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—Una señal de radio —le interrumpió Perry—. Es débil, pero allí está.

Graves se paralizó y no alzó la vista.

—Imposible. —Su voz era cortante. Julius Graves volvía a hacerse cargo—. Ellas no anunciarían su presencia en Sismo. No después de escapar durante tanto tiempo.

—Mírelo usted mismo.

Graves se deslizó sobre el asiento.

—¿Cuan lejos está?

—Mucho. —Perry estudió el alcance y los vectores de información—. En realidad, demasiado. Esa señal no proviene de las Mesetas Morgenstern. La fuente se encuentra a al menos cuatro mil kilómetros más allá. Si no fuera por el rebote de la ionosfera, no lo percibiríamos.

—¿Tal vez de los Mil Lagos?

—Podría ser. La dirección no es justamente la indicada, pero hay mucho ruido en la señal y la trayectoria es la correcta.

—Entonces es Rebka. —Graves golpeó la mano contra el tablero—. Tiene que serlo. Apenas acabamos de salir y ya está en problemas. Incluso antes…

—No es Rebka.

—¿Cómo lo sabe?

—No es su coche. —Perry estaba comparando los calibres de las señales—. Ni ninguno de los nuestros. Tanto la frecuencia como el formato de la señal son diferentes. Parece una unidad de señales portátil, de baja potencia.

—¡Entonces son las gemelas Carmel! Deben de estar en grandes problemas para pedir ayuda. ¿Puede llevarnos hasta allí?

—Es sencillo. No tenemos más que seguir la señal.

—¿Cuánto tardaremos en llegar?

—Seis o siete horas, a velocidad máxima.

Mientras hablaba, Perry miraba el cronómetro del coche.

—¿Cuánto falta? —Graves había seguido su mirada.

—Poco más de ocho días de Sismo para la Marea Estival; digamos que sesenta y siete horas a partir de ahora.

—Siete horas hasta los Mil Lagos, ocho más para regresar al Umbilical. Entonces iremos. Tenemos tiempo suficiente. Habremos escapado de Sismo mucho antes de que llegue lo peor.

—Usted no comprende —replicó Perry, meneando la cabeza—. Sismo no es homogéneo, y su estructura interna es muy variable. Los terremotos pueden irrumpir por cualquier parte, mucho antes de la Marea Estival. Aquí, en las Mesetas, no vemos mucha actividad, pero la zona de los Mil Lagos podría ser una pesadilla.

—Vamos, hombre, es tan pesimista como Rebka. No puede ser tan terrible si las gemelas Carmel todavía están con vida.

—Usted lo ha dicho. Si todavía están con vida. —Perry maniobró los controles y el coche comenzó a girar—. Se olvida de una cosa, consejero. Las señales de radio son resistentes…, mucho más resistentes que los seres humanos.

14

Marea estival menos nueve

Las armas sensoras habían estado rastreando el coche durante un buen rato. Cuando éste llegó a su campo visual, Louis Nenda colocó el arsenal oculto de la nave espacial en alerta máxima.

El coche que se acercaba redujo la velocidad, como consciente del poder destructor apostado a unos pocos kilómetros de él. Avanzó de forma lateral y luego descendió en un aterrizaje vertical para posarse sobre una roca agrietada, a buena distancia de la nave.

Nenda mantuvo las armas preparadas para la acción, mientras observaba cómo se abría la compuerta del coche.

—¿Quién será? —preguntó suavemente en dialecto de la Comunión, más para sí mismo que para Kallik—. Hagan sus apuestas, damas y caballeros. Adivinen quiénes son los visitantes.

Un par de figuras familiares bajaron a la roca humeante y cubierta de grava. Ambas llevaban máscaras para respirar, pero eran fácilmente reconocibles. Louis Nenda emitió un gruñido de satisfacción y volvió a colocar las armas en posición de espera.

—Está bien. Abre la puerta, Kallik. Muestra un poco de hospitalidad hacia nuestros invitados.

