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Aunque se habían abandonado todos los esfuerzos por explorar Paradoja, últimamente los visitantes de la región habían estado informando sobre algunos cambios. La burbuja era diferente en su aspecto externo y tal vez en su condición interna. Un nuevo intento podía verse coronado por el éxito.

Era una misión peligrosa, pero Hans Rebka la había esperado con ansiedad. Se había propuesto como voluntario, y había sido aceptado como líder del equipo.

Y entonces había llegado la llamada; justo el día anterior al descenso en Paradoja.

«Una misión alternativa…» La voz era débil y susurrante, reducida en su espectro de frecuencia por su paso a través del sistema de comunicaciones Bose. «… al sistema planetario doble de Dobelle. Debe partir sin demora…»

La voz debilitada por el espacio no sonaba nada autoritaria, pero la orden provenía del más alto nivel gubernativo del Círculo Phemus. Y era una misión para Rebka solo; sus compañeros procederían a explorar Paradoja. Al principio, el hecho de ser escogido de ese modo le sonó como un honor, un privilegio. Pero, cuando la misión le fue explicada, comenzó su confusión.

El conocía su talento. Era muy bueno creando y resolviendo dificultades. Podía pensar e improvisar soluciones rápidas para problemas difíciles; era un producto típico de su mundo natal, Teufel.

«¿Qué pecados debe cometer un hombre, y en cuántas vidas pasadas, para nacer en Teufel?» Medio brazo espiral conocía ese dicho. Al igual que todos los planetas del Círculo Phemus, Teufel era pobre en recursos y pobre en metales. En la primitiva nave colonizadora, todos los sistemas de apoyo para la supervivencia habían fallado, y además se trataba de un planeta demasiado caluroso y pequeño, con una atmósfera apenas respirable. Para un humano que alcanzaba la madurez en Teufel —la mayoría no lo hacía—, la expectativa de vida no llegaba ni a la mitad del promedio que tenía el Círculo Phemus, y ésta era un tercio menor que la de los habitantes de cualquier mundo de la Cuarta Alianza. Todos aquellos que nacían en Teufel generaban un instinto de conservación antes de aprender a hablar… o no llegaban a vivir lo suficiente para hablar.

Rebka era un hombre delgado y cabezón, con manos y pies demasiado grandes para su cuerpo. Tenía el aspecto macilento y algo deforme de quien había sufrido una persistente desnutrición durante la infancia. Pero estas privaciones tempranas no habían afectado su cerebro en lo más mínimo. A los ocho años ya conoció las desigualdades, cuando vio varias imágenes de los opulentos mundos de la Alianza, en los límites del Círculo Phemus. Una intensa ira nació en su interior. Rebka aprendió a utilizarla, a canalizarla y controlarla, al mismo tiempo que aprendió a ocultar sus sentimientos con una sonrisa. Para cuando cumplió los doce años, ya había logrado salir de Teufel y se encontraba en un programa de entrenamiento del gobierno en el Círculo Phemus.

Rebka estaba orgulloso de su hoja de servicios. Partiendo de la nada, había progresado sin pausa durante veinticinco años. Había participado en grandes proyectos para transformar a los mundos más inhóspitos en paraísos humanos (algún día haría lo mismo por Teufel); había conducido peligrosas expediciones al corazón de la región cometaria, lejos de cualquier posibilidad de obtener ayuda si algo salía mal; había volado tan cerca de las superficies estelares que las comunicaciones habían resultado imposibles bajo el rugido de la radiación ambiente, y, al regresar, su nave estaba erosionada e irremediablemente fundida. Incluso había conducido a una dotación en un viaje casi legendario a través del Zirkelloch, la rareza toroidal del espacio-tiempo que se encontraba en la disputada tierra de nadie entre los mundos de la Cuarta Alianza y los de la Federación Cecropia.

Todo eso había hecho. Y de pronto —en su mente la confusión dio paso a la ira, que seguía siendo su amiga— era degradado. Sin una palabra de explicación, era despojado de todas sus verdaderas responsabilidades y enviado a un mundo lejano e insignificante, donde debería actuar como niñera o padre confesor de alguien diez años menor que él.

