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—Ah, pero las gemelas no lo saben. Supondrán que si están en campo abierto, serán divisadas y atrapadas. Deben haber corrido a ocultarse.

—Y yo puedo decirle que eso acota mucho el problema —dijo Perry—. En Sismo sólo hay tres lugares donde un humano sensato podría refugiarse. Empezaremos con esas tres zonas… y tendremos que terminar con ellas también.

—Pero, si no las encontramos allí —comenzó Graves—, podremos ampliar…

—No, no podremos —le interrumpió Perry—. La Marea Estival, consejero. Alcanzará su punto culminante en menos de ochenta horas. Será mejor que para entonces no estemos allí… ni usted ni yo ni las gemelas.

Max Perry enumeró las tres zonas más probables donde podían estar: en los bosques altos de las Mesetas Morgenstern; sobre —o probablemente dentro de— uno de los Mil Lagos; o entre la tupida vegetación de la Depresión Pentacline.

—Lo cual reduce miles de veces la zona que se ha de explorar —concluyó.

—Y sigue dejando decenas de miles de kilómetros cuadrados sin examinar —respondió Rebka— en detalle. Y no lo olvide. Éste no es el problema corriente de búsqueda y rescate. Por lo general, la persona perdida desea ser encontrada. Coopera en la medida de sus posibilidades Pero las gemelas no enviarán señales de auxilio hasta que las condiciones se hayan vuelto intolerables. Para entonces, probablemente sea demasiado tarde.

Si aquellos argumentos impresionaron a Julius Graves, su rostro sonriente no lo demostró. Mientras Max Perry estaba ocupado inspeccionando la fila de coches aéreos, Graves se llevó a Rebka en dirección a las humeantes colinas volcánicas.

—Necesito hablar con usted en privado, capitán —dijo en tono confidencial—. Sólo unos momentos.

Las cenizas tibias caían como una nieve grisácea, posándose sobre su cabeza y sus hombros. El suelo ya tema una capa de un centímetro. De las plantas y los pacíficos herbívoros que Rebka viera en su primera visita no había ni rastro.

Hasta el mismo lago se había desvanecido oculto bajo una capa espumosa de cenizas volcánicas En lugar de los truenos y rugidos de la violencia sísmica, el planeta parecía oprimido por un caluroso silencio.

—Usted comprenderá —continuó Graves— que no es necesario que permanezcamos juntos. Hay suficientes coches para que nos separemos.

—Sé que de ese modo podríamos cubrir el triple de territorio —respondió Rebka—. Pero no estoy seguro de querer hacerlo. Perry es el único que conoce Sismo. Usted nunca había estado aquí antes.

—Sus pensamientos coinciden con los míos. —Graves se quitó una paresa de ceniza de la nariz—. El curso de acción lógico es bastante claro. Perry ha identificado tres zonas de Sismo donde cualquier fugitivo podría buscar refugio. Aunque esas regiones se encuentran muy separadas, hay suficientes coches para que cada uno de nosotros se lleve uno. Por lo tanto, podríamos separarnos y examinar una zona cada uno. Eso es lo que dice la lógica. Pero yo me pregunto: ¿quién quiere la lógica? Ni usted ni yo. Nosotros queremos resultados. —Se acercó a Rebka—. Y, francamente, me preocupa la estabilidad del comandante. Cuando uno le dice «Sismo» o «Marea Estival», los ojos parecen salírsele de las órbitas. No podemos dejarlo solo. ¿Usted qué piensa?

Pienso que tanto Perry como tú necesitáis guardianes, pero no quiero decírtelo, dijo para sí Rebka, que sabía lo que le aguardaba. Él tendría que cargar con Perry —la misma misión estúpida que lo había traído a Dobelle— mientras Graves partía por su cuenta y muy probablemente se mataba.

—Estoy de acuerdo, consejero. Perry no debería quedar solo. Pero no quiero desperdiciar…

—Entonces estamos de acuerdo en que yo debo ir con Perry —continuó Graves, sin prestarle atención—. Verá, si él se mete en problemas, yo podré ayudarle. Nadie más estaría en condiciones de hacerlo. Por lo tanto, él y yo registraremos las Mesetas Morgenstern, mientras usted inspecciona los Mil Lagos… Según Perry, es la zona más rápida y sencilla. Si ninguno de nosotros encuentra a las gemelas, el que termine primero se dirigirá a la Depresión Pentacline.

