un implante de memoria inorgánica y de alta densidad…, algo tan incómodo y pesado que mi cabeza y mi cuello necesitarían un soporte permanente. Es lo que suelen preferir los miembros del Consejo pertenecientes a la Comunión Zardalu. O podía desarrollar un gemelo mnemotécnico interno, un segundo par de hemisferios cerebrales creados de mi propio tejido cerebral, utilizados solamente para almacenamiento de memoria y recuerdo. Eso entraría en mi propia cabeza, posterior a mi corteza cerebral, con una expansión craneal mínima.

»Yo escogí la segunda solución. Se me advirtió que, como los nuevos hemisferios serían una parte integral de mí, su capacidad de almacenamiento y recuerdo se vería alterada por mi propia condición física: lo cansado que estuviera o cualquier clase de estimulante que hubiese ingerido. Les digo esto para que no me consideren antisocial, si me niego a beber, o que soy un valetudinario, alguien excesivamente preocupado por su propia salud. Debo ser cuidadoso respecto al descanso y a la ingestión de estimulantes, o de otro modo la entrecara mnemotécnica resulta dañada. Y a Steven no le agrada eso.

Graves sonrió. Varias expresiones opuestas pasaron por su rostro, justo en el momento en que una fuerte ráfaga de viento azotaba el edificio. Las paredes de fibra se estremecieron.

—Pero lo que no se me dijo —continuó— fue que el gemelo mnemotécnico podría llegar a desarrollar una conciencia. Y esto ocurrió. Tal como les he dicho, soy Julius Graves, pero también soy Steven Graves. Él ha sido la fuente de mi información sobre Darya Lang y la cecropiana, Atvar H’sial. ¿Podemos ahora proceder con otros asuntos?

—¿Steven puede hablar? —preguntó Rebka.

Max Perry parecía estar conmocionado. Si un miembro del Consejo husmeando en sus asuntos ya era un problema…, ahora tenía dos. ¿Y Julius Graves siempre se encontraría a cargo? A juzgar por las expresiones cambiantes de su rostro, en su interior debía desarrollarse una batalla continua.

—Steven no puede hablar —respondió Graves, meneando la cabeza—. Tampoco es capaz de sentir, ver, tocar o escuchar, excepto cuando envío mis propias experiencias sensoras al almacenamiento mnemotécnico, a través de un cuerpo calloso añadido. Pero Steven puede pensar… Mejor que yo, insiste él. Según me dice, dispone de más tiempo para ello. Y me envía las señales, sus propios pensamientos, bajo la forma de recuerdos. Yo soy capaz de traducirlos lo bastante bien para que la gente crea que Steven está hablando directamente. Por ejemplo. —Guardó silencio unos momentos. Cuando habló, su voz fue notablemente más joven y vivaz—. Hola. Me alegro de estar aquí, en Ópalo. Nadie me dijo que el clima sería tan horrendo, pero lo bueno de estar donde estoy es que no te mojas cuando llueve. —La voz regresó a su tono grave y hueco—. Mis disculpas. Steven es aficionado a las bromas sin gracia y tiene un pasmoso sentido del humor. Yo no logro controlar ninguna de las dos cosas, aunque trato de ocultarlas. Y confieso que me he vuelto demasiado dependiente de los conocimientos de Steven. Por ejemplo, él ya maneja casi toda la información local sobre las condiciones de este planeta, mientras que mi propio aprendizaje es tristemente deficiente. Deploro mi propia pereza. Y ahora, ¿podemos continuar con el motivo de mi visita? Me encuentro aquí por una cuestión para la cual el humor no es nada oportuno.

—Asesinato —murmuró Perry después de una larga pausa. La tormenta estaba llegando a su punto culminante. A medida que aumentaban los sonidos del viento, él parecía más inquieto. Incapaz de permanecer sentado, merodeaba frente a la ventana, mirando los helechos y los pastos que se agitaban, o a las nubes rojizas bajo la luz de Amaranto.

—Asesinato —repitió Perry—. Asesinato múltiple. Es lo que decía su solicitud para visitar Ópalo.

—Es verdad. Pero eso fue sólo porque no quise enviar un término más duro por el Sistema Bose. —Era indudable que Julius Graves no bromeaba ahora—. Una palabra más exacta sería genocidio. Si lo prefieren, lo expresaré en forma más moderada como sospecha de genocidio.

Graves miró a su alrededor en silencio, mientras una lluvia más intensa se precipitaba sobre las ventanas y el techo. Los otros dos hombres estaban paralizados: Max Perry, inmóvil frente a la ventana; y Rebka, en el borde de su asiento.

—Genocidio. Sospecha de genocidio. ¿Existe una diferencia significativa? —preguntó Rebka al fin.

—No desde ciertos puntos de vista. —Sus labios carnosos se retorcieron y temblaron—. No existe ningún estatuto, ni en términos de tiempo ni de espacio, que limite las investigaciones sobre ninguna de las dos. Pero sólo tenemos evidencias circunstanciales, sin pruebas y sin una confesión. Mi tarea es conseguir ambas cosas. Me propongo lograrlo aquí, en Ópalo.

Graves hurgó en el bolsillo con bordes azules de su chaqueta y extrajo dos cubos de imagen.

—Por más increíble que parezca, ellas son las acusadas del crimen, Elena y Geni Carmel, de veintiún años oficiales de edad, nacidas y criadas en Shasta. Y, tal como pueden ver, dos hermanas gemelas idénticas.

Enseñó los cubos a los dos hombres. Rebka sólo vio a dos jóvenes muy bronceadas, con grandes ojos y aspecto agradable, vestidas con prendas iguales en verde manzana y castaño suave. Pero aparentemente, Max Perry vio algo más en aquellas fotografías. Lanzó una pequeña exclamación, se inclinó hacia delante y cogió los cubos para mirarlos con atención. Pasaron veinte segundos antes de que la tensión lo abandonara y alzara la vista.

Julius Graves los observaba a ambos. De pronto, Rebka quedó convencido de que a aquellos brumosos ojos celestes no se les escapaba nada. La impresión de extravagancia y excentricidad podía ser genuina o tratarse de una pose…, pero por debajo de ella yacía una inteligencia extraña y poderosa. Y los tontos no se convertían en miembros del Consejo.

—Usted parece conocer a estas muchachas, comandante Perry —dijo Graves—. ¿Es así? Si las ha conocido alguna vez, es vital que yo sepa cuándo y dónde.

Perry negó con la cabeza. Su rostro estaba aún más pálido que de costumbre.

—No. Sólo que, por un momento, al ver los cubos por primera vez, he pensado que eran… otra persona. Alguien a quien conocí hace mucho tiempo.

—¿Alguien? —Graves aguardó, pero, cuando fue evidente que Perry no diría nada más, continuó—: Me propongo no ocultarles absolutamente nada y les ruego que hagan lo mismo conmigo. Con su permiso, ahora dejaré que Steven les cuente el resto. Él posee la más completa información, y a mí me resulta difícil hablar sin que las emociones enturbien los hechos.