Las trompas de la cecropiana temblaron.
—Tratamos de proporcionar satisfacción.
—Y corres un riesgo al decirme esto.
—Creo que no. —Atvar H’sial guardó silencio un momento—. No existe ningún riesgo. Al menos con alguien que ha leído y recordado los registros de Lascia Cuatro. ¿Puedo refrescarte la memoria? Una cápsula con suministros médicos fue lanzada hacia Lascia Cuatro. Nunca llegó al planeta. Sin los inhibidores virales que contenía, trescientas mil personas murieron. Un humano, acompañado por una esclava hymenopt, fue el culpable de tal atrocidad. La hymenopt murió, pero el humano escapó y nunca fue capturado. —Louis Menda no dijo nada—. Respecto a los otros humanos —continuó Atvar H’sial—, no podemos ubicarlos. Estoy especialmente preocupada por Graves.
—Es un loco.
—Cierto. Y es capaz de leer lo que pensamos tú y yo. Es demasiado peligroso. Lo quiero fuera del camino. Los quiero a los tres fuera del camino.
—De acuerdo. Pero no tengo más probabilidades de encontrarlos que tú. Por lo tanto, ¿qué es lo que propones?
—Antes de la Marea Estival abandonarán Sismo. Su ruta de escape es el Umbilical. También hubiera sido la mía, pero luego he visto llegar tu nave y he comprendido que estaba equipada para realizar viajes espaciales.
—Hasta el fin de la galaxia, si lo deseo. Comprendo que podría resultarte útil para abandonar Sismo sin encontrarte con Graves. ¿Pero qué tienes para ofrecerme a mí} No querría ser grosero, pero yo no soy tu hada madrina. ¿Por qué iba a proporcionarte un transporte gratis para salir de Sismo? Le dije a Kallik que podíamos echar un vistazo a la superficie, pero que, llegada la Marea Estival, la miraríamos desde el espacio. Sin embargo, eso es para nosotros. Mi nave no es un autobús. ¿Por qué iba a ayudarte?
—Porque yo conozco los códigos que controlan el Umbilical. Los códigos completos.
—¿Y por qué iba a importarme…? —Louis Nenda alzó la vista lentamente hacia la cecropiana, al mismo tiempo que la cabeza ciega se acercaba a él.
—¿Lo ves? —Las feromonas agregaron un mensaje más fuerte y a la vez más sutil que cualquier palabra: placer, triunfo y un toque de muerte.
—Sí. Está bien claro. ¿Pero que hacemos con ellos? —Nenda señaló la ventana. J’merlia y Kallik estaban acurrucados juntos sobre el suelo caliente, tratando de protegerse detrás de la nave de los rayos ardientes de Mandel. Ambos estaban temblando. J’merlia parecía tratar de consolar a la hymenopt—. Yo aceptaría tu propuesta, pero de ninguna manera pienso llevarlos con nosotros como testigos.
—De acuerdo. No los necesitamos. Si hay algo que requiera la sensibilidad de J’merlia a la radiación semimicrométrica, tú podrás detectarla en su lugar.
—Puedo ver, si eso es a lo que te refieres. —Nenda ya se encontraba en la compuerta, llamando a Kallik—. Mira, tampoco estoy dispuesto a dejarlos con mi nave. En realidad ni siquiera estoy dispuesto a dejar la nave aquí. Volaremos en ella hasta el Umbilical y haremos que J’merlia y Kallik nos aguarden aquí.
—Eso no me parece muy aconsejable. —Atvar H’sial había extendido las patas por completo y se alzaba sobre Louis Nenda—, Tampoco queremos que tengan acceso al coche aéreo.
—Kallik no lo tocará si yo le digo que no lo haga. —Nenda aguardó mientras la cecropiana lo miraba en completo silencio—. Oh, está bien. No los dejaremos aquí. Ningún riesgo es mejor que uno pequeño… Y no estoy demasiado seguro de tu lo’tfiano. ¿Cómo quieres resolverlo?
—Muy simple. Les daremos un emisor de señales junto con algunas provisiones y los dejaremos en algún punto entre este sitio y el pie del Umbilical. Cuando hayamos terminado con nuestro trabajo allí, averiguaremos su posición, los recogeremos, buscaremos el lugar del Despertar… y nos pondremos en órbita antes de que la superficie se torne demasiado violenta.