Atvar H’sial y J’merlia se acercaban, avanzando con cautela entre las piedras azuladas y cruzando una franja de guijarros sueltos. Louis Nenda había elegido su lugar de aterrizaje con cuidado, sobre la roca más sólida y menos agrietada que pudo encontrar; de todos modos había amontonamientos de polvo y signos de recientes movimientos terrestres. Atvar H’sial seguía la línea de una gran fisura y de cuando en cuando se asomaba por el borde para olfatear el aire y estimar su profundidad. Esa fosa era su único refugio posible. No había nada viviente en aquella región de Sismo, ni tampoco ningún lugar donde ocultarse en un radio de diez kilómetros. Las armas de la nave, elevadas a treinta metros de altura, gozaban de un panorama de trescientos sesenta grados.

Atvar H’sial se inclinó para entrar por la compuerta inferior, no como muestra de respeto hacia Louis Nenda sino porque aquella abertura había sido diseñada para alguien que medía la mitad que ella. Una vez dentro, se quitó la máscara. J’merlia entró después, con un extraño silbido de saludo a Kallik, y corrió a agazaparse frente a su ama.

La cecropiana se enderezó y se acercó a Nenda.

—Has decidido no utilizar tus armas contra nosotros —tradujo J’merlia—. Una sabia decisión.

—¿Desde tu punto de vista? Estoy seguro de que sí. ¿Pero por qué hablamos de armas? —La voz de Nenda era burlona—. No encontrarás ningún arma aquí.

—Es posible que tengas razón —dijo Atvar H’sial a través de J’merlia—. Si la inspección en Ópalo no pudo encontrarlas, puede ser que nosotros tampoco podamos. —La gran cabeza de Atvar H’sial se alzó para mirar hacia arriba—. Sin embargo, si me permites media hora de inspección en la cubierta superior de tu nave…

—Oh, no lo creo. —Louis Nenda sonrió—. Podría ser divertido, pero no disponemos de media hora para jugar. No mientras la Marea Estival nos respira en la nuca. Supongamos que abandonamos la esgrima por un rato. Yo no preguntaré qué herramientas y armas traes contigo, si tú dejas de preocuparte por lo que hay en esta nave. Tenemos cosas más importantes sobre las que hablar.

—Ah, sugieres una tregua. —Las palabras salieron de J’merlia, pero fue Atvar H’sial quien extendió una larga pata delantera—. De acuerdo. ¿Por dónde comenzamos? ¿Cómo discutimos la cooperación sin revelar demasiado de lo que cada uno sabe?

—Para empezar, los enviamos a ellos afuera. —Nenda señaló a J’merlia y a Kallik.

Los tentáculos amarillos de Atvar H’sial giraron para escrutar a la hymenopt, y luego descendieron hasta el lo’tfiano agazapado frente a su concha.

—¿Es seguro allá afuera? —tradujo J’merlia.

—No mucho. —Nenda alzó sus espesas cejas—. Eh, ¿qué es lo que esperas? ¿Temporada de carnaval en primavera? No hay ningún sitio seguro sobre Sismo en este momento, y tú lo sabes. ¿Tu insecto es demasiado sensible al calor y a la luz? No quiero freído.

—No es especial —tradujo J’merlia sin demostrar ningún sentimiento—. Provisto de agua, J’merlia puede sobrevivir al calor y al aire contaminado durante un largo período, incluso sin careta antigás. Pero la comunicación entre tú y yo…

—Confía en mí —Nenda señaló a J’merlia y a Kallik y apuntó el pulgar hacia la compuerta—. Fuera. Los dos. —Volvió a hablar en el idioma de la Comunión—. Kallik, lleva bastante agua para J’merlia. Ya os diremos cuándo podéis regresar.

Aguardó hasta que los dos alienígenas se encontraron afuera y la compuerta estuvo cerrada. Entonces avanzó para sentarse a la sombra de la concha de Atvar H’sial. Inspiró profundamente y se abrió la camisa, mostrando un pecho completamente cubierto de nódulos grises y profundas picaduras. Cerró los ojos y aguardó.