—¿Pero quién es Max Perry? ¿Por qué es importante?

Había formulado esa pregunta durante su primera entrevista, en cuanto el doblete planetario de Dobelle se convirtió en algo más que un nombre para él. Ya que Dobelle era un lugar insignificante. Sus componentes planetarios gemelos, Ópalo y Sismo, que orbitaban a una estrella de segunda clase lejos de los centros principales del brazo espiral, eran casi tan pobres como Teufel.

Mundohirviente, Desolación, Teufel, Styx, Calderón… Algunas veces a Rebka le parecía que la pobreza era su único vínculo, el lazo que mantenía unidos a los mundos del Círculo Phemus, separándolos de sus vecinos más adinerados. Y, a juzgar por los registros, Dobelle era un miembro meritorio del club.

También le fue entregada la hoja de servicios de Perry, para que la estudiase a su conveniencia. Como era típico en él, Hans Rebka lo hizo de inmediato. No parecía tener mucho sentido. Max Perry provenía de unos orígenes tan humildes como los suyos. Era un refugiado de Mundohirviente y, al igual que Rebka, había progresado rápidamente, al parecer ligado a un trabajo en el mismísimo gobierno del Círculo. Como parte del proceso general que preparaba a los futuros líderes, había sido enviado a efectuar un año de servicio en Dobelle.

Siete años después todavía no había regresado. Cuando se le ofrecían promociones, él las rechazaba. Cuando se ejercían presiones para alentarlo a que abandonase Dobelle, él las ignoraba.

—Una gran inversión —susurró la voz distante, más allá de las estrellas—. Lo hemos entrenado durante muchos años. Queremos un rédito por esa inversión…, así como usted nos lo ha producido. Determine la causa de sus dificultades. Convénzalo para que regrese o, al menos, díganos por qué se niega a hacerlo. Él ignora las órdenes directas. Ópalo y Sismo necesitan gente desesperadamente, y las leyes de Dobelle prohíben la extradición.

—Él no me dirá nada. ¿Por qué habría de hacerlo?

—Irá a Dobelle como su supervisor. Hemos tomado medidas para que se cree una posición superior dentro de la oligarquía imperante. Usted la ocupará. Estamos de acuerdo en que Perry no revelará sus motivos con un simple interrogatorio. Eso ya se ha intentado. Utilice su propia fuerza. Utilice su sutileza y su iniciativa. —La voz se detuvo—. Utilice su ira.

—No estoy enfadado con Perry.

Rebka formuló más preguntas, pero no encontró ningún esclarecimiento en las respuestas. La misión todavía no tenía ningún sentido. El comité central del Círculo Phemus podía malgastar sus fondos si lo deseaba, pero era un error estúpido desperdiciar el talento de Rebka —él carecía de falsa modestia—, cuando un psiquiatra parecía más apropiado para alcanzar el objetivo. ¿O ya habrían intentado eso también?

Hans Rebka bajó las piernas de la litera y se acercó a la ventana. Miró hacia arriba. Después de un viaje de tres días a través de cinco nodos del Sistema Bose y de una última fase subluminal, finalmente había aterrizado en el hemisferio Estrellado de Ópalo. Pero Estrellado era una broma sin gracia. A pesar de que aún no había amanecido, no se veía ni una sola estrella. En esa época del año, cerca de la Marea Estival, era raro que se abriesen las nubes en Ópalo. Al acercarse al planeta no había visto nada a excepción de un globo uniforme y brillante. El mundo entero era agua, y cuando Dobelle alcanzaba su punto más próximo a Mandel, su estrella primaria, las mareas estivales alcanzaban su punto culminante y los océanos de Ópalo jamás veían el sol. Los únicos sitios seguros eran las Eslingas, masas flotantes naturales de tierra y vegetación enmarañada que se movían por la superficie de Ópalo impulsadas por los vientos y las mareas.