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«Comparados con los cecropianos o con los humanos, los lo’tfianos no somos nada. Comparado con Atvar H’sial, yo no soy nada. Cuando su luz brilla, la mía no debe ser vista. Cuando ella habla, es un honor ser el instrumento que te traslada sus pensamientos.

»¿Me escuchas, profesora Lang? Es un honor para mí. ¿Darya Lang?

Ella había estado escuchando… con gran atención. Pero comenzaba a sentir dolor, y la IV controlada por computadora no estaba dispuesta a permitirlo. La bomba había comenzado a funcionar otra vez, unos segundos antes.

Ella luchó para mantener los ojos abiertos.

¡No soy nada! Vaya una raza con complejo de inferioridad. Pero no debería permitirse que los lo’tfianos fuesen una raza esclava…, aunque ellos lo deseasen. En cuanto pudiese llegar hasta él, se lo diría.

Hasta él.

¿Hasta quién?

Unos ojos enloquecidos y brumosos, pero no podía recordar su nombre. ¿Le tendría miedo? Seguramente no.

Ella informaría sobre esto a…

(parpadeo).

9

Marea estival menos veinte

—Ni está muerta ni se está muriendo. Se está curando. La respuesta de los cecropianos al trauma y a la agresión física es la inconsciencia.

En medio de la breve noche de Ópalo, Julius Graves y Hans Rebka se hallaban junto a la mesa donde descansaba el cuerpo inmóvil de Atvar H’sial. Un lado de la concha de color rojo oscuro había sido cubierta con una gruesa capa de yeso y aglutinado, formando un caparazón duro y blanco. La trompa estaba fruncida y guardada dentro de la bolsa del mentón, mientras que las antenas yacían enrolladas sobre la gran cabeza. El silbido que hacía el aire al bombear por los espiráculos era apenas audible.

—Y resulta sorprendentemente efectiva según los patrones humanos —continuó Graves—. Un cecropiano que no muere en un accidente se recupera muy rápido de sus heridas… Dos o tres días, como máximo. Darya Lang y J’merlia consideran que Atvar H’sial se encuentra lo bastante bien para renovar su solicitud de acceso a Sismo. —Esbozó una sonrisa cadavérica—. No son buenas noticias para el comandante Perry, ¿verdad? ¿No le ha pedido él que postergue todo hasta después de la Marea Estival?

Hans Rebka ocultó su sorpresa… o trató de hacerlo. Comenzaba a acostumbrarse a la sensación de que Julius Graves poseía conocimientos ilimitados sobre cada especie del brazo espiral. Después de todo, el gemelo mnemotécnico había sido creado con ese propósito; por lo que, desde el momento en que llegó a la escena del accidente, Steven Graves había indicado el tratamiento para las lesiones de Atvar H’siaclass="underline" la concha debía ser sellada, las patas vendadas y la cubierta del ala eliminada por completo, ya que volvería a crecer. Tanto la antena aplastada como los tentáculos amarillos se curarían por sí solos.

Resultaba más difícil aceptar lo mucho que Graves conocía y comprendía a los humanos.

A Rebka se le ocurrió pensar que él y Julius Graves podían intercambiar sus trabajos. Si alguien era capaz de desentrañar el impenetrable misterio mental de Max Perry, ése era Graves. Mientras tanto, Rebka era el hombre que podía explorar la superficie de Sismo y encontrar a las gemelas Carmel, no importaba dónde tratasen de ocultarse.

—¿Y según su propia opinión, capitán? —continuó Graves—. Usted ha estado en Sismo. En cuanto Atvar H’sial y Darya Lang estén recuperadas, ¿se les puede conceder el permiso para ir a Sismo?

Eso era exactamente lo que Rebka se había estado preguntando. Lo que no se decía era que Graves mismo tenía la intención de ir a Sismo, sin importar quién se opusiese a ello. Perry le acompañaría como guía. Y, aunque Rebka no decía nada, él también estaba dispuesto a viajar. Su trabajo lo requería, ya que Max Perry era receloso e inestable en todo lo que tenía relación con Sismo. ¿Pero qué ocurriría con los demás?

Viaja más rápido quien viaja solo.

