Выбрать главу

—Tiene las pistas —continuó Graves—. Primero el generador, luego la flecha y finalmente las cavernas misteriosas. Y entonces, si tiene suerte, ¡el tesoro!

El coche aéreo había aterrizado sobre una erosionada meseta en el territorio comprendido entre los Mil Lagos y la Depresión Pentacline. En esas tierras de nadie las rocas suaves habían sido carcomidas en profundos túneles y sumideros, como una suave masilla amasada por los dedos torcidos y artríticos de un gigante. Las cavidades tenían unos metros de ancho y se abrían sin orden m concierto sobre la superficie. Algunas caían de forma casi vertical; otras eran tan someras que podían atravesarlas sin dificultad.

—¡Cuidado! —Perry odiaba la actitud despreocupada de Graves—. No sabe lo movedizos que pueden ser los bordes… ¡y no sabe lo que puede haber en el fondo! Toda esta zona es un sitio de estivación para la vida silvestre de Sismo.

—Tranquilícese. Es perfectamente seguro. —Graves se acercó un paso más a una de las cavidades y enseguida tuvo que saltar hacia atrás cuando la roca se desmoronó bajo sus pies—. Perfectamente seguro —repitió—. De todos modos, éste no es el hueco que buscamos. Sígame.

Volvió a adelantarse, evitando la zona peligrosa. Perry lo siguió a cierta distancia. Los dos hombres habían esperado encontrar otro coche, tal vez estrellado, en el lugar de donde partiera la llamada de auxilio. Pero, para su sorpresa, lo único que habían hallado allí había sido un solitario generador de señales. A su lado, marcado como una línea negra sobre la gredosa roca blanca, había una flecha. Ésta señalaba directamente hacia el túnel profundo y oscuro, al borde del cual Graves se inclinaba de forma precaria. Junto a la flecha estaba garabateada la palabra «adentro».

—Fascinante. —Graves se inclinó aún más—. A mí me parece…

—¡No se acerque tanto! —exclamó Perry al ver que Graves volvía a avanzar—. Si este borde es como el otro…

—Oh, tonterías. —Graves saltó un par de veces—. ¿Lo ve? Sólido como la Alianza. He leído los informes antes de venir a Dobelle… No existen animales peligrosos en Sismo.

—Seguro que leyó los informes…, ¡pero fui yo quien los escribió! Hay muchas cosas que no sabemos sobre Sismo. —Perry avanzó con cautela hasta el borde del túnel y se asomó. La roca parecía lo suficientemente firme y bastante antigua. En Sismo eso era una buena señal. Si la superficie gozaba de cierta durabilidad, era porque había sobrevivido a los embates sufridos por el planeta durante la Marea Estival—. De todos modos, no se trata sólo de animales. Los estanques de lodo pueden ser también peligrosos. Ni siquiera sabe lo profundo que es este agujero. Antes de bajar, intente al menos un sondeo.

Perry cogió una roca gredosa y la lanzó por el túnel. Ambos hombres se inclinaron hacia delante, esperando escuchar el eco cuando tocase fondo. Hubo un silencio de dos segundos, luego un golpe, una exclamación de protesta y un silbido de sorpresa.

—¡Aja! Eso no es una roca ni un estanque de lodo. —Graves chasqueó los dedos y comenzó a deslizarse sobre el trasero por la empinada abertura. Tenía una linterna, con la que iluminaba el interior—. Son las gemelas Carmel las que están ahí abajo. Se lo dije, comandante: el generador, la flecha, la caverna y ahora el… —Se detuvo—. Y ahora… Bueno, bueno, bueno. Nos equivocamos.

A pocos pasos de él, Perry se estiró para mirar. El estrecho haz de la linterna reflejaba una hilera de brillantes ojos negros. Cuando Graves fijó la luz sobre el pequeño cuerpo, su piel negra cubierta de un fino polvo gris comenzó a subir lentamente por la pendiente. La hymenopt frotaba su gruesa parte abdominal con una pata delantera y, mientras ellos la observaban, se sacudía como un perro mojado levantando una nube de polvo blanco.

Hubo otro silbido y el chasquido de unas patas articuladas.