—Supongamos que las condiciones empeoran allí donde los dejamos. Perry juró que ocurriría, y no creo que estuviera mintiendo.
—Si las cosas empeoran demasiado pronto, será una pena. —Atvar H’sial se alzó con la cabeza vuelta, mientras J’merlia y Kallik aguardaban ante la compuerta abierta. Ambos esclavos temblaban de miedo y tensión—. Siempre podrás encontrar a otro hymenopt. Y, aunque J’merlia ha sido un sirviente idóneo…, más que idóneo, y lamentaría mucho perderlo, ése podría ser el precio de un triunfo mayor.
15
Marea estival menos ocho
Darya Lang hizo lo más natural; se sentó y lloró. Pero, tal como le había dicho hacía tanto su tío Matra, el llanto no solucionaba los problemas. Después de unos minutos se detuvo.
Al principio sólo había quedado perpleja. ¿Por qué Atvar H’sial había decidido drogaría y abandonarla en medio de la nada, en una región de Sismo que sólo habían elegido porque parecía un buen lugar donde aterrizar? No se le ocurría ninguna explicación para que la cecropiana hubiese desaparecido mientras ella dormía.
Darya estaba a miles de kilómetros del Umbilical. Sólo tenía una vaga idea de la dirección en que se encontraba. No tenía otra forma de viajar que no fuese caminando. La conclusión era simple. Atvar H’sial se proponía dejarla varada en Sismo, para que muriese durante la Marea Estival.
Pero en ese caso, ¿por qué dejarle las provisiones? ¿Por qué proporcionarle una máscara y un filtro de aire, junto con un primitivo purificador de agua? Y lo más desconcertante de todo, ¿por qué dejarle un generador de señales que podía ser utilizado para emitir una señal de socorro?
A su confusión le había seguido la angustia y luego la ira. Era una secuencia de emociones que nunca hubiese podido imaginar en los días tranquilos antes de abandonar Puerta Centinela. Siempre se había considerado una persona razonable, una científica, la ciudadana de un universo metódico y lógico. La ira no era una reacción razonable; nublaba su proceso de pensamiento. Pero su mundo había cambiado, y se había visto forzada a cambiar con él. La intensidad de sus propios sentimientos la sorprendía. Si tenía que morir, no lo haría sin luchar.
Se agachó junto al lago más cercano e inspeccionó sistemáticamente cada objeto que le había dejado. El purificador era una pequeña unidad de evaporación instantánea, que podría producir agua pura y potable de los alcalinos más amargos de cualquier lago. En su máxima producción, la unidad podría proporcionarle unos dos litros de agua diarios. Los alimentos apilados eran simples e insípidos, pero eran nutritivos y le alcanzarían al menos para dos semanas. Hasta donde ella era capaz de discriminar, el generador de señales estaba en perfectas condiciones. Y la manta impermeable que lo cubría todo la protegería del calor, el frío o la lluvia.
Conclusión: si moría, no sería por hambre, por sed o por exposición a los elementos.
Ése era un pequeño consuelo. La muerte sería más inmediata y mucho más violenta. El aire era caluroso y se recalentaba más momento a momento. Cada pocos minutos podía sentir la tierra que se estremecía debajo de ella, como un durmiente que no lograba encontrar una posición cómoda. Y, lo peor de todo, una brisa cada vez más fuerte soplaba un fino polvillo blanco que le hacía arder los ojos y le producía un sabor metálico en la boca. La máscara y el filtro de aire sólo le proporcionaban una protección parcial.
Darya regresó a la orilla del lago y vio el reflejo espectral de Gargantúa en las aguas oscuras. El planeta se volvía más brillante y abultado hora tras hora. Aunque todavía faltaba mucho para su aproximación máxima con Mandel, al alzar la vista, ya pudo ver sus tres lunas más grandes, moviéndose a su alrededor en unas órbitas extrañamente alteradas. Casi podía sentir las fuerzas que Gargantúa, Mandel y Amaranto ejercían sobre aquellos satélites, empujándolos en diferentes direcciones. Las mismas fuerzas gravitatorias estaban actuando sobre Sismo. El planeta sobre el cual se hallaba soportaba unas tensiones terribles. Su superficie debía de estar pronta a desintegrarse. Así pues, ¿por qué Atvar H’sial la había dejado para luego alimentarla y brindarle protección, cuando de todos modos quedaría atrapada por la Marea Estival?