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Darya se tendió en su cama portátil. Aunque Sismo parecía un lugar seguro, ella estaba preocupada por lo que harían a partir de ese momento. Esa nave espacial debía de venir de Ópalo; probablemente había sido enviada para llevarlos de vuelta allí. Si seguían adelante, podían ser capturados y forzados a abandonar Sismo. Pero, si no seguían adelante, no alcanzarían su destino.

Mientras reflexionaba sobre eso, Atvar H’sial la sorprendió acercándose para ofrecerle unas frutas de Ópalo y una botella con agua. Darya lo aceptó y le agradeció con un movimiento de cabeza. Aquél era un gesto que ambas compartían. La cecropiana asintió a su vez y regresó al interior del coche aéreo.

Mientras comía, Darya pensó en sus dos compañeros. Nunca los había visto comer. Tal vez, como los habitantes de algunos mundos de la Alianza, consideraban que la alimentación era algo privado. O quizás eran como las tortugas de Ópalo, las cuales, según el personal de Estrellado, eran capaces de sobrevivir todo un año sin ingerir más que agua. ¿Pero entonces por qué se le ocurriría a Atvar H’sial alimentar a la humana del grupo?

Darya se tendió en su cama portátil, se tapó con la sábana impermeable y observó el cielo que giraba sobre ella. Las estrellas se movían tan rápido… En Puerta Centinela, con sus días de treinta y ocho horas, el desplazamiento de la bóveda estrellada era casi imperceptible. ¿En qué dirección del espacio se encontraba su hogar? Observó las constelaciones desconocidas. Hacia allá… o hacia allá… Su mente flotó hacia las estrellas. Con un esfuerzo volvió sus pensamientos al presente. Todavía tenía una decisión que tomar.

¿Debían seguir adelante hasta el lugar que, según sus cálculos, era el foco de la actividad durante la Marea Estival? Podían ir, sabiendo que allí se encontrarían con otros. ¿O debían permanecer donde estaban y aguardar? Tal vez debían avanzar un poco, detenerse un tiempo…

Avanzar un poco, detenerse…

Darya Lang se sumió en un sueño tan profundo que ni los ruidos cercanos ni las vibraciones lograron despertarla. Llegó el breve amanecer; pasó el día y nuevamente fue de noche para dar paso a un nuevo día.

Los sonidos de animales que cavaban túneles finalizaron. Ópalo y Sismo habían dado dos vueltas completas uno alrededor de otro antes de que Darya volviera al estado consciente.

Despertó lentamente al mediodía bajo la luz de Amaranto. Pasó todo un minuto antes de que supiera dónde estaba y otro más antes de que se sintiera lista para sentarse y mirar a su alrededor.

Atvar H’sial y J’merlia no estaban a la vista. El coche aéreo había desaparecido. Bajo una cubierta impermeable situada cerca de ella, había algunas provisiones y equipos. Nada más, de horizonte a horizonte, sugería que humanos o seres de cualquier otra especie hubiesen estado allí jamás.

Darya se arrodilló y hurgó entre la pila, buscando un mensaje. No había ninguna nota, ninguna grabación, nada. Nada que pudiese ayudarla a excepción de unos pocos recipientes con comida y bebida, un generador de señales en miniatura, una pistola y una linterna.

Darya miró su reloj. Quedaban nueve días de Dobelle. Setenta y dos horas, antes de que llegase la peor de todas las mareas estivales. Y ella estaba varada en Sismo, sola, a seis mil kilómetros del Umbilical…

El pánico que había sentido cuando abandonó Puerta Centinela volvió a escurrirse en su corazón.