—Kallik les presenta sus respetos y ofrece obediencia —dijo una voz sibilante y familiar. J’merlia emergía por la curva del túnel. Él también estaba completamente cubierto de polvo—. Ella es una esclava y una servidora leal. Les pregunta por qué le arrojan piedras. ¿Su amo lo ha ordenado?

Aunque el delgado rostro del lo’tfiano no estaba equipado para registrar las emociones humanas, se advertía un tono preocupado y confundido en su voz. En lugar de responder, Graves se deslizó hacia abajo por el túnel hasta llegar a una pequeña caverna cuyo suelo estaba cubierto de yeso en polvo. Una vez allí, observó el lugar y se fijó en la pila de objetos que había en el medio.

—¿Estaban aquí en la oscuridad?

—No. —Los ojos de J’merlia brillaron a la luz de la linterna—. No está oscuro. Ambos podemos ver bastante bien. ¿Necesitan nuestra ayuda?

Perry, que había seguido a Graves por el túnel, pasó frente a él y alzó una mano para tocar el techo de la caverna.

—¿Ve esto? Son grietas recientes. Estoy seguro de que no debemos permanecer aquí mucho más. ¿Qué hacen aquí abajo, J’merlia?

—Esperábamos. Tal como nos ordenaron que hiciéramos. —El lo’tfiano dirigió unos rápidos silbidos a Kallik y luego continuó—: Nuestros amos nos trajeron aquí y nos dijeron que debíamos aguardar a que regresaran. Eso es lo que hacemos.

—¿Atvar H’sial y Louis Nenda?

—Por supuesto. Los amos nunca cambian.

—Así que Nenda no voló de vuelta a casa enojado. ¿Cuándo partieron sus amos?

—Hace dos días. Al principio permanecimos en la superficie, pero no nos agradaban las condiciones de allí; demasiado caluroso y descampado. Resultaba difícil respirar. Sin embargo aquí, protegidos bajo tierra…

—Protegidos, mientras el techo está a punto de derrumbarse. ¿Cuándo dijeron que regresarían?

—No lo dijeron. ¿Por qué habrían de hacerlo? Tenemos comida y agua; estamos a salvo aquí.

—No se moleste en preguntar nada más, comandante. —Después de haber hecho su inventario de la pequeña caverna, Graves se arrodilló y comenzó a frotarse los ojos, irritados por el polvo que se levantaba con cada movimiento—. Atvar H’sial y Louis Nenda no hubiesen proporcionado su itinerario ni ninguna otra cosa a Atvar H’sial. ¿Por qué habrían de hacerlo, tal como dice él? ¿Para que a usted o a mí nos resultara más fácil seguirlos? No. —Su voz se transformó en un susurro—. ¡Ni siquiera sabemos si realmente pensaban volver a buscarlos! Tal vez los han abandonado. Pero ésa tampoco es la pregunta indicada. La verdadera pregunta, la que me formulo a mí mismo y no conozco la respuesta es ésta: ¿adonde fueron Atvar H’sial y Nenda? ¿Adonde fueron en Sismo, cerca de la Marea Estival, que no podían llevar a J’merlia y a Kallik con ellos?

Como respondiendo a su pregunta, hubo un temblor en la caverna. Aunque el movimiento dejó intacto el techo, una nube de polvo blanco se elevó cubriéndolos a todos.

—¡No me importa… adonde fueron! —dijo Perry entre toses—. Me importa nosotros y lo que vamos a hacer ahora.

—Iremos en busca de las gemelas Carmel. —Graves volvió a frotarse el polvo blanco de los ojos. Parecía un payaso de circo.

—Claro. ¿Adonde? ¿Y cuándo? —Perry era consciente del tiempo que transcurría, aunque Graves no lo notase—. Sólo faltan cincuenta y cinco horas para la Marea Estival.

—Tiempo suficiente.

—No. Usted piensa en cincuenta y cinco horas e imagina que hasta entonces se encontrará a salvo. Eso es un gran error. Cualquiera que permanezca sobre Sismo a falta de cinco, o incluso quince horas para la Marea Estival, probablemente estará muerto. Y, si no encontramos pronto a las gemelas —en las próximas diez o doce horas—, ellas también lo estarán. Porque habremos renunciado a la búsqueda y nos encontraremos de regreso en el Umbilical.

Al fin Perry lograba comunicarse con el consejero. Graves se levantó, inclinó su cabeza calva y suspiró.