—Yo me opongo a la idea. Cuanta más gente, más peligroso será. No importa los conocimientos especializados que posean. Y eso se aplica tanto a los cecropianos como a los humanos.

Aún más para los cecropianos. Rebka observó al ser inconsciente, se estremeció y se volvió hacia la puerta del edificio.

J’merlia no le causaba problemas con su aspecto esclavizado y sus implorantes ojos amarillos. Pero se sentía incómodo con sólo mirar a Atvar H’sial. Y él se consideraba un hombre educado y razonable. Había algo impreciso en aquellos seres que le resultaba difícil de tolerar.

—Los cecropianos siguen inquietándolo, capitán. —Era Graves, quien lo había seguido hasta la puerta y volvía a leer su mente, formulando una afirmación, no una pregunta.

—Supongo que sí. No se preocupe. Con el tiempo me acostumbraré a ellos.

Y lo haría… lentamente. Pero no le resultaría fácil. Lo milagroso era que cecropianos y humanos no hubiesen entrado en guerra al encontrarse por primera vez.

Así hubiera sido, le aseguró a Rebka una voz interior, si hubiesen logrado encontrar algo por lo que valiera la pena luchar. Los cecropianos se veían como demonios. De no haber estado buscando planetas en torno a estrellas enanas rojas mientras los humanos buscaban análogos del sol, las dos especies se hubiesen encontrado en el espacio. Pero las exploraciones sin tripulantes y las lentas naves utilizadas por ambas habían tenido destinos estelares muy diferentes, y habían pasado mil años sin que llegaran a encontrarse. Pero cuando los humanos descubrieron el Sistema Bose y se encontraron con que los cecropianos ya utilizaban la misma cadena a través del brazo espiral, ambas especies habían tenido experiencias con otros organismos extraños; las suficientes para coexistir con otras especies de necesidades muy diferentes, aunque visceralmente no pudiesen sentirse cómodos.

—El chauvinismo vertebrado es algo muy común. —Graves lo alcanzó y siguió caminando a su lado. Guardó silencio unos momentos más y luego emitió una risita—. Sin embargo, según Steven, quien dice hablar como alguien que carece de ambas cosas, columna vertebral y dermatoesqueleto, somos nosotros quienes deberíamos considerarnos extraños. De los cuatro mil doscientos nueve mundos en los cuales se sabe que hay vida, Steven dice que sólo se han desarrollado esqueletos internos en novecientos ochenta y seis. En tanto que los artrópodos invertebrados prosperan en tres mil trescientos once. En un certamen de popularidad galáctica, Atvar H’sial, J’merlia o cualquier otro artrópodo nos vencerían fácilmente a usted, a mí o al comandante Perry. Incluso, me atrevo a decir, a su profesora Lang.

Rebka comenzó a caminar más rápido. No serviría de nada señalarle a Julius Graves que Steven se estaba convirtiendo en un pesado. Estaba bien saberlo todo respecto al universo… ¿pero era necesario que lo dijera?

Rebka no estaba dispuesto a admitir la verdadera causa de su irritación. Aunque odiaba estar con alguien que sabía mucho más que él, lo peor era estar con un hombre que adivinaba sus pensamientos sin ningún esfuerzo. Nadie tenía por qué saber que sentía cierta debilidad por Lang. Maldición. Si él mismo justo lo había notado cuando la sacó del coche accidentado. Ella era algo más que un estorbo, más que un imprevisto agregado a sus problemas con Sismo y Max Perry.

¿Para qué había venido a complicarle más la vida? Ella estaba fuera de su ambiente en Ópalo. Era una científica que debería haber permanecido tranquilamente en su laboratorio, realizando sus investigaciones. Ahora tendrían que cuidarla. Él tendría que cuidarla. Y la mejor forma de hacerlo sería mantenerla en Ópalo cuando él fuese a Sismo.

La tormenta nivel cinco había pasado. Una rara brecha aparecía en las nubes nocturnas de Ópalo. Era cerca de medianoche, pero no estaba oscuro. Amaranto se encontraba en las etapas finales de su lenta aproximación a Mandel. Estaba bien alto en el cielo, lo suficientemente grande para mostrar un disco luminoso anaranjado brillante. Pasados dos días, la compañera enana comenzaría a proyectar sombras.