13

Marea estival menos diez

… el resplandor anaranjado sobre el horizonte era continuo y el suelo ardiente se reflejaba sobre altas nubes de polvo. Mientras ellos observaban, se elevó una nueva erupción color carmesí, a no más de un kilómetro de donde se encontraban. Las columnas de humo se hicieron más altas. Pronto se extendieron de la tierra al cielo. Mientras la lava burbujeaba hacia la cima del cráter, él se volvió hacia Amy. A pesar de su advertencia, ella todavía estaba fuera del coche. Cuando el destello de la explosión fue reemplazado por un resplandor de lava al rojo, batió las palmas extasiada por los colores y las formas. Los tronidos retumbaban desde las colinas distantes a sus espaldas. El río de fuego alcanzó el cono y comenzó a deslizarse hacia ellos, rápido como el agua. Donde tocaba la tierra más fría, un flujo blanco borboteaba y chisporroteaba.

Max miró su rostro. No vio ningún temor, sólo el embeleso extasiado de un niño en una fiesta de cumpleaños.

De eso se trataba. Ella lo veía todo como una exhibición de fuegos artificiales. La cautela debía provenir de él. Max se inclinó hacia delante desde el asiento del coche y le dio un tirón de la manga.

—Entra. —Se vio obligado a gritar para que le escuchara—. Tenemos que regresar al Umbilical. Sabes que es un viaje de cinco horas.

Amy le miró con ira y se apartó. El conocía muy bien su expresión enfurruñada.

—Ahora no, Max. —Leyó en sus labios, pero no pudo escucharla—. Quiero esperar hasta que la lava llegue al agua.

—¡No! —Max estaba gritando—. Definitivamente no. ¡No pienso correr más riesgos! Está hirviendo allá fuera y dentro del coche se pone cada vez peor.

Ella se alejaba sin escucharlo. Max sintió el pecho cerrado y recalentado a pesar del aire acondicionado que soplaba en el interior del coche. Lo peor transcurría en su mente… Notaba que el horno ardiente de sus propias preocupaciones le consumía. Sin embargo, el calor externo era lo suficientemente real. Max bajó del coche y la siguió por la superficie humeante.

—Deja de fastidiarme. Iré enseguida. —Amy había girado para observar toda aquella escena infernal. Afortunadamente aún no había ninguna señal de una nueva erupción; pero ésta podía llegar en cualquier momento—. Max, tienes que calmarte. —Amy se acercó, gritando junto a su oído—. Aprende a divertirte. Todo el tiempo has estado sentado sin hacer nada. Debes soltarte…, dejarte llevar por el ritmo de las cosas.

El le cogió la mano y comenzó a arrastrarla hacia el coche. Después de resistirse unos momentos, ella se lo permitió. Tenía los ojos fijos en la furia brillante del volcán y no miraba por dónde iban.

Entonces, cuando se encontraban a unos pocos metros del coche, se soltó y corrió riendo por la superficie llana y humeante de la roca recalentada. Para cuando Max pudo reaccionar, ella ya estaba a diez pasos de él. Era demasiado tarde.

* * *

Graves y Perry hacían que sonase simple. Rebka aseguraba que era imposible.

—Miren la aritmética —dijo mientras la cápsula del Umbilical descendía lentamente sobre la superficie de Sismo—.

Tenemos un radio planetario de cinco mil cien kilómetros y una superficie que está cubierta de agua en menos de un tres por ciento. Eso deja más de trescientos millones de kilómetros cuadrados de tierra. ¡Trescientos millones! Ahora piensen en cuánto tiempo se necesitaría para registrar un kilómetro cuadrado. Podríamos buscar durante años y no encontrarlas nunca.

—No disponemos de años —replicó Perry—, y sé que es un área muy grande. Pero usted parece suponer que buscaremos al azar, y por supuesto que no será así. Yo puedo descartar la mayoría de las áreas antes de comenzar.

—Y yo sé que las gemelas Carmel evitarán los espacios abiertos —agregó Rebka.

—¿Cómo puede saberlo? —Rebka era el pesimista.

—Porque, por lo general, Sismo está libre de nubes. —Graves no parecía afectado por su escepticismo—. Shasta, el mundo donde nacieron, tiene un sistema espacial de alta resolución que proporciona una observación continua de la superficie.

—Pero no es así en Sismo.