¿Qué hacía uno cuando un loco sugería una idea atractiva? Se preocupaba, pero probablemente la aceptaba. En todo caso, Graves no estaba de humor para discusiones. Cuando Rebka volvió a señalarle las pocas posibilidades que tenían de encontrar a las gemelas, el consejero chasqueó los dedos.

—Tonterías. Yo sé que las encontraremos. Piense de forma positiva, capitán Rebka. ¡Sea optimista! Es la única forma de vivir.

Y una forma probable de morir, pensó Rebka. Pero se rindió. No podría disuadir a Graves, y tal vez él y Perry se merecían uno al otro.

También era una de las primeras reglas de la vida, algo que Rebka había aprendido a los seis años en las calurosas cavernas salinas de Teufel. Cuando alguien te da lo que quieres, vete… antes de que tenga tiempo para volver a pensarlo y quitártelo.

—Muy bien, consejero. En cuanto el coche esté listo, me marcharé.

Rebka partió media hora antes que los otros dos. En los coches más rápidos, el sector de carga no estaba diseñado para transportar cosas muy pesadas. Julius Graves vaciló un buen rato con su equipaje antes de decidirse a dejarlo y llevarse sólo un pequeño bolso. El resto volvió a colocarlo en una cápsula del Umbilical. Finalmente declaró que estaba listo para partir.

Después de despegar, Max Perry activó el piloto automático de la nave y se dirigió hacia las Mesetas Morgenstern. Cuando estuvieron en un radio de exploración, ambos hombres se inclinaron sobre las pantallas.

—Un hombre primitivo —dijo Graves. Su rostro se contorsionaba mientras observaba las imágenes con gran concentración. La inspección de los indicadores era un trabajo largo y tedioso—. Si éste fuera un coche de la Alianza, no tendríamos que mirar. Nos reclinaríamos en nuestros asientos y esperaríamos a que el sistema nos avisase cuando encontrara a las gemelas. Aquí es al revés. Tengo que estar mirando esta cosa para avisarle lo que está viendo. ¡Primitivo!

—Es lo mejor que tenemos en Ópalo o en Sismo.

—Le creo. ¿Pero alguna vez se ha preguntado por qué todos los mundos del brazo espiral no son tan ricos corno la Tierra y las otras antiguas regiones? ¿Por qué cada planeta no utiliza lo último en tecnología? ¿Por qué todos los mundos no tienen más robots de servicio que personas, como la Tierra? ¿Por qué cada persona de cada colonia no es igual de rica? Sabemos cómo fabricar equipos avanzados. ¿Por qué sólo unos pocos planetas los poseen?

Perry no tenía respuestas, pero emitió un gruñido para demostrar que estaba escuchando.

No era él. Con Julius Graves ocupado en mirar las imágenes, debía ser Steven el que parloteaba. Perry también estaba ocupado con el equipo de recepción por radio. Graves no creía que las gemelas Carmel enviasen una señal de auxilio. Perry no estaba de acuerdo. A medida que se acercaba la Marea Estival, la gemelas debían de estar ansiosas de que las arrestasen y rescatasen.

—La causa de la pobreza en Dobelle tiene una razón muy simple —continuó Graves—. Pertenece a la naturaleza de la humanidad. Una especie racional se hubiese asegurado de que un mundo estuviese completamente desarrollado y fuese perfecto para los humanos antes de continuar hacia otro. ¡Pero nosotros no sabemos cómo hacer eso! Somos impacientes. Antes de que un planeta esté colonizado a medias, parten las nuevas naves, listas para explorar el siguiente. Y muy poca gente dice: «Espera un momento; terminemos con éste antes de continuar.»

Miró con más atención un par de falsas alarmas en la imagen y meneó la cabeza.

—Somos demasiado curiosos, comandante —continuó—. La mayoría de los humanos tienen un nivel de paciencia demasiado bajo. Los cecropianos son iguales que nosotros. Por lo que casi toda la riqueza del brazo espiral —y todo el lujo— se queda con las personas hogareñas. Es la antigua paradoja, que data de antes de la Expansión: los grupos que no hacen nada por crear riqueza logran cobrar posesión de su mayor parte. Mientras tanto, los que hacen todo el trabajo se quedan con muy pocas posesiones. Tal vez algún día eso cambie. Quizás en otros diez